Miré de nuevo el mapa con ira, reprimí las ganas de hacerlo mil pedazos, lo hice una bola y lo guardé en la mochila sin importar dónde cayera.
-Ya no le hagamos caso al mapa, puede que esté desactualizado. Haremos otro. Viviann ¿puedes mirar sobre los árboles y comprobar si hay una superficie de agua más adelante que no sea el mar? —le pedí a la peliceleste.
Ella no se veía con muchas ganas.
-Lo haré, pero no me gusta trabajar tan temprano —se quejó Viviann.
Viviann se elevó flojamente hasta perderse entre las copas de los árboles, lo hacía con una lentitud desesperante, me impacientaba.
En unos minutos, Viviann regresó igual de floja.
-Hay un lago pequeño más adelante, creo que nos tardaremos muchos días en llegar —informó la turquesina.
Me senté en el suelo donde llegaba el sol, alejada del socavón, necesitaba sacar el cuaderno cuadriculado universitario y un lápiz grafito de la mochila. Le pedí a Viviann que me describiera lo que vio desde arriba sobre las copas de los árboles, iba a crear un nuevo mapa de Feriskald. Lo que fuese necesario no solo para llegar al lago, sino también al Pozo de la Perdición. Por suerte era buena dibujando, algo que pudiera sacarle provecho a la afición que le tenía a la animación japonesa y a las clases personalizadas de biología de papá, él siempre me decía que me ayudaría a comprender mejor la anatomía con esquemas y muchos dibujos.
El continente parecía un riñón, en la cabeza tenía una gran montaña, a pocos metros de la montaña, se encontraba el lago que Viviann mencionó, debíamos seguir bordeando Feriskald a través del bosque evitando meternos en el interior, no podíamos perdernos en este o podríamos estar adentrándonos en el territorio de algún animal salvaje agresivo. Puede que no confíe en ellos y me comportaba como una cabra chica malcriada con mi intento de volver a casa, pero no por eso iba a condenarlos a morir.

Llevábamos un par de semanas caminando sin rastros del lago que Viviann había visto, realmente estaba lejos.
Me estaba empezando a cabrear. Estaba con las piernas cansadas, la ropa sucia y el desodorante ya no servía para ocultar los olores, me picaba todo el cuerpo, ya no podía esperar por darme un baño, aunque fuese un baño de agua helada.
“Debí haber empacado toallas húmedas” me reprendí mentalmente.
Por lo menos no era la única que necesitaba el baño, pero no iba a quejarme, no quería parecer todavía más una cabra chica caprichosa.
Traian durante estos días extraía agua de los árboles para que podamos beber, aunque no era suficiente como para asearse las áreas más necesitadas de limpieza.
Ely se encargaba de armar y desarmar el campamento, protegiéndonos de la intemperie y los animales salvajes.
Gunther era el que se encargaba de la caza, no solía usar mucho los venenos a menos que hubiera un animal grande como el yelunis, prefería usar trampas donde normalmente caían conejos o una especie de chinchilla dorada.
Yo me aseguraba que lo que comiéramos no estuviera podrido, con parásitos, o que estuvieran enfermos. Después de todo, fue mi idea azar el yelunis nuestra primera noche en el bosque, y las otras noches también los obligaba a cocer lo que Gunther cazaba.
Viviann llevaba nuestro improvisado mapa y evitaba que nos expusieramos en algún peligro como caer de un acantilado o adentrarnos a la guarida de un animal salvaje.
Nadie había vuelto a preguntarme de nuevo por lo que sucedió en el castillo.
Era mejor así.
No quería involucrarme mucho con ellos, si bien no parecían malos chicos, aún dudaba, me negaba a confiar en nadie.
Otra noche pasó sin rastros del lago, estaba amaneciendo en Feriskald.
No tuve pesadillas esta noche, pero aun así sentía la cabeza pesada y somnolienta.
El frío me heló el cuerpo pese al polerón y la parka, se estaba aproximando el invierno en Feriskald al igual que en Amáfiro y se sentía aún más el frío al ser un lugar tan húmedo y con poco sol.
Salí de la carpa con la mochila para buscar ropa más adecuada al clima otoño-invierno. Busqué un chaleco, todavía no me iba a poner las primeras capas que mamá me compró para el invierno el año pasado.
Estaba un poco alejada para desvestirme y vestirme más tranquilamente, me avergonzaría si me veían medio desnuda y sucia.
Mi mente estaba aún medio dormida y susceptible, un sonido a lo lejos me comenzó a llamar por mi nombre.
“Ven a mí… ven a mí… yeminesa, ven… yeminesa…” resonaba en mi cabeza.
Mi mente en un momento se puso como en trance, mi sentido que me advertía normalmente del peligro se apagó junto a mi consciencia, pese a estar despierta, perdiendo el control de mí misma y de mis alrededores, sin saber lo que hacía.
Lo único que podía reconocer era aquel sonido que me llamaba a lo lejos de forma constante e intermitente.
Sin embargo, una parte de mi mente luchaba por liberarse del trance hipnótico al que estaba sometida hasta que logré liberarme. Veía ligeramente borroso por unos segundos hasta recobrar todos mis sentidos.
Me sobresalté cuando mis ojos no reconocieron el lugar donde me encontraba. Di una vuelta completa sobre mí misma, el campamento y los plebeyos no estaban, tampoco encontré mi mochila que recordaba tener en las manos.
Volví a dar varias vueltas sobre mí intentando buscar a los plebeyos sin éxito.
Pensé que solo estaba desorientada y me había perdido, aunque no tenía idea cómo me perdí si no me había alejado mucho del campamento. Tampoco era la primera vez que me distanciaba del campamento en silencio, pero nunca me alejaba demasiado como para dejar de ver la tienda de campaña hecha con ramas y hojas de Ely, siempre me mantenía cerca.
-¿Hola? ¡¿Alguien me escucha?! —pregunté lo más fuerte que me daba la voz.
No sabía si me habían oído.
-¡¿Alguno me escucha?! —pregunté de nuevo.
-¡¿Viviann?!...