Bijoutier

Capítulo 6

No alcancé a recuperarme cuando un grupo de gente se me acercó hablando todos al mismo tiempo, cohibiéndome. No sabía a quién responderle, la voz no me salía, respiraba entrecortado con el pulso a mil.

-¡Hey! Apártense, denle un poco de espacio —oí una voz masculina dirigirse al gentío, quienes me dieron espacio colocándose a los lados permitiéndome ver al dueño de esa voz, un chico peliazul casi negro y profundos ojos marinos.

A mi lado una pálida chica de cabello afro turquesa, alborotado y ojos color cielo me ofreció una mano para incorporarme.

-Gracias —le sonreí a la chica mientras me ponía de pie.

-¿Está bien su alteza? Era una gran caída —preguntó el mismo chico, quien se acercó.

-Sí, estoy bien. Gracias por preguntar —le agradecí más tranquila— ¿Dónde estoy?

-Cayó en las orfebrerías, habría muerto si nadie le hubiera oído gritar, lo bueno es que se me dan bastante bien los tornados en lugares cerrados —dijo la turquesina, quien era de mí misma altura, su gema plana y ovalada, color cielo incrustada entre su cuello y el pecho.

-¿Tú creaste el tornado? Muchas gracias —le dije a la peliceleste.

-No hay de qué yeminesa —respondió la turquesina, se puso a levitar con las piernas en forma de indio.

-Qué peligroso fue ese pegaso, los del castillo deberían tener más cuidado —se quejó indignada una mujer esmeraldina que tenía un collar de metal en el cuello, estaba casada.

"Y eso que los pegasos están amaestrados, no me imagino cómo sería uno salvaje".

-¿En verdad se encuentra bien, joven yeminesa? —preguntó otro súbdito.

-Sí, solo un poco conmocionada por lo que acaba de pasar, pero en general me encuentro bien —contesté sonriendo con cortesía.

No sé cuándo había aumentado el número de espectadores a mi alrededor, cada vez la gente se amontonaba más y más. Hablaban al mismo tiempo y gritoneaban para llamar mi atención, pese a las clases aun me ponía nerviosa con tanta gente observándome.

-Qué bueno su alteza —dijo el mismo chico peliazul, quien estaba junto a la turquesina que no paraba de levitar.

-No sé cómo compensarte por haberme salvado —me acerqué a la turquesina.

-No tiene que compensármelo, fue un placer ayudarla, mi yeminesa —se negó ella mientras llevaba sus brazos detrás de la nuca.

-¿En serio? No me molestaría compensarte, siento que te debo —insistí sorprendida.

Ella miró al zafirito.

-Si insiste, quizás si nos acompaña a almorzar sería suficiente —propuso ella.

Enarqué una ceja, extrañada y olvidándome de los "modales".

-¿Solo eso? --pregunté incrédula.

Asintió.

-Sería un honor comer junto a la yeminesa --sonrió entusiasmada la peliceleste.

-Está bien, no tengo problemas con eso —luego me surgió una duda— ¿Con decir nos, a qué te refieres?

Ella sonrió maliciosa.

-A mi amigo y a mí—señaló al zafirito.

-Ah —murmuré.

-¿No le molesta a usted, verdad? ¿Comer junto a nosotros? —preguntó el zafirito con sumisa cortesía.

-No, no me molesta —dije con cortesía.

"Solo espero que no me caiga mal la comida de los plebeyos".

Me despejaron el camino para que pudiera pasar.

Les eché un vistazo a ambos de reojo. Supuse que eran solteros, pues ninguno traía alguna argolla de metal en el cuello o en el brazo.

Usaban aún ropa holgada y de verano.

La chica usaba un vestido blanco cuello en v, mangas cortas acampanadas con un estampado de una flor celeste en la manga derecha y otra flor celeste en el costado izquierdo de su pecho, era ceñido por la cintura con una cinta calipso. La falda del vestido le llegaba hasta las rodillas, estaba cosido en su lado derecho con una rejilla viéndose una enagua celeste. Zapatos calipso con taco bajo.

El chico usaba una polera blanca manga corta, con rayas en zigzag y varias falsas gemas color zafiro en forma de perla. El pantalón largo color gris, con rombos azules en sus rodillas y unas zapatillas azules. Era alto, rebasándonos por una cabeza.

Me llamó la atención su gema en forma de pirámide abarcando por completo el dorso de su mano derecha. No podía dejar de pensar en dónde había visto esa gema, no lograba acordarme.

Fui con ellos hasta una kilatería, un edificio grande con un techo de cristal con forma de pentágono y que sirve para profesar la Gemesófia, es decir; el estudio de las gemas, alguna que otra profecía y la Prisma.

Me preocupó que hubiera una fila de varias cuadras esperando para obtener un cuenco con comida.

Y sí había una larga fila esperando su turno, sin embargo, ellos la tenían previsto y se juntaron con unos amigos que estaban metidos más adelante cerca de la puerta del edificio. Eran un chico y una chica.

El chico era bastante alto, debía rozar el metro ochenta, usaba la misma ropa que el zafirito, pero en morado oscuro, ojos y un largo cabello púrpura.




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