Desde el interior del muro Asyr podía oír el bullicio de la gente, el sol de verano abarcaba el cielo con todo su esplendor y abrasaba a cualquier desprevenido a medio día. Era la hora acordada para mi presentación social como la yeminesa, futura gobernante de Aricuos y miembro importante de la familia real.
Mis padres y mi hermano estaban en el balcón del muro Asyr ante los ojos prejuiciosos de los súbditos.
-Estimados habitantes de Aricuos, estamos agradecidos con su presencia en una ceremonia tan importante como esta, presentada por mi esposa y Suprema Keratione de Aricuos, Dionea Fedlimid, junto conmigo y nuestro yemino, Ingar Fedlimid, representando a la familia completa en esta ceremonia como indica el protocolo real —anunció a viva voz mi padre.
-Hace diecinueve años una tragedia nos arrancó una parte de nosotros, y a pesar de haber sanado dejó una imborrable cicatriz en nuestros corazones —le secundó mi madre también a viva voz— creíamos que nunca íbamos a recuperar a nuestra hija.
-Joven yeminesa debe acercarse al balcón —me notificó Claudine ayudándome a pararme, aun no me acostumbraba a los zapatos con plataforma.
-Voy —susurré con los nervios a mil, trataba de pensar que al otro lado no había un mar de gente esperando mi aparición.
Con la ayuda de Claudine y Naida caminé hacia el arco, me apoyé en la pared del umbral y esperé.
-Sin embargo, un inimaginable milagro nos la ha devuelto. No solo nos la trajo con vida, sino que también con un jovial vigor —era la señal.
Atravesé el umbral caminando con torpeza, en un momento no pude controlar mis pisadas y casi salgo volando sobrepasando la baranda de concreto, logré detenerme frente a la baranda agarrándome con las palmas de las manos lo más fuerte que pude.
"Mierda, mierda" sentía el corazón en la garganta.
Apoyé mis manos en la baranda para mantener el equilibrio.
"Grandiosa forma de estropearla, Aylén, Cosette o como sea que me llamo".
Respiré profundo, me digné a mirar al frente y sonreí con nerviosismo, saludando con la mano a las personas, tratando de evitar pensar en la vergüenza que acababa de pasar.
"No la cagues, no la cagues. Piensa en algo lindo, piensa en algo lindo. Por lo menos no tengo que hablar".
Mi madre se acercó a mí y me abrazó desde atrás con una elegancia tan armoniosa, que me hacía sentirme más torpe por mi tropiezo.
-Como iba diciendo... gracias a la Prisma trajo de vuelta a mi amada hija, la cicatriz de nuestro alma puede al fin ser sanada. La familia está nuevamente completa —siguió mi madre con el discurso— su nombre es Cosette Fedlimid, la yeminesa de Aricuos y la primera sobreviviente del Pozo de la Perdición.
-Estamos seguros que tienen curiosidad y quisieran hacerle preguntas sobre cómo sobrevivió, sin embargo; dado que la yeminesa no ha recibido la educación correspondiente a su cargo no es posible responder a esas preguntas. Quizás más adelante cuando lleve más o menos unos seis meses con sus lecciones —advirtió mi padre, quien estaba inexpresivo.
Ingar, al contrario de nuestros padres, parecía molesto.
La ceremonia terminó como una hora después de que fuese presentada a los súbditos.
Fuimos en silencio hasta el carruaje tirado por unicornios.
-Vaya vergüenza nos hiciste pasar, como pudiste tropezar de esa manera frente a los plebeyos —explotó Ingar enojado cuando habíamos pasado el puente de lianas.
-En mi defensa, no solía caminar con tacones altos antes de saber que era yeminesa, era imposible que me acostumbrara en menos de una semana — contesté cruzándome de brazos y resintiendo la suela de los zapatos, que lastimaban mis pies.
-Eres una Fedlimid no puedes mostrarte débil ante los demás —continuó regañándome Ingar.
Fruncí el ceño.
-¿Qué tiene que ver eso con nuestro apellido? —cuestioné al no entender a ninguno de los dos.
-Somos la familia real, no podemos mostrar debilidad ante nuestros súbditos mucho menos de nuestros enemigos —refutó mi padre, quien no dejaba su actitud fría y cortante como el hielo.
-Lo que quieren decir Alfar e Ingar es que en nuestros pies está la gran responsabilidad de dirigir y proteger nuestro reino. Debemos parecer perfectos ante nuestros ciudadanos, les da más seguridad y al mismo tiempo los hace más devotos y obedientes a nuestras normas —explicó mi madre de forma más comprensiva y racional que mi padre e Ingar.