Billete de ida (narciso)

Capítulo 46: La mirada García.

Capítulo 46: La mirada García.

10 de febrero, 2020.

Nunca había estado en un funeral antes porque nunca había tenido la oportunidad de estar en uno, ni siquiera en el de mi madre ya que había sido 3 días antes de que yo despertara.

Supongo que había sido un capricho de la vida o simplemente casualidades que me habían roto un poco más.

¿Se suponía que la vida era un ciclo en el que se sumaban experiencias? Porque yo lo que estaba viviendo era una especie de caída libre en el que no llevaba un arnés de seguridad. Eso, o es que soy la reencarnación del ser humano más vil, cruel y sin corazón que ha existido en el planeta Tierra.

Y lo más curioso de todo, si es que esa palabra era la adecuada, es que ahora me encontraba en un funeral, el último de todos a los que habíamos asistido.

Un fin de semana que debía haber sido de celebración y de planificar estrategias políticas en las que yo estaría presente y que sólo me dedicaría a asentir porque hola-no-entiendo-nada-de-lo-que-habláis-pero-seguid-haciéndolo-que-yo-finjo-escuchar, se había convertido en el tormento y había paralizado al país por completo y que había hecho que mi tía y mi abuelo dejaran de lado su odio, su enemistad o lo que les impidiera reconciliarse con su pasado para hacerle frente al suceso que había roto hasta la coraza más dura.

Y Konrad, cuando había visto a su padre, Steffen, había olvidado todo el rencor que parecía tenerle sólo para llorar y abrazarle.

No sabía que había pasado entre ellos dos, ni tampoco con el resto de los hermanos. Me hacía una idea y suponía que tenía que ver con Manuel: el cuarto hermano de los seis Schrödez y, ahora en vez seis, quedaban cuatro.

Me fijo en Steffen y me doy cuenta de que todos tenían el pelo rubio como él, aunque de diferentes tonalidades, pero todos tenían ese algo que, una vez los conocías, veías la semejanza familiar que todos ellos tenía con su padre. En especial los gemelos.

Al menos el que quedaba.

Dios santo.

Era demasiada gente allegada a mí la que estaba perdiendo la vida.

—Voy a darle el pésame a tu tío Donny.

Mi tía me da un último achuchón antes de caminar con nervios hacia Donald Schrödez.

Donny le sonríe y hace algún tipo de comentario que no consigo escuchar, pero que lleva a Isabel a hacer su momento dramático sin poder evitarlo y que, tal vez, debería haberse ahorrado, pero que ni siquiera mi tío le tiene en cuenta y muestra una sonrisa demasiado sincera.

Y se abrazan.

Y entierran por un instante el hacha de guerra que llevaba en disputa durante años.

Y se abrazan con tanta fuerza y desesperación que no sé decir quién es cada uno de lo unidos que están y juraría que, si no supiera el odio de Isabel a Donny y que estábamos en un velatorio, me creería perfectamente que se trataba de un reencuentro entre dos examantes que volvían a darse una oportunidad.

—Lo siento mucho, Steffen —Le doy el pésame cuando se acerca a mí y me da un pequeño apretón en el hombro—, de verdad que lo siento...

Había sido mi maestro de alemán y estaba acostumbrada a hablarlo con él y eso que él, dominaba la lengua española a pesar de su marcado acento teutón.

—Tal vez debería darte yo el pésame —No estaba familiarizada con esa coraza, al contrario, siempre me había parecido realmente entrañable, pero aquí, en tierras germanas, se transformaba en un hombre serio y distante—, al fin y al cabo, has tenido tú más contacto con mis hijos que yo en años.

Carraspea, curiosamente, sintiéndose fuera de lugar en el país donde había nacido y crecido y junto a la familia que un día decidió formar.

Era curioso cómo el destino te hacía sentir tan ajeno a lo que un día pudiste llamar hogar. Y Steffen, estaba en esa situación.

—Era tu hijo…

—En eso tienes razón —Ahí estaba esa actitud cercana que tan familiar me resultaba—. ¿Dónde está tu padre? Aún no lo he visto…

Mueve el bastón nervioso y preocupado.

—Hablando con periodistas… —Me muerdo el labio inferior cuando veo a mi padre acercándose con la quijada apretada y las manos cerradas como si estuviera preparándose para pegar algún puñetazo—. Ahí viene…

Jhon había tenido que compadecer en los medios porque de alguna manera tenía que justificar el ataque de Wolfgang hacia un reportero, también había dado su versión de los hechos porque temía que la policía berlinesa estuviera contaminada por lo que había denominado traidores y porque quería hablar, por primera vez y siendo valiente del acto terrorista.

Y yo me había sentido orgullosa al recordar cómo había dejado claro al país que las muertes habían sido planificadas por un grupo terrorista dedicado al tráfico de personas y prostitución, en especial, niñas menores de dieciocho años.

Y también había mandado un mensaje de esperanza cuando su sobrina estaba desaparecida y había conseguido profiriendo con una oratoria perfecta y envidiable que el foco mediático recayera en Callum Sanders, consiguiendo que su cara estuviera empapelando las calles de toda Europa y señalándolo como el responsable a él y a los suyos de la muerte de su hermano y otros civiles.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.