En medio del bosque y sin las lunas, solo podía guiarme con la linterna. Algunas raíces sobresalían de la tierra y mi ropa se enganchaba en una que otra rama, las zapatillas me salvaban de hacerme tira los talones de los pies, el sonido de los animales salvajes me tenían tan asustada como la posibilidad de que alguien se diera cuenta de mi huida.
Sonreí cuando estaba a pocos metros del borde, cerca de un árbol de tallo grueso y cuya copa era imposible de ver menos en la oscuridad.
La linterna empezó a fallar y se apagó cuando estuve cerca del precipicio. Me detuve y le daba golpecitos, impacientándome.
-Vamos, préndete. No me falles ahora —le rogué al aparato entre mis manos.
Se volvió a prender en un momento, me afirmé del árbol y apunté hacia el vacío, la caída no sería bonita y los remolinos no serían de gran ayuda tampoco.
“¿Ahora, cómo llego al otro lado? Mi gema aún no se ha desarrollado, tendría que volar para llegar a Amáfiro” como si me hubiese escuchado, un estruendoso y aterrador graznido se sintió sobre mi cabeza, rápidamente lo busqué con la linterna.
Una enorme bestia alada descendió desde el cielo despejado de la noche, era una mezcla entre un león y un águila. Creo que a esta criatura se les suele llamar grifo. Estaría fascinada si fuera irreal, pero no, la bestia era real.
Se me encogió la guata con solo verla y sentí como se me iba el alma del cuerpo. Mis pies se congelaron inmóviles, negándose a seguir mis órdenes.
La criatura mitológica aterrizó a mi lado, era aun más grande de cerca. Me miraba ladeando la cabeza de un lado al otro, olfateó el aire por las fosas de su pico en forma de gancho.
Volvió a ponerse en el aire, volando bajo. Me afirmé del árbol, eran tan fuertes sus aleteos que me podía tirar por el precipicio. Ese era su objetivo.
Tragué saliva al darme cuenta que me estaba cazando, yo era su presa y estaba jugando conmigo.
Se intentó camuflar en el bosque, yo lo seguía con el brillo de la linterna.
La linterna falló de nuevo apagándose, la golpeé con brusquedad en un ataque frenético varias veces y no se encendía.
En un instante, el grifo me agarró con sus grandes garras por sus patas delanteras, llevándome lejos sin rumbo conocido.
El grifo me tenía agarrada en una de sus grandes garras, se había alejado de Aslaug, se dirigía hacia no sé dónde, la oscuridad de la noche solo permitía distinguir solo el agua salada, fría y de olas inmensas del océano debajo nuestro.
-Suéltame, te aseguro que con tantas vacunas mi carne no es buena—le reclamaba al animal que no oía razones, aunque razonar con una bestia que no conoces de nada era estúpido.
Ya me estaba imaginando en un enorme nido en una montaña empinada rodeada por crías jugando a cazar y matar la comida, es decir, conmigo.
Tragué saliva asustada.
-Ya suéltame maldito animal ficticio del medioevo, suéltame—me quejaba y lo insultaba como si me pudiera entender. Intenté alcanzar el puñal, pero sus garras no me permitían sacarla.
Estábamos entre un par de islas, una grande y otra que no sé si llamar isla porque era pequeña, la pequeña isla estaba alfombrada por un montón de árboles y probablemente piedras, aunque en la oscuridad era difícil distinguir otra cosa que las copas de los árboles y las olas del mar.
Traté de zafar mis brazos, dejándolos sueltos en una de los dedos escamosos, duros y afilados característicos de las aves.
Afortunadamente no había perdido la linterna cuando el grifo me atrapó, la tenía empuñada en mi mano con la correa atada a la muñeca. La tomé con ambas manos dándole golpecitos para volver a prenderla, se prendió y se apagó varias veces antes de establecerse una cegadora y destellante luz blanca.
-¡Suéltame maldito grifo o lo que sea que seas!—le grité apuntando la fuerte luz a su cornea.
La bestia mitológica soltó un graznido, al cegarla con la luz de la linterna y me soltó en el aire.
Y en ese instante que me soltó, viendo el suelo a varios metros sobre las copas de los árboles, cayendo rápidamente con el efecto de mi peso y la gravedad; me di cuenta de mi error, un terrible y aterrador error.
Un grito agudo y desesperado salió del fondo de mi garganta, con los brazos abiertos, la mochila tratando de escapar sin éxito de mis hombros, y el viento pegando en mi cara y cuerpo.
Cerré fuertemente los ojos, aterrada, negándome a abrirlos arrugaba la cara y el ceño.
Sentí mi cuerpo pasar rompiendo débiles ramas sobresalientes de los árboles, dolorosamente amortiguando mi caída. Tras, tras, tras hacían las ramas mientras lentamente caía hasta que terminé enredándome entre varias ramas gruesas de un árbol a pocos metros del suelo.
Abrí lentamente un ojo, ya no había peligro, dudosa abrí el otro. Mis brazos estaban atrapados entre unas ramas, la linterna continuaba en mi mano, la mochila en mi cabeza y mi cuerpo completamente enredado con las ramas aplastándome.
Si saltaba no sería tan dolorosa la caída, quedaría con uno que otro moretón, pero viviría.
Sujeté con fuerza la linterna y fui recogiendo los brazos empujando las ramas que querían apretarlos, negándose a soltarme, castigándome por romper y lastimar a las otras ramas y árboles.