Billete de ida (narciso)

Capítulo 38: Jaque mate.

Capítulo 38: Jaque mate.

Si pudiera describir el silencio diría que los matices importaban.

Siempre.

No era lo mismo un silencio donde un grito se ahogaba y el dolor te destrozaba con tanta contundencia que rompía algo dentro de ti que otro tipo de silencios.

Existía el matiz del silencio tras una noticia fatídica y que te desquebrajaba hasta tal punto que tenían que pasar horas, días, meses e incluso años para que pudieras asimilar lo que había sucedido y, aun así, una parte de ti, por muy pequeña que fuera, aún dudaba de la veracidad de lo ocurrido.

Estaba ese silencio cómodo que te hacía sonreír automáticamente porque estabas compartiendo tiempo con una persona especial. Ese silencio que podríamos definir como el silencio de dos personas conectando su alma con una mirada, con tanta intensidad y amor que es que las palabras sobraban.

No todos los silencios eran malos o buenos, también existían los silencios traviesos, por ejemplo, cuando hacías alguna diablura y te obligabas a ti mismo a quedarte bien calladito porque si hablabas conseguirías algún tipo de reprimenda.

Estaban los silencios llenos de orgullo, donde por mucho quisieras hablar, la sonrisa que surgía en tu rostro, no te permitía decir nada coherente. Y para mí, era uno de los silencios más bonitos y puros que alguien podía recibir.

Y luego estaba el silencio triste, un silencio duro de digerir porque era un silencio que no tenía consuelo. Que dijeras lo que dijeras, era inútil e inservible. Ese tipo de silencios donde querías ser interrumpido por cualquier ruido porque no había palabra en el mundo que te hiciera escapar de esa situación.

Y yo estaba en uno de esos silencios tan incómodos.

—Toma —Me ofrece el folio de nuevo, tomando las riendas de la situación antes de que alguno de los dos nos sintiéramos superados—. Tu madre hablaba de mí —Se limpia las gafas en la camisa, descolocándose el perfecto traje y mostrando una imagen de sí mismo más humana—. Y creo que ella sabía que había algo fuera de lugar, y por eso decidió mandarme ese tipo de señales. Al menos intentarlo.

—No tiene sentido, si Sanders estaba en España, cómo iba a impedir que te llegaran las notas o cartas o lo que fuera.

—Hija, ¿aún no te has dado cuenta de la mafia que hay detrás del nombre de Callum Sanders? Además, tu zona es…, ¿cómo llamáis a los extranjeros europeos y estadounidenses?

—Guiris. —Le ayudo a encontrar la palabra.

—Tu ciudad es de eso —Me causa ternura que no sea capaz de decir la palabra—. Y Sanders es sólo el cabecilla, ahora mismo podría darte como mínimo quince nombres de proxenetas, raptores, asesinos a sueldo, peones y un largo etcétera.

—¿A qué te refieres?

Me asusta la seriedad con la que habla y el darme de bruces con la realidad: el negocio de Sanders no se limitaba a unas pocas personas, había una guerra abierta contra él y su gente. Una organización que podía permitirse el lujo de corromper incluso a los eslabones más débiles de la policía, que estaban en búsqueda y captura y que tenían a sus pies a la peor calaña de la sociedad.

Jhon nunca bromeaba. Era un hombre serio, calculador y, aun teniendo muy poco tacto, te preparaba para ofrecerte información.

Creo que estoy recibiendo… —Deja de leer—. Esa es la primera nota, «correrá peligro. Es nuestra hija y por culpa de las decisiones de su padre, estamos en peligro. Nela está en peligro».

Cierro los ojos y hago memoria de las otras notas que tantas veces he leído y juntado como si fueran un puzle para darles un sentido y un algo en común.

«Creo que estoy recibiendo amenazas. Dile que le amo, pero que no aguanto más. No puede seguir haciendo esto, el destino está escrito. No quiero irme, pero no me han dado opción. Si no me alejo, ella correrá peligro. Es nuestra hija y por culpa de las decisiones de su padre, estamos en peligro. Nela está en peligro.»

—Carmen era inteligente y supo protegeros todo lo que yo no fui capaz.

Había cosas que empezaban a cuadrarme, por ejemplo, la obsesión de mi madre por mantener siempre la llave y tres cerrojos puestos antes de ir a dormir. Su manía de mirar cada rincón de la casa después de volver de trabajar o de hacer recados. Amaba el gotelé porque decía que era más complicado estropear la pared. Y desde luego, todas las noches llamaba a mi tía Isabel antes de irse a su habitación a dormir.

—No —A pesar de todo, sigo sin poder creerle, no porque dude de su palabra, sino porque me resulta inverosímil—. ¿No hubiera sido más fácil llamarte? Tenía tu número, lo recuerdo bien porque durante cuatro años te estuvo recordando que tu hija cumplía años.

No quería sonar como una pulla, pero las palabras nacen de mi boca sin poder evitarlo.

Sabía que Jhon nos había protegido todo lo que había podido, pero también había reconocido ser un cobarde.

Y, por mucho que quisiera creerle, no me cuadraba que de todas las opciones que existían, si mi madre tenía miedo y, sobre todo, temía por mi vida, jugara a escribir cartas y tener la esperanza de que la situación mejoraría.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.