Son las 2:35am, estoy en mi cama. Visualizo unas sombras extrañas que entran por mi ventana, es como si alguien o más bien algo estuviera volando, interfiriendo con los rayos de luz que vienen del alumbrado público.
Me levanto de mala gana de mi cama con la intención de saber lo que sucede; la cual está en una de las esquinas de la habitación al lado de un escritorio gigante en el cual paso la mayor parte de mi día. No tengo una mesita de noche porque solo sirven para guardar basura y montones de platos sucios por la pereza que me daría tener que devolverlos a la cocina, o por lo menos así lo era cuando tenía una y cuando vivía en Dawson con mi madre, aunque para ser honesta no tengo bastantes cosas y ni siquiera una cocina en ésta reducida habitación de pensión universitaria.
Vine hasta aquí para estudiar filosofía en la universidad de Bethel. Realmente fue algo arriesgado y muy tortuoso al tener que hacer que mi mamá cediera y accediera a dejarme venir a otro país, a otra ciudad y por supuesto a otra universidad lejos de ella, sin su constante protección; pero me llama diariamente para supervisar mi bienestar.
Me froto ambos ojos con las manos en forma de puños, para poder hacer que se conecten más rápido con el mundo y logren responder a lo que quiero ver.
Me acerco al marco de la ventana y lo que veo me deja tiesa por la sorpresa, mis sospechas y teorías locas que formulé con la mitad del cerebro apagado, no eran tan locas y evidentemente estaba en lo correcto.
Visualizo a un par de chicos, se nota que tienen diferencia de edad entre ellos, pero no es muy notoria. El que describiré hasta ahora como: “el mayor”, tiene unos jeans negros, mocasines de charol, una camiseta blanca y un gabán con un tono parecido al gris. El otro viste una sudadera negra holgada con chancletas rosa neón, las cuales hacen que resalte todo su outfit.
Uno de los chicos se eleva en el aire hasta tocar la farola del poste con la palma de su mano, y el otro está arrodillado sobre la carretera con sus manos rodeando bruscamente el cuello de una chica que está amarrada, y demuestra terror en su rostro.
Desde aquí adentro, no logro escuchar si están hablando, pero aún así sigo atenta a los movimientos de estos tres peculiares individuos.
En los ojos de ambos muchachos hay destellos de color rojo, pero en los de la chica lo único que hay es terror, parece que hubiese visto algo que la dejó de esta forma. Sin darme cuenta cada vez corro más la cortina para tener una mejor vista de la escena, haciendo que sea más evidente mi presencia para lograr que el chico “volador” dirija su mirada hacia mi ventana y al verme se abalance hacia mí. Rápidamente me tiro al suelo y cierro la cortina para impedir que me vea, pero escucho su respiración justo afuera de mi ventana, como si esperara que volviera a salir y yo sea la causante de mi propia muerte; porque sea como sea que les haya dicho a esos chicos al principio, “lo último que pueden ser es seres humanos”, no es posible volar, no es posible que tus ojos se iluminen y mucho menos normal estar en una calle desierta amordazando a una débil e indefensa chica en las horas de la madrugada.