Billete de ida (narciso)

Capítulo 40: La ciudad que no existe.

Capítulo 40: La ciudad que no existe.

24 de enero, 2020.

Jhon y yo acabábamos de entrar en la consulta con la Doctora Dabrowska mientras dos guardaespaldas de máxima confianza de mi padre custodiaban el lugar y mostraban su disconformidad a cada persona que se quedaba cerca de la sala de espera.

Imaginaba que estaban vigilando a todos los que aguardaban su turno con otra terapeuta o que con ojos curiosos se asomaban a ver qué estaba ocurriendo y por qué se encontraban rodeados de personas con traje y pistolas.

No podía culparles, yo también tenía una vena cotilla que me hacía querer saber todo. Es más, desconfiaba de quienes no tenían interés por conocer lo que sucedía a su alrededor porque eso significaba, en mi opinión, que o bien se creían el ombligo del mundo o es que sabían más de lo que decían.

Jhon se anuda la corbata, poniéndome incluso nerviosa mientras esperamos en silencio a que Odetta termine de mirarnos a ambos.

La inquietud de mi padre era evidente y en su expresión corporal quedaba muy claro cada vez que intentaba dejar de mover la pierna como si fuera un tic nervioso.

Habíamos dejado a Caroline con Wolfgang mientras le acompañaba a una sesión psicológica para aceptar lo que le había ocurrido.

Esta vez, había sido la propia Carol quien se lo había pedido, alegando que yo también necesitaba continuar con las sesiones conjuntas con mi padre.

Ella no merecía todo lo que estaba viviendo y lo que arrastraba con su pasado. Caroline Koch era luz y por mucho que intentaran arrebatarle esa bondad, nadie era capaz.

Y eso, que no paraban de intentarlo.

—Te observo nervioso —Se dirige a Jhon, tuteándolo como había hecho desde las primeras sesiones y apuntando algo en su libreta—. Me comentaste algo sobre el incidente la última vez, ¿quieres seguir hablando de ello?

Aún me sorprendía que Jhon Schrödez, el gran abogado que no se despeinaba ante ningún caso o juez y que era conocido por caracterizar y llevar el peso de ser la definición andante de la-frialdad-alemana-no-es-sólo-un-cliché estuviera tan comprometido con su salud mental y mejorar la relación de ambos.

Me sorprendía, sí; pero de una manera muy grata.

—No.

Eso no era algo nuevo para mí. Jhon era escueto, directo y desconocía el significado de hablar con tacto.

—Bien, es un buen punto de partida no querer hablar de ello —deduce con pericia Odetta—. ¿De qué quieres hablar?

—Me llamó «papá».

Se le escapa una sonrisa al decirlo, ni siquiera intenta ocultarlo.

—¿Cómo te hizo sentir cuando lo escuchaste?

—Validado.

—Entiendo —Apunta algo y me mira a través de los cristales de sus gafas—. Usualmente le llamas por su nombre, qué te hizo darle ese crédito.

A diferencia de Jhon, yo no tenía tanta capacidad para responder justo cuando me habían hecho la pregunta.

Necesitaba procesar en cierta manera las palabras antes de dar una contestación.

O sea, sí que podía decir lo primero que se me pasaba por la cabeza, pero es verdad que no siempre era lo cierto o lo que realmente quería decir. Por ello, me tomaba algo más de tiempo cuando hablaba con la psicóloga.

—Me nació solo —Acabo reconociendo—, no podría dar una explicación. No lo pensé, simplemente fue algo involuntario.

—¿Te arrepientes?

Miro de reojillo a Jhon, quien mira la hora de su reloj intentando ocultar la ansiedad que le acababa de surgir.

Él tenía miedo a que un impulso me hubiera ganado y no volver a escuchar de mi boca un «papá».

No me quería forzar a mí misma a llamarle así, le quité ese crédito hacía cuatro años como forma de castigo y me había acostumbrado a decirle por su nombre.

De eso habían pasado cuatro años y demasiadas cosas habían cambiado.

—No —Tomo aire antes de seguir hablando—. Se lo dije porque así lo sentía y supongo que, si en algún momento me vuelve a nacer, no dudaré en repetírselo. Poco a poco.

No lo sabe porque no está atento, pero me nace del corazón mirarle directamente porque quería que supiera que estaba siendo sincera.

Sólo que él, había hecho bien en definirse a sí mismo como cobarde, porque no estaba teniendo las agallas para aceptar las palabras que tenía para dedicarle, tanto buenas como malas.

Su único gesto es asentir, algo más tranquilo, pero sin ser capaz de mirarme.

No iba a quejarme.

Era su manera de sobrellevar la situación.

—En una de nuestras primeras sesiones —La Doctora Dabrowska vuelve a tomar las riendas de la sesión—, Nela me comentó que le había dolido que le privaras de la opción de ser ella quien hablara de la pérdida de su madre, ¿quieres contarnos por qué lo hiciste?

—Ella no iba a hacerlo —Deja caer su brazo en el respaldo del sofá, mostrándose confiado y recuperando la imagen de ser impenetrable ante el resto de los mortales—. Además, es menor de edad, considero que como padre tenía esa obligación de informar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.