Desperté desorientada y confundida, mi mente estaba tratando de entender qué había pasado, sentía una fuerte jaqueca como cuando te da migraña. Estaba de pie y de espaldas a una densa pared e intenté moverme, pero algo aprisionaba mis tobillos y muñecas. No había mucha luz, salvo por unas falsas gemas zafiro y amatista, al adaptarse mi vista a la oscuridad, estaba encadenada y sola, con una mordaza en la boca que me impedía gritar por ayuda.
Miré como pude la habitación de piedras cuidadosamente apiladas, ya no debía estar en Feriskald eso estaba claro, pero no reconocía dónde estaba. El aire era denso, casi asfixiante, debía estar bajo tierra y con escasos sistemas de ventilación o sin este.
Se me cayó el alma del cuerpo al ver acercarse nada más ni menos que a la Keratione, es decir, a mi madre. Mi cuerpo se puso a temblar en cuanto la vi, quería escapar de allí, pero las lianas me tenían atrapada junto a la pared.
Y luego recordé que había sido emboscada cuando Ely me dejó sola en medio del bosque.
<<-¡Es la yeminesa! —una voz gruesa y dura exclamó a mi alrededor.
Unos hombres de la Guardia Real me rodearon, no esperaba a nadie que no fueran mis amigos, Traian o Ely. Debían ser como cinco o seis orferinos, mayormente amatistas, lo que me puso más nerviosa.
Me puse a la defensiva, asustada.
-Yeminesa, tenemos órdenes de llevarla de vuelta al castillo —anunció con la misma voz gruesa, quien debía ser el líder al ser más viejo, iba vestido con una armadura y falsas amatistas.
-¡¿Qué?! ¡No! ¡No quiero! —protesté alterada.
No había terminado de entender del todo la situación, solo que debía correr, ya que no estaba considerada mi opinión en su orden...>>
Debía estar en el calabozo o en alguna habitación de tortura. Un lugar del castillo que nunca vi durante los meses que creía ser querida por mi madre biológica. Ella lucía tan perfecta, noble y frágil como recordaba, esta vez no me iba a volver a engañar con su hipócrita cara.
-¿Cómo se les ocurre tratar de este modo a mi heredera? Tratarla como una criminal, liberen a su yeminesa en este mismo instante —ordenó inflexible como la suprema gobernante que era.
-Pero su majestad... —objetó una voz gruesa que recordaba, era el líder de los guardias que me emboscaron.
-¿Intentas desobedecer mi orden? —acusó al guardia que intentó contrariarla, no había ninguna expresión reconocible en su inmaculado rostro— dije que la liberen y espero que se retiren en cuanto lo hagan.
-Sí, su majestad —respondieron los guardias.
En cuanto fui liberada, mi cuerpo cayó por su propio peso con las manos cubriendo mi rostro y signos vitales. No supe cuánto estuve de pie y encadenada.
Cuando me levanté, ella me tomó de las manos con un aparente cariño, no sabía cómo reaccionar a su invasión, me apretaba con una extraña fuerza que me advertía tener mucho cuidado.
-Oh, Cosette. Me alegra mucho que hayas vuelto de tu expedición —dijo con un extraño entusiasmo y falso cariño.
Fruncí ligeramente el ceño.
-¿Expedición? ¿Qué expedición? —cuestioné confusa.
-Sí, la expedición de reconocimiento como descanso a tus estudios —aclaró ella— lamento interrumpir tus vacaciones de una forma tan bochornosa para nuestra familia, sin embargo, te explicaré los motivos de por qué debieron ser interrumpidos tan de repente, cariño.
Sus palabras tenían una intención oculta que me obligaron a obedecer, esperando la explicación de mi secuestro.
Mi madre esperó que no quedara ningún guardia en la habitación.
Me sacudí con brusquedad sus manos, su mero contacto me causaba repulsión.
-¿Por qué me obligaste a volver? —le solté sin poder evitar reclamar con rencor, me clavé las uñas en la mano para no llorar y parecer más débil frente a ella.
-Qué poco cariñosa has vuelto, querida hija —se quejó en un falso gesto herido— era necesario que volvieras para retomar tus responsabilidades como yeminesa.
-Por favor deja de actuar, sé muy bien que mi presencia aquí nunca ha sido grata y es mentira que me quieres —detestaba que siguiera tratándome como a una idiota.
Todo el respeto que le tenía se esfumó desde que supe que quiso deshacerse de mí matándome y que usó el Pozo de la Perdición para deshacerse de mi existencia siendo solo una guagua.
-Está bien ¡Ay, qué alivio! Ya estaba aburrida de fingir tanto cariño, gentileza y compasión. Es bueno poder descansar de vez en cuando —admitió con descaro, mostrando por primera vez su verdadera cara— pero como ya he dicho debes tomar tus responsabilidades como yeminesa y por eso ordené que te trajeran de vuelta.
La miré confundida.
-¿Responsabilidades? ¿No querías deshacerte de mí? —le pregunté exigente y dolida— ¿por qué me buscaste? ¿por qué me obligaste a volver si no me querían en su vida?
Se miró las uñas indiferente.
-Si no querías que te encontrara pudiste irte de donde viniste durante estos dos meses que huiste, hasta me facilitabas el trabajo de eliminarte —contestó con una calma desesperante— ahora la situación ha cambiado y necesitamos que respondas a tu deber real. Quién diría que hasta una mosca puede ser útil a veces.
Me dolió que pensara en mí como un insecto.
-¿Qué es lo que quieres de mí? Madre, pensé que querías deshacerte de mí ¿por qué ahora te soy útil? Según tú —le pregunté a la defensiva.
-Debes casarte con Zaín Faustus —fue al grano.
-¿C... c... casarme? —no pude evitar carraspear desconcertada, sin poder creer lo que oía.
-Sí, con el yemino de Ignita —reafirmó ella.
La miré más que disgustada con la idea de casarme con un completo extraño y que no amaba.
-¿Qué? ¡No! No puedo hacer eso, no quiero —me negué asqueada.
-No te lo estoy pidiendo, es una de tus responsabilidades y como yeminesa y una de las más importantes —declaró inflexible— mejorar la diplomacia entre nuestro reino y el de Ignita.