Bilogía Magia y Luz: Desnuda

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Sin fuerzas para atreverme luchar

Jenice

En el  Actual…

 

Algo huele.

¿Lavanda?

¿Laurel?

¿Lima?

No sé qué hacen todos estos olores juntos, pero la combinación es asombrosa.

Intento abrir mis ojos.

No puedo. 

Algo me impide ver, es como un pañuelo que los cubre. No siento mis manos ni mis pies. 

Mando a mi cuerpo a moverse. Me siento herida, lastimada de los pies a la cabeza. Me arde el brazo derecho y el estómago. Me siento en una ruleta rusa. La cabeza me gira como un trompo sin control.

Parpadeo rápidamente detrás de la venda que me cubre la vista.

NO SE DONDE ESTOY. 

Mis sentidos se alteran. Escucho respiraciones y una voz grave que dice: 

—Levántenla. 

—Está muy lastimada mi señor. Deberíamos curarla mientras está adormecida.

—¡He dicho que la levantes! 

—Señor, Uriel. Con el debido respeto. Soy el sanador, ella no puede estar en pie. Mi recomendación…

—Con el debido respeto Sanador – Dijo interrumpiendo el otro hombre con sorna – No me interesa lo que creas mejor o no. Si no quieres estar aquí, puedes irte. Después de todo no hay Puerta que te lo impida.

Escucho un golpe seco, pasos alejándose, al parecer el sanador se dio por vencido y me dejo sola, luego siento como tocan mi piel para levantarme de donde sea que este. Al parecer el dueño de la voz grave es el jefe aquí.

Mi posición era bastante incómoda. Mis manos y mis pies estaban amarrados juntos en la espalda. Pareciera que tengo mucho tiempo así ya que no siento mis extremidades cuando comienzan a desatarme.

Quien me libera  no tiene más opción que sujetarme para no dejarme caer.

Siento otra persona acercándose a mí. Se me acelera el pulso y tengo ganas de  ver.

Un dedo.

Un dedo me sujeta la barbilla, empujando mi cabeza hacia atrás. Soy observada meticulosamente. 

Mi voz no quiere salir. 

Siento mi garganta raspada. 

—La hija de Gabriel  justo enfrente de mí. —Las vueltas que da la vida. -escucho a la voz.  - este día jamás pensé que llegaría.

El inepto que me sostenía decide que mi cuerpo pesa demasiado o no necesito de su ayuda y me suelta. 

Estoy en el suelo… piso, tierra no sé qué rayos es.  Comiendo polvo por boca y nariz.

Me levanto lenta y dolorosamente. 

El dueño de la voz retira lo que tapaba mis ojos de un solo tirón...

Frente a mí está el hombre con más cicatrices que he visto en mi vida, sus ojos tan oscuros que parecen dos gotas de pintura negra. Tiene un tatuaje entre la comisura del ojo y le frente  en forma de gancho de pescar. A lo mejor no es un tatuaje sino una cicatriz. Con lo desorientada que estos los detalles me bailan polka. Aproximadamente mide unos 6 pies, pero su complexión física lo hace parecer más grande. No sé cuántos años podría tener, quizás unos cuarenta y cinco o cincuenta años. 

Él me observa. 

No sé qué busca en mí. 

Frunce el ceño. 

Al parecer no encuentra el parecido con ese Gabriel. Hasta donde sé, mi padre es Jeremías Terrens  de Carlisle.  No sé quién es Gabriel. Nunca he escuchado ese nombre. A mis veinticuatro años debo de saber si soy adoptada. Me tendrán secuestrada por error. Lo cual es aún peor. Cómo le explico a estos neandertales sin juicio que secuestraron a la chica equivocada.

El tipo cicatriz me sigue observando, cuesta acostumbrar mis ojos a la luz..

Entonces es que me doy cuenta que no es cualquier tipo de luz, la luz viene de antorchas encendidas. Me siento en la época de los indios y la figura terrorífica que tengo en frente mío no ayuda para  en nada a evitar esta idea.

 El parece que ha sufrido ciertos encuentros con boxeadores  ya que su nariz parece una montaña  amorfa de tantas veces que ha sido rota. 

No sé quién es, pero miedo no siento. Estoy confusa y sin fuerzas para golpear siquiera a un mosquito pero no siento temor.  Creí haber escuchado sé el curandero antes de marcharse lo llamo Uriel.

—¿Quién es usted?- le pregunto. -  me está confundiendo con otra persona. Mi padre es Jeremías Torrens. No Gabriel. - Mantengo la calma en mi voz. aunque me retuerzo las muñecas como si se tratara de vida o muerte.

Noto mi voz rasposa, me duele la garganta. Mejor dicho... me duele todo. Es como si no hubiese salido una palabra de mi boca en días... 

Pensándolo mejor... no recuerdo qué fue lo último que dije. Es más, no recuerdo lo último que hice. 




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