Bijoutier

Capítulo 3

 

-¡¿DIEZ MIL?! —exclamé a viva voz, más que molesta— ¡Me estás webeando*1! ¡¿Divertido?! ¡Fue completamente aterrador!

 

La rubia simplemente se encogió de hombros sin inmutarse.

 

-Soy una orferina de Agatha, ir y venir entre las nubes es natural para mí. Conmigo nunca nos estrellaríamos, por eso te dije que te sujetaras fuerte —se excusó con total naturalidad.

 

Lo que más me cabreaba*2 era esa actitud suya de absoluta calma, mientras yo estaba recuperándome del miedo y la adrenalina en cada poro de mi piel. Temblorosa, me fui incorporando de a poco hasta quedar erguida, empuñé las manos con los brazos tensos intentando mantener el equilibrio sin dejar de temblar.

 

-¡Fueron diez mil metros de altura! No es para menos —le volví a gritar enfurecida, pensé que iba a perder la partida y no había ningún botón para reiniciar el juego; si moría el viaje terminaba aquí.

 

"Vaya forma de comenzar eh... fue la mejor bienvenida que me han podido dar" pensé con evidente sarcasmo.

 

Elektra se encogió de hombros de nuevo y me regaló una sonrisa.

 

-Y estás viva —contestó ella serena.

 

Me crucé de brazos.

 

-Sí, pero fue aterrador —seguí quejándome aun con el pulso agitado, miré a mi alrededor que me recordaba a la edad media—. Espero no volver a experimentar algo así de nuevo. Por cierto, ¿Dónde estamos?

 

Había una tarima de piedra a pocos metros de un pozo en forma hexagonal en la parte central, nos rodeaban unos muros de concreto con gruesos portones de hierro de donde la gente iba y venía, algunos comían, bebían o compraban lo que los comerciantes vendían. En simples palabras, era una plaza, una con forma de hexágono.

 

-No lo sé, es mi primera vez en Aricuos —respondió ella pensativa. Sacó el pergamino y la vi desenrollarlo a gran velocidad.

 

"¿Por qué en vez de un pergamino, no le pasaron una carpeta o varios mapas? ¿Por qué usan pergaminos?" me preguntaba mentalmente, aun con los brazos cruzados.

 

-¡Ajá! ¡Aquí está! —golpeó con la mano el pergamino, se produjo una larga cola tras nosotras—. Veamos... de acuerdo al mapa estamos en la plaza Lager que se caracteriza por su forma hexagonal. Debemos salir por uno de esos portones, pero no sé cómo debemos ir hacia el muro Asyr.

 

Me acerqué para ver el mapa, tuve que pararme en puntas de pie, una desventaja de la gente bajita como yo que medimos por debajo de un metro sesenta. Ella debía medir unos treinta centímetros más que yo, mido exactamente un metro con cuarenta y nueve centímetros.

 

Pude ver en el papel un mediano pedazo de tierra en forma de isla, un hexágono, hacia el este unos pentágonos, y un muro blanco rodeaba un puente al borde de un acantilado.

 

Salir de la plaza era enredado, no sabíamos por cual portón pasar porque las paredes eran iguales.

 

Yo seguía a Elektra como un pollito, era la única persona que conocía allí. Sentí la mirada de la gente sobre nosotras, provocando que se me pusiera la piel de gallina.

 

No soy buena con las multitudes; no me gusta ser el centro de atención o hablar con extraños. Creo que ya había mencionado mis escasas habilidades sociales.

 

Miraba de reojo a la gente, me llamó la atención que aparte del blanco, usaran colores fríos en su ropa; la de Elektra era dorada con picos como la de Pedro Picapiedra y la mía era la que más se desentonaba aquí en Aricuos.

 

Apreté mis manos con fuerza en las tiras acolchadas de la mochila, nerviosa.

 

Nos dimos un montón de vueltas, y claro aquí no hay ningún GPS o aplicación como Google Maps para guiarnos. No sabía cuánto tiempo estuvimos así veinte minutos, media hora; solo sabía que ya me estaba dando hambre y como no había tomado desayuno por las prisas y los nervios ahora sentía mi estómago exigir comida. El que hubiera tanta gente tampoco ayudaba a visualizar la salida, era tal cantidad que era difícil moverse, me recordaba el metro a la hora punta, aunque no tanto como parecer sardina enlatada.

 

En una de las vueltas, iba con prisas sin fijarme en el camino, tropecé con alguien que iba en sentido contrario. Por suerte, reaccioné rápido y no me golpeé con el suelo.

 

-Lo... lo siento no miraba por dónde iba—susurré avergonzada, mientras me giraba para encontrarme con la mirada azulina de un chico, su cabello liso algo desordenado era azul oscuro casi negro. Era un chico alto, no tanto como Elektra.

 

-No, tranquila. Yo tampoco te vi, ¿Estás bien? —contestó el chico peliazul con una voz profunda, algo gangosa y suave.

 

Asentí con la cabeza.

 

-Sí, estoy bien. Gracias —murmuré con timidez, lo escaneé brevemente con la mirada. Él usaba la misma ropa que los demás hombres jóvenes: polera blanca sin mangas con unas perlas azules, sin brazalete, pantalón gris oscuro con unos fragmentos de gemas y unas zapatillas azules. En el torso de su mano derecha tenía incrustada una gema en forma de pirámide de un azul tan intenso y oscuro como el iris de sus ojos. Me preguntaba cuál sería el poder de su gema.

 

Un brillo dorado me hizo pegar un bote, era mi rubia acompañante, quien no podía aparecerse como una persona normal.

 

-Oh, aquí estás Aylén. Perdóname, no me di cuenta que te habías detenido —me decía Elektra con cierta culpa—. He estado tratando de entender el mapa, pero soy mala con ellos.

 

-¿Qué hacemos entonces? —pregunté pensativa.

 

-¿Tienen problemas para ir a alguna parte?—escuché preguntar la misma varonil y gangosa voz del chico con quien había tropezado hace unos minutos atrás. Rodeé los ojos para comprobar y era él.

 

Me sorprendió que siguiera allí.




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