Esa misma tarde preparé mi mochila negra, la misma que llevé a mis vacaciones; no tenía una de trekking y una maleta es poco práctico. Guardé dentro algunas prendas de verano e invierno, una parka-cortaviento tipo Michelín gruesa, un estuche con lápices y un par de tijeras, una cantimplora, zapatillas, una linterna que se recargaba con el sol, un botiquín de emergencias, varias barras de cereal que expiran el próximo año y un pequeño álbum de fotos.
Nos acostamos temprano porque había que madrugar para llegar de día a la comunidad mapuche de donde pertenecía la familia de mi mamá antes que se mudara a Santiago.
Vi en mi celular que ya eran las cuatro de la mañana, no podía dormir, era la primera vez que estaría lejos de mis padres y por no sé cuánto tiempo, no sabía si era lo correcto tampoco. Íbamos a salir entre las cinco y las seis, me levanté al baño con mi celular en la mano miraba la galería. Me bañé bien, me ordené el pelo verde oscuro en mi bandana azul eléctrico con estrellas, y me coloqué una polera holgada verde manzana, mi polerón azul verdoso, unos jeans y unas zapatillas negras.
Miré mi pie... gema en el espejo antes de cubrir mi frente con la bandana, me puse a contemplar la ovalada esfera blanca, aun sin magia, para descubrirla debo estar cerca de la Prisma.
Mis ojos se reflejaron en el espejo, destacando un iris similar a las botellas de vino.
Me cubrí por última vez mi gema con esa cinta azul. Me puse la parka negra delgada, tipo Michelín, y guardé el medallón en uno de los bolsillos con cierre, temía perderlo.
Salimos como a las cinco, era muy temprano la carretera estaba muy expedita en la ruta cinco sur para ser fin de semana, llegamos de madrugada ya que no paramos salvo en una gasolinera Copec. Nos bajamos del auto frente a un cerco de madera rústico, debíamos pasar por una comunidad mapuche para llegar a la cueva. Mi mamá fue a hablar con uno de los comuneros, un viejo amigo suyo. Yo me bajé, colgándome la mochila y aseguré la bandana en mi frente, Elektra se bajó también, el único que se quedó fue mi papá para entrar con el vehículo.
El sendero era empinado e irregular con cortezas rojizas de arrayanes, árboles de frondosas copas y arbustos floridos, también algunas espinas de zarzamoras que ya invadía esta zona del bosque autóctono. El sol nos iluminaba todo el camino, a pesar de que todavía no había cruzado la cordillera andina para comenzar el día.
Rodeada por unos arrayanes y araucarias, se veía a los pies de un cerro una estructura rocosa con forma de peñasco, la cueva.
Elektra sacó su pergamino y comprobó si era la misma cueva.
-¡Allí está! Muchas gracias -exclamó ella entusiasmada.
Descolgué la mochila de mis hombros, revisé que no me faltara nada y todo estuviera en su lugar. Volví a ponerme la mochila a la espalda, enganché unas cintas de la mochila a mi cuerpo para no perderla.
Abracé a mis padres con fuerza, era probable que no los volviera a ver nunca más. Una opresión en mi pecho me causaba dolor.
-¿Estás segura que quieres hacer esto? Podrías vivir con nosotros y no tener que ir nunca a la universidad o tener un trabajo —me preguntó mi madre, sollozando a mares.
Me separé un poco de ellos, sentí ganas de llorar yo también.
-Tengo... tengo que hacerlo. Necesito hacerlo —tratando de sonar firme, pero mi voz salió gangosa al final.
Mi padre cubrió mis manos con las suyas.
-Escucha Aylén, sé que estás decidida a irte y has crecido con buenos valores —decía él con la voz gangosa— sé que te sobreprotegimos para que no sufrieras. Nunca te has enfrentado a lo cruel que puede ser la gente y es en gran parte nuestra culpa. No importa lo que encuentres, nunca olvides que nosotros te amamos y te vamos a seguir amando por el resto de nuestras vidas. Puedes regresar a casa cuando quieras.
-Siempre estarás en nuestros corazones, aunque estemos separados, cariño. Fuiste un regalo inesperado Aylén, por eso nos es tan difícil dejarte ir —sollozaba mi madre.
-Gracias por permitirme realizar esta locura. Siempre serán mi mamá y mi papá, los verdaderos; aun si termino conociendo a mis progenitores, nunca podré quererlos como a ustedes. Los amo —confesé despidiéndome de ellos con una lágrima que se me escapó.
Respiré hondo, agarré las mangas de la mochila dándome coraje para emprender el viaje y me di la vuelta. No iba a mirar atrás o temía cambiar de opinión.
Fui con Elektra a la cueva.