Balcón de la capital de Mileria
Sniezhka, buscando escapar de la sofocante sala, salió al balcón para tomar un respiro. Todos estos eventos formales, el ruido y las miradas ajenas la ponían nerviosa; era su primera vez en una recepción así. Especialmente la inquietaba la mirada de Rinan, que no la perdía de vista y hacía que su corazón traidoramente se acelerara. Su rostro enrojecía sin razón aparente, pues la imagen del emperador, por mucho que tratara de ignorarla, no le era indiferente. A pesar de su nerviosismo, Sniezhka se esforzaba por pasar desapercibida.
Absorta en sus pensamientos, Sniezhka no se dio cuenta de cómo la tomaron por sorpresa. Dos figuras la sujetaron rápidamente, le cubrieron la boca y la arrastraron a una esquina oscura del jardín. Por un instante pensó que podría gritar, pero alguien le acercó al rostro un pañuelo empapado con una sustancia, y el mundo a su alrededor comenzó a desvanecerse.
—¿Perdió el conocimiento?
—Sí, todo está limpio. ¿Cómo les va con la hermana del emperador?
Cinco de las criaturas, Podir, Imér y tres de sus guerreros, habían venido preparados: llevaban ropas comunes para no sobresalir entre los invitados de la celebración. El secuestro de Sniezhka había sido exitoso, pero Imér y su grupo se retrasaban un poco con la hermana del emperador, lo que causaba preocupación.
De repente, un grito resonó en el jardín, seguido por un sonido de alarma.
—¡Rápido, vámonos! Nos descubrieron, —ordenó Imér, apareciendo con la hermana del emperador en brazos.
Los secuestradores entendieron que su misión había sido descubierta, y Rinan, al salir al exterior, alcanzó a ver las siluetas de las figuras alzándose en el cielo. Las sombras de sus alas se perfilaban contra la luz antes de perderse entre las nubes.
—Es verdad, —susurró, girándose hacia su tío y llevándolo rápidamente hasta su padre.
Sniezhka comenzó a recobrar la conciencia y sintió que algo estaba mal. Abrió los ojos con cuidado, conteniendo el aliento al ver que estaban volando. Aquellos que la habían capturado realmente tenían alas, tal como describió el niño en el pueblo. ¿Por qué la habían secuestrado? Peligro era lo único que sentía por todos lados.
—Tormenta al frente. Prepárense, —advirtió el hombre que la sujetaba.
Comprendió que ese era su único momento para escapar. Reuniendo toda su determinación, Sniezhka mordió la mano del hombre, lo que hizo que Podir aflojara su agarre por un instante. Era suficiente: extendió sus alas blancas, se impulsó lejos del captor y ascendió rápidamente, perdiéndose entre las nubes de tormenta. Sus alas blancas siempre le daban ventaja en velocidad, y desde pequeña había aprendido a aguantar la respiración durante largos minutos, resistiendo cualquier tempestad.
—¿Alas blancas?… Eso no puede ser, —exclamó Podir al darse cuenta del valor de su captura.
Los cinco se lanzaron rápidamente a perseguirla, decididos a alcanzarla a toda costa. Sabían que, si lograba escapar, podría arruinar sus planes para siempre.