Bijoutier

Capítulo 4


 

Desde el interior del muro Asyr podía oír el bullicio de la gente, el sol de verano abarcaba el cielo con todo su esplendor y abrasaba a cualquier desprevenido a medio día. Era la hora acordada para mi presentación social como la yeminesa, futura gobernante de Aricuos y miembro importante de la Familia Real.

 

Mis padres y mi hermano estaban en el balcón del muro Asyr ante los ojos prejuiciosos de los súbditos.

 

-Estimados habitantes de Aricuos, estamos agradecidos con su presencia en una ceremonia tan importante como esta, presentada por mi esposa y Suprema Keratione de Aricuos, Dionea Fedlimid, junto conmigo y nuestro yemino, Ingar Fedlimid, representando a la familia completa en esta ceremonia como indica el protocolo real.—Anunció a viva voz mi padre.

 

-Hace diecinueve años una tragedia nos arrancó una parte de nosotros, y a pesar de haber sanado dejó una imborrable cicatriz en nuestros corazones —le secundó mi madre también a viva voz—. Creíamos que nunca íbamos a recuperar a nuestra hija.

 

El segundo día de mi llegada al castillo me habían designado un par de sirvientas, un par de hermanas mellizas: una chica de cabello crespo celeste, Claudine, y la otra de cabello liso azul oscuro, Naida, ambas eran de piel blanca aunque Claudine era blanca como la leche. Cuando les pregunté respondieron que habían desarrollado respectivamente una gema turquesa y un zafiro gracias a que sus padres poseían una de estas dos gemas en sus cuerpos.

 

-Joven yeminesa debe acercarse al balcón —me notificó Claudine ayudándome a pararme, aun no me acostumbraba a los zapatos con plataforma. Antes de recuperar mi vida de princesas solo usaba zapatillas y sandalias de suela plana.

 

Ahora debía usar un vestido acorde a mi posición como futura gobernante: la falda era azul oscuro, larga hasta el suelo con varias piedritas brillantes con cintas doradas a los costados, ceñidas en la cintura, las mangas y el torso color violeta con pequeños corazones brillantes. Era más pesado de lo que aparentaba.

 

Mi ropa y mis cosas del mundo paralelo en el que crecí, las guardé dentro de un armario, no quería deshacerme aun si jamás fuera a necesitarlas.

 

-Voy. —Musité con los nervios a mil, trataba de pensar que al otro lado no había un mar de gente esperando mi aparición.

 

Con la ayuda de Claudine y Naida caminé hacia el arco, me apoyé en la pared del umbral y esperé.

 

-Sin embargo, un inimaginable milagro nos la ha devuelto. No solo nos la trajo con vida, sino que también con un jovial vigor —era la señal.

 

Atravesé el umbral caminando con torpeza, en un momento no pude controlar mis pisadas y casi salgo volando, sobrepasando la baranda de concreto, por suerte logré detenerme antes que eso sucediera.

 

Sentía el corazón en la garganta.

 

Apoyé mis manos en la baranda para mantener el equilibrio.

 

Respiré profundo, me digné a mirar al frente y sonreí con nerviosismo, saludando con la mano a las personas, tratando de evitar pensar en la vergüenza que acababa de pasar.

 

No la cagues. Piensa en algo lindo, piensa en algo lindo. Por lo menos no tengo que hablar”.

 

Mi madre se acercó a mí y me abrazó desde atrás con una elegancia tan armoniosa, que me hacía sentirme más torpe por mi tropiezo.

 

-Como iba diciendo… gracias a la Prisma trajo de vuelta a mi amada hija, ahora la cicatriz de nuestro alma puede al fin ser borrada. La familia está nuevamente completa —siguió mi madre con el discurso— su nombre es Cosette Fedlimid, la yeminesa de Aricuos y la primera sobreviviente del Poso de la Perdición.

 

-Estamos seguros que tienen curiosidad y quisieran hacerle preguntas sobre cómo sobrevivió, sin embargo; dado que la yeminesa no ha recibido la educación correspondiente a su cargo no es posible responder a esas preguntas. Quizás más adelante cuando lleve más o menos unos seis meses con sus lecciones —advirtió mi padre, quien estaba inexpresivo.

 

Ingar, al contrario de nuestros padres, parecía molesto.

 

La ceremonia terminó como una hora después que fuese presentada a los súbditos.

 

Fuimos en silencio hasta el carruaje tirado por unicornios.

 

-Vaya vergüenza nos hiciste pasar, como pudiste tropezar de esa manera frente a los plebeyos —explotó Ingar enojado cuando habíamos pasado el puente de lianas.

 

-En mi defensa, no solía caminar con tacones altos antes de saber que era yeminesa, era imposible que me acostumbrara en menos de una semana —. Contesté cruzándome de brazos y resintiendo la suela de los zapatos, que lastimaban mis pies.




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