Bilogía Magia y Luz: Desnuda

CAPITULO CINCO

Sabor a miedo

 

Jenice

Cuando somos adolescentes nos consideramos adultos y terminamos haciendo cosas de niños. Somos liberales y agredimos a quienes nos aman en verdad y en cambio dejamos que nos agredan quienes no nos valoran. Que nos utilicen. Bajamos las barreras con las personas menos indicadas. 

Cuando somos adultos, teóricamente pensamos, imaginariamente somos autosuficientes, escogemos quien nos  hiera, escogemos con quien tener sexo y con quien no, aprendemos que no todos los que dicen ser amigos lo son realmente, comprendemos que la vida y las personas tienen en ocasiones dos caras. Son una moneda que gira. Hoy estamos bien y mañana no sabemos. Hoy vivimos y mañana pueden llamar a nuestros padres para decir que tuvimos un accidente de tránsito.

Es cuando rememoramos los malos comportamientos y las rabietas, las malas decisiones y los trompicones. Consideramos las opciones a tomar. No las tomamos y punto.   Cuando tenemos hijos es aún más difícil. Ya las decisiones son por el porvenir de pequeños. Hace años tomé la decisión de irme de mi pueblo natal, donde pasé años importantes de mi vida, sin saber qué haría. Cargue mi hija y mis maletas y me mude a un lugar que no conocía de nada. Lo hice por ella, por esa carita diminuta, Por ella que era todo para mí, una copia mía pero más pequeña. Lo hice para olvidar que mi familia no le interesaba mi hija o yo, lo hice para alejarme de recuerdos dolorosos. Las personas pensaran que después de momentos difíciles como muertes, accidentes fatales, violaciones, secuestros o demás daños, no podemos seguir adelante, pues permíteme pensar que se equivocan. Puedes hacerlo, solo hace falta fuerza de voluntad. Valor para seguir viviendo aunque sepas que nada será lo mismo.

Todos esos pensamientos los llevó a diario conmigo y se enfatizaron más cuando salí hoy de casa. Mi estado nervioso está cada vez más inestable. Exploto mis emociones sin razón y mis ojos arden cuando me enojo. No sé qué me pasa, pero tengo la certeza de que algo sucede conmigo. En cada lugar donde voy me siento acosada por alguien que desconozco.

Camino al restaurante, un carro se estaciona frente al edificio donde vivo justo cuando voy cerrando la puerta de la entrada principal.

Vidrios tintados, BWM de color blanco. Demasiado vistoso para esta calmada ciudad, fue lo único en lo que pensé.

El sol ya salió por completo, trayendo sus rayos hasta el más recóndito pétalo de las flores. La calle se encuentra vacía. No había transeúntes acelerados. Es lo bastante temprano como para tomarme otro café más al llegar al restaurante. La mayoría estará soñando. Soñando con una vida perfecta y sin desalientos.

Patricia se quedó hoy con Luna. Era su día libre. Es una de las cosas que agradezco de esa psicópata sentimental que tengo como amiga. Al menos sé que un día a la semana Pat la llevara al centro. Sé que no es la  mujer perfecta, pero es lo mejor que tengo cerca.

Me entretengo mirando las casas mientras camino. Son arquitectónicamente antiguas, aunque por dentro estén remodeladas y un poco modernizadas, la fachada principal es obsoleta. Casi en su mayoría son de un color verde índigo, verde oliva, verde grisáceo. No sé qué obsesión llevan por este horrible color.

Divago un poco mientras camino al restaura a paso lento, me queda a unas ocho esquinas del apartamento. Lo suficiente para escuchar un álbum de siete canciones de Sam Smith.

Noto que el BMW continúa a paso lento detrás de mí.

Giro a ver de quién se trata.

Y el carro se detiene justo a mi lado derecho.

Este es el momento donde una mujer debe de replantearse su fortaleza. Donde se decide entre correr o romperle el cristal antes de que osen secuestrarte.

Me acerco a la puerta del pasajero de adelante y justo cuando voy a tocar el cristal escucho un clic y la puerta se abre.

—Entra. - dijo una voz que reconocí al instante.  - ¿Quién te crees que eres para decirme que hacer, Kade? No estoy para juegos.

—Jenice, Entra al maldito auto ahora. - esta vez sí me acerque, agache mi cabeza con toda la jodida intención de mentarle la madre... entonces lo vi.

Ahí está el.

Thomas.

Me quede ahí.

Mirándolo.

Desee decirle tantas cosas, sentí como mis ojos intentaban dejar cae la lluvia, pero no los deje.

¿Qué clase de amigo se aleja por tantos años y regresa exigiendo? ¿Estuvo en mi casa anoche realmente, o solo lo soñe?

—¿O qué?- le cuestiono. Siento la ira recorrerme hasta el pelo que nunca logro arrancarme.

—Te subo. -dijo Kade, sonriendo de medio lado. Con esa estúpida sonrisa que me trastorna y me hace querer golpearlo. Siempre la tuvo. Desde que nos conocimos, a pesar de la irritación que me causo, debía admitir que era la más encantadora que había visto. 

—Tú no te metas estúpido. -le respondí. -Sal tu idiota -Le dije mirando a Thomas. Seré yo la misma chiquilla de antaño que corría con él por todos lados, para que el venga tan autoritario de un momento a otro.

Vi cómo se abría la puerta de atrás del BMW y de un sopetón estaba sentada en el sillón de adelante y Kade encima de mi poniéndome el cinturón.

—La seguridad ante todo ¿no? -Dijo Kade sabiendo que estaba más que enojada. Le sostuve la mirada, hasta que Thomas carraspeo.

—Déjame en paz Kade. Estoy harta de ti. Apareces en todas partes. No me dejas respirar.- le dije a la vez que lo empujaba. -no me quedare aquí a hablar con alguien de forma obligatoria. No quiero verte Thomas. De hecho a ninguno de los dos quiero verlos. ¿No les fue suficiente con entrar a mi apartamento mientras dormía? -Le vi la cara de estupefacción a ambos.

—Lamentablemente, es obligatorio vernos y será para tu mala suerte por un largo período. Así que acostúmbrate fiera. -Kade es el colmo. Al fin me dejo respirar y cerró mi puerta.




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