Bilogía Magia y Luz: Desnuda

CAPITULO CUATRO

 

 

El día transcurrió en calma, sin problemas de ningún tipo, no apareció Kade por el restaurante lo que me ayudó a trabajar mejor. Su sola presencia me causaba estragos. Debía admitirlo. Ser sincera conmigo misma y aceptar que su vuelta a mi vida me ha desestabilizado. Solo lo vi esa vez y ahora siento que se me aparecerá en cualquier parte. El estado nervioso en el que me encuentro actualmente no me ayuda en nada.  Lo más extraño son las cosas que me han ocurrido recientemente. Cosas de las que no les cuentas a tu compañera de piso (si es que tuviera una), ni a tus padres porque preocuparían y mandarían a tu casa policías a cubrirte el "perímetro" (si es que mis padres supieran donde estoy y si les importara lo suficiente). Cosas de las que no me gusta analizar, a pesar de que mi independiente cerebro si hace. Como él tiene vida propia y no me escucha. Parece más un corazón que un cerebro el bandido ese. Ayer viví un momento de horror que me perseguirá por el resto de mi vida. Salía de trabajar para ir a buscar a Luna al colegio guardería. A sus seis años es lo más tierno y sabelotodo del planeta. Mi hija es lo que se puede decir una niña feliz y fantasiosa. 

Iba tan distraída con mis pensamientos que no vi al hombre que me  pasó por el lado corriendo  sujetando un bolso. Cuando escuché los gritos de quien al parecer fue la joven asaltada fue que reaccioné.  Una joven entrada a los veinte y tantos, quizás unos años mayor que yo, con pelo oscuro cortado a lo bohemio con piercings en la nariz y labio inferior. Vestida con un pantalón en lether negro y un micro top que dejaba al descubierto no sólo su ombligo, sino también un dragón verde esmeralda tatuado en su piel. Cada movimiento que realizaba parecía que el dragón se movía con ella.  Tenía ojos dorados  como miel ambarina.

Era la mujer del restaurante. La de hace unos días. No olvidaría ese aspecto nunca.  A pesar de estar en calma, corría detrás del hombre con obvia agilidad.. Cuando paso por mi lado clavó sus ojos en mí.

Al girarme a ver dónde se habría ido el  ladrón lo ubiqué. Era un tipo de unos treinta años, con unos pantalones desgastados y unos Nike  más viejos que el perro sarnoso de mi vecina Johanna (sarnosa también). Deseé con todas mis fuerzas  que se le quemaran las manos. Lo extraño pasó cuando a los segundos de desearlo en mi mente, se convirtió en realidad, y de la nada al hombre se le incendiaron las manos.  

Yo me quedé petrificada sin saber qué hacer. En verdad quería que pasara, pero al verlo suceder la palabra bien no aplicaba en mi estado de ánimo, me sentí culpable y sucia.  Es más fácil cuando deseas algo con todas tus fuerzas que cuando lo ves hecho realidad, te esfuerzas por conseguir tus metas y sueños, pero no piensas en qué harías si sucediera. Anhelas lastimar a alguien que no te cae bien, pero cuando este sufre un accidente, la pesadumbre no se va de tu corazón.

No me detuve a  ver cómo estaba el ladrón, solo seguí caminando. La muchedumbre se acercaba a él. A socorrerlo. A ayudarlo. Todo lo contrario a lo que yo hice.

Después de unos minutos, mi mente reaccionó totalmente, Caminé como honda que lleva el diablo...Sentía que el mismo demonio me persigue y me obligaba a asistir un juicio donde era terminantemente culpable. Llegué al colegio de Luna en menos de lo que canta un gallo, mi respiración estaba forzada.


¿Cómo demonios hice eso? Porque  estoy cien por ciento  segura de que ha sido cosa mía.

¡Dios!


No entiendo cómo es posible esto. Muchas veces nos cuentan historias de niñas para asustarnos o alguna vieja loca de los pueblos, te lee la mano y te lanza una cantidad de hojas y aceites en el cuerpo y mediante toda esa disparatada  te dirá a qué edad te casarás.  Lo mío fue COMPLETAMENTE distante de esta supuesta e irreal profecía.    Una señora, de las más ancianas que había en Carlisle pueblo en el que vivía hasta mi adolescencia, lleno de flores y árboles de película de esos enormes y frondosos. Casas de Dos niveles con toldo rosa y puertas negras, Casi todas eran iguales.  Me dijo que ella veía algo en mí, distinto o no sé qué. Como tenía unos doce o trece años no le preste mucha atención a la anciana de piel ceniza, ojos cansados de tono grisáceo y pelo blanco como papel,  lo que nunca olvidé es que me dijo, que luego de los veinticuatro años,  una completa adulta para mi clase, me pasarían cosas extrañas y que alguien seria mi guardia. Esto último cada vez que lo pensaba me hacía tanta gracia.

¿Un guardia? 

Sí, claro.

La princesa Jenice, con un séquito de protectores. 

¿Que si me resultaba extraño? 

Si. 

¿Que si sabía que me estaba pasando? 

No.  
¿Que si se lo iba a contar a alguien? 

  NO

Mejor sufrir mis locuras en silencio que con espectadores. A los humanos nos gusta mucho dar consejos a otros. Nos resulta fácil, pero cuando se trata de un problema interno, personal, no queremos que nadie opine y casi siempre escogemos la peor decisión. Desde la periferia es simple dar reparos.  Muy fácil decir lo que llevo viene a otros, haciendo los psicólogos de posgrado en fracción de segundos. ¿Pero nuestra vida? Una mierda.

 

—¡Mama! ¡Holaa!! – gritó Luna, cuando se me subió en brazos. 

—Hola mi cosita hermosa, ¿cómo se portó mi niña hoy? ¿Qué hiciste en clases? 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.