Era una nueva mañana en el bosque de Feriskald, desperté de nuevo con la cabeza pesada y somnolienta, estaba más helado que ayer. Miré alrededor de la carpa en búsqueda de mi mochila, con el cansancio y las prisas de huir del aramico no me había acordado de esta, quería buscar un chaleco que pudiera ponerme encima o lo que sea para abrigarme del frío, la vi en los brazos de Viviann, quien estaba hecha un ovillo alrededor de la mochila.
Me acerqué a Viviann con la intención de despertarla, la removí con la mano varias veces y no despertaba. Se quejó entre sueños y luego se dio la vuelta con la mochila.
Intenté removerla una vez más, pero no despertó, tenía el sueño bastante pesado.
-Viviann, necesito mi mochila —susurré intentando que se despertara llamándola, pero fue inútil.
Me ganó la impaciencia y me agaché a su altura para quitarle la mochila de las manos con algo de brusquedad, aun dormida no la soltaba, sus manos se mantenían firmes en su agarre.
Cuando se la quité, pasé a llevar a Traian que estaba cerca de la peliceleste, despertándolo sin querer.
Ely solía acostarse en la parte más interna de la carpa, Gunther al ser el más grande ocupaba un costado, Traian en otro costado y Viviann se ponía al medio de todos.
Él se despertó con brusquedad, desconcertado.
-Lo siento —susurré sintiendo culpa por haberlo despertado.
No podía creer que con todo el movimiento que hice Viviann no se hubiera despertado y Traian sí.
Él me miró y luego asintió, mientras se sentaba bostezando.
-Buenos días, yeminesa —susurró con cortesía.
-Buenos días, perdón por despertarte, pretendía despertar a Viviann, quería sacar algo de mi mochila —me excusé avergonzada.
Él miró a Viviann y luego a mí.
-Ya vio que despertar a Viviann es imposible ¿no? —dijo con un brillo de diversión.
Asentí con una mueca.
Me senté un poco alejada para poner la mochila en el suelo y buscar un chaleco grueso que sabía que había guardado cuando me vine a Bijoutier, encontré un chaleco rayado negro y verde. Tuve que sacarme el cortaviento y el polerón para poder ponerme el chaleco.
Temblé cuando me quedé solo en polera, pero no duró mucho y sentí mi cuerpo calentarse al colocarme el chaleco, el polerón y el cortaviento, aislando mi cuerpo del frío matutino e invernal.
Cerré la mochila y me la colgué en la espalda.
-Vaya que hace frío —murmuré pensando en voz alta.
Calenté mis manos soplando un poco de vapor.
-Es natural, estamos casi en invierno —respondió Traian, quien estaba prácticamente en polera y no se había inmutado por el frío.
Me dio envidia verlo.
Me crucé de brazos para aumentar el calor en mi cuerpo y me frotaba las piernas que solo tenían un sucio pantalón de jeans.
-¿Tú no tienes frío? —le pregunté con el ceño fruncido.
Él negó con la cabeza.
-No, no suelo sufrir por el frío. Estoy acostumbrado por mi elemento —contestó Traian en un susurro.
-Ah —me limité a decir sorprendida.
Estuvimos en silencio unos minutos hasta que Ely y Gunther se despertaron.
Nos sentamos en unos troncos alrededor de la fogata que había prendido hace poco, se asaban unos extraños conejos de orejas con forma de puños que Gunther había cazado, con el olor de la carne asándose Viviann flojamente se dignó a salir de la carpa.
Ella bostezó antes de sentarse con nosotros.
-Buenos días ¿ya está la comida? —preguntó Viviann sentada con flojera.
-Todavía no Viv, le falta un poco —contestó Gunther quien vigilaba que los conejos no se quemaran de más.
Lo había pensado muy bien y ya era hora de que les contara sobre lo que escuché en el castillo, solo esperaba no arrepentirme de esa decisión.
Sentí la garganta apretada y me costaba tragar por los nervios, tenía el pulso acelerado como si estuviera corriendo una maratón.
El ambiente estaba tenso, o al menos así lo sentí yo.
Esperé que todos terminaran de comer.
Inhalé profundo varias veces preparándome para soportar lo peor. Los miré a los ojos con la espalda recta y el cuerpo rígido, ya no había vuelta atrás.
-Escuchen, lo he pensado seriamente y creo que ya es momento de contarles lo que ocurrió en el castillo —les revelé mis intenciones, captando su total atención— antes de continuar quiero advertirles que no es fácil para mí hablar de esto, me cuesta aceptarlo y el que quiera retirarse es libre de hacerlo. También me disculpo por arrastrarlos en mis problemas.
Me miraron atentos sin pronunciar ninguna palabra, el ambiente se puso pesado y tenso.
Sentí de nuevo que se me apretaba la garganta.
-Lo que sucedió con el pegaso no fue un accidente, han querido deshacerse de mí desde que puse un pie en Bijoutier, yo no lo sabía hasta esa misma noche —comencé a relatar con lujo de detalle— los escuché a escondidas que iban a… lo que escuché me obligó a huir, porque era probable que no sobreviviera una noche más en ese castillo. Todo por no estar dentro de sus planes y me consideraron un cacho.
No me atrevía a revelar explícitamente que era una bastarda, es decir, una hija ilegítima.
-¿Pero por qué no acudió a la Keratione o el Keration? ¿Ellos no podían ayudarla? —preguntó Gunther con el ceño ligeramente fruncido, extrañado.
-Porque quienes querían deshacerse de mí eran precisamente ellos, la familia real de Aricuos me quieren muerta —contesté sintiendo la boca amarga— me intentaron envenenar sin que yo me diera cuenta, pero por alguna razón logré resistirlo y lo vomitaba todo.
-¿Por qué quieren deshacerse de usted, yeminesa? —preguntó Traian preocupado y tan confundido como los demás.
Me estremecí sintiendo la guata pesada y el pulso aún más acelerado.
-Porque… solo soy hija de la Keratione, no comparto sangre con el Keration —admití muy a mi pesar, desvié la mirada temiendo que me juzgaran— no sé quién es mi padre biológico, no lo mencionaron y tampoco iba a preguntarles. Es probable que no sea una yeminesa de sangre pura o al menos solo la mitad.