Bijoutier

Capítulo 1

Las palabras o frases que tengan asterisco serán aclaradas al final del capítulo.

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Me encontraba con mis padres comprando artesanías en Puerto Varas, una ciudad sureña ubicada alrededor del lago Llanquihue en la región de Los Lagos en Chile. Era el único día que nos permitía ver recuerditos porque mañana debíamos volver a Santiago, terminar con las vacaciones de verano y recomenzar la aburrida rutina en marzo.

Estaba buscando algo con algún diseño mapuche o de fauna silvestre, había en las tiendas artesanales cosas para la casa, adornos con el volcán Osorno que decía “Puerto Varas”, otros con el ajedrez gigante de Frutillar, una ciudad más pequeña de la misma región; estuches, ropa de lana con colores, etc.; no me preocupaba alejarme de mis padres tenía mi celular conmigo, como cualquier persona en el año 2017.

Ya había comprado varias cosas: un estuche azul con un dibujo del volcán Osorno, un gorro de lana marrón con algunas ovejas y llamas bordadas, unos guantes también de lana, calcetines de lana para cuando hace frío y dos llaveros con un zorro culpeo y una oveja tejidos con lana. Las tenía guardadas en una mochila negra que colgaba de mi espalda. No me interesaba lo demás, porque increíblemente en Chile puedes encontrar las mismas artesanías en cualquier rincón turístico del país, como moais al extremo sur que es cerca de la Antártida o gorros chilotes por el límite fronterizo con Perú en Arica.

Sentí un ardor en medio de mi frente, me llevé una mano, palpé la zona sobre una bandana azul eléctrico con estrellas blancas de gran tamaño; era extraño, porque a pesar del calor inusual no sentía ningún síntoma de resfriado. Era verano, pero en la región de Los Lagos hacía frío en la mañana y en la noche. Moví la tela de la bandana para meter la mano comprobando que la pequeña y redonda piedra blanquecina de mi cabeza era la causante de ese extraño ardor.

Nunca me había pasado esto con la piedra.

“Qué raro, ¿por qué está caliente” pensaba frunciendo ligeramente el ceño, extrañada.

La piedra de mi frente no dejaba de arder, se sentía más caliente y se volvía insoportable hasta doler.

Saqué mi celular de un bolsillo externo de la mochila, les un whatsaap a mis padres diciendo:

Voy a salir de la tienda, me voy a quedar a fuera en la plaza.

Mi mamá de inmediato me comenzó a llamar, rodeé los ojos y contesté la llamada.

-¿Cómo que vas a salir de la tienda? –inquirió mamá exigente.

-Eso po*1, voy a salir a la plaza a refrescarme un poco —le dije mientras me moví un poco del lugar para dejar a la gente pasar.

-Se supone que andamos los mirando recuerdos porque mañana regresamos para Santiago, ¿y para qué vas a ir a la plaza? —volvió a inquirir ella con un tono molesto.

-Es que ya me aburrí ya de mirar recuerditos y quería ir a la plaza, hace mucho calor aquí a dentro— le contesté quejándome.

-No me parece, andamos los tres juntos y tú no te mandas sola— me regañó por el teléfono.

Escuché a mi papá diciéndole a mi mamá: “Tamara, ella ya no es una niña. Tiene diecinueve años debe aprender a cuidarse sola”.

Los oí discutir por el teléfono.

-Está bien, debes quedarte en la plaza en todo momento y contestar el celular cuando terminemos de comprar —oí a mi mamá dándome permiso a regañadientes.

Mi madre es bastante sobreprotectora conmigo. Una de las razones es porque soy adoptada, nunca me lo ocultaron, me costaba aceptarlo, pero mientras iba creciendo tuve que hacerlo pues mi apariencia era distinta a la de mis padres: mi madre es pelinegra natural, mi padre tiene el cabello castaño, en cambio; yo lo tengo de un violeta natural muy oscuro, lo que nos ha llevado en varias discusiones con los profesores e instituciones escolares porque piensan que me lo tiño y he tenido que demostrar que es natural. La otra razón es la piedra de mi frente y el tener que usar siempre algo para taparla.

Lo entiendo, pero es una lata*2 que no pueda hacer nada sin que ella esté al pendiente todo el tiempo.

-Sí, Ok. Chao —fue lo último que dije antes de colgar y guardar el teléfono en la mochila.

Salí a la vereda en la plaza de armas de Puerto Varas, es el equivalente a la plaza mayor en otros países. Había varios comercios y servicios rodeando la plaza, esta era algo pequeña pero bonita con algunos árboles, arbustos, flores y bancos donde uno puede sentarse. Una lástima que no se viera el volcán ni el lago desde la plaza por los edificios.

Corría una brisa fresca de verano, a pesar de haber pocas nubes, era agradable, aliviaba el ardor molesto de mi frente.

Crucé a la plaza después que pasara un bus, cerciorándome que no pasara otro vehículo y me puse a pasear hasta encontrarme un banco que estuviera vacío, no me gustaba la idea de tener que hablar con nadie, quería estar tranquila sin que me molestaran.

No había mucha gente en la plaza, aun siendo vacaciones de verano.

Me senté en un banco, al lado de un árbol en el centro de la plaza donde se podía ver un mástil que supongo debería portar la bandera del país en septiembre cuando se celebran las Fiestas Patrias por la separación de Chile de la corona española en el mil ochocientos diez, aunque en realidad fue el doce de febrero de mil ochocientos dieciocho, pero a quién le importa ese detalle.




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