Bilogía Magia y Luz: Desnuda

CAPITULO TRECE

 

Las casas en este lugar son extrañas. Ladrillos amarillos y fachada grisácea, todas parecen del mismo tamaño, como sacadas de un mismo patrón, dibujadas por alguien con afición a estos colores. Hay dos filas, una a la izquierda y la otra a la derecha. Voy caminando en el medio de estas, realmente no sé dónde tienen a mi hija, necesito verla, sospecho que nunca estuve en este lugar y quizás ella esté atemorizada y confundida, pensando que quizás su madre la abandonó. Que su madre nunca irá por ella a buscarla. No sé cuántos días tardé en despertar y consciente ya llevo dos días.

Un árbol a unos tres metros parece caminar hacia mí, me detengo.

¿Cómo un árbol puede caminar? Parece que sí es cierto que necesito estar en esa cueva. Hasta donde sé de biología y ciencia es imposible que un árbol camine, a menos claro está, que estemos en una versión de Harry Potter y nadie me lo dijera.

Estoy divagando.

Si yo puedo achicharrar una puerta, porque me sorprendería ver a los perros conversando.

Comienzo a trotar, siento algunos flequillos de cabello en mi rostro, me los retiro.

La inducción  para hacerme recordar fue un fiasco. Una pedida de tiempo en su totalidad.  Cuando llegamos al lugar, ya habían personas esperándonos, unas tres mujeres cubiertas con una tela negra que solo dejaba ver sus ojos.  Un tronco no muy grueso, con tablillas delgadas debajo, me miraba con huecos profundos, observe más de cerca, caminando hacia él. Eran sus ojos. El tronco comenzó a sacudirse y de la parte de atrás sacó dos ramas gruesas como brazos, me halo hacia él. La sorpresa de este gesto me trastabillase, pero el árbol me sostuvo más fuerte y con un giro rápido me volteo de cara a los allí presente y entrelazó ambas ramas haciendo una especie de llave alrededor de mi cuerpo. . Las tres mujeres tenían en las manos hacia arriba como si estuvieran realizando una plegaria. Había antorchas colocadas dentro de una caldera. Mire a todos lados.  ¿Qué iban a hacer con esas malditas antorchas? Comencé a forcejear intentando zafarme, pero cada movimiento me arañaba más la piel.  La voz en mi interior afloro como siempre para decirme lo obvio. Pretendían quemarme.

Ellos estaban a varios pasas de mí.

— Todo listo, Señor — Dijo una de ellas. La más alta de todas.

 

—¿A esto te referías con lo de ser familia? ¡Eres un asesino! – Le grité al tipo en el que casi confío. Ese hombre de rasgos tajantes y cicatrices de guerra.

— No hablo mentiras. Es por un bien mayor. – Su voz fue firme.

— Suéltame por favor. Desde un principio te dije que no soy quien buscas. Te lo jure una y mil veces. Te equivocas. No hagas esto por favor. – Esta vez estaba rogando. Rogando de verdad. Sentía como las lágrimas se acumulaban en los ojos. Iban a matarme. Ha quemarme como quemaban las brujas hace dos siglos.

Esto no está bien. Mis pies me arden y aún no he visto fuego alguno. Me siento airada, dolorosamente airada. Casi creí todas las porquerías que me dijo. 

Veo las tres mujeres acercase a donde estaban las antorchas, parecía una caldera. Las lágrimas comienzan a bajarme por las mejillas. Haciéndome saber que aún estoy viva. Aun siento.

Las veo venir hacia mí. Me remuevo nuevamente. Enfoco mi vista en Uriel. Sus ojos están en calma, esperando algo. ¿Está esperando que me salve de esto? ¿Espera que recuerde mientras me queman? Él dijo que todo era para hacerme recordar. Recordar que pasó la noche que me trajeron, recordar a mi hija, recordar a ese tal Kade que según entiendo es su hijo.

Ellas están ya a mis pies con las antorchas levantadas. Con ese fuego morado y amarillo anaranjado.

— Que el creador nos ilumine y te permita llevar a cabo para lo que naciste. Que este solo sea el comienzo de una nueva vida. Que recuerdes lo perdido. Que recuerdes lo robado. Que vivas. –Sus voces al unísono me convirtieron el corazón en güira tocando un perico ripiao. Acelerado, compungido, el también lloraba.

—¡Ahora! – La voz de Uriel me hizo levantar la cabeza y verlo realmente.

El confiaba en que saldría de esto. 

— Cálmate, Jenice. – Me dije las mismas palabras que me decía cuando estaba asustada, como lo estoy ahora. Esto pasara rápido. Comencé a sentir el fuego en mis pies. Aunque no me quemaba. Me gusta lo que siento.

Energía pura.

Energía limpia.

Mis lágrimas se secaron por el viento.

Sigo mirando a Uriel.  Algo en él cambia. Ya no me mira esperando algo. Ahora solo me observa. El con su cara de póker y yo, levantando un poco mi rostro hacia arriba, pareciéramos llegar a algún tipo de acuerdo. Siento como mi ropa desaparece, incinerada por el fuego de la madera  debajo de mí. El Árbol me suelta lentamente, camino desnuda entre la maleza y llego a Uriel.

—¿Te sientes realizado? – Las palabras salieron rasposas pero indoloras,

— Solo quería probar que habías matado a aquellos demonios tu sola. Si te decía que iba a hacer esto no me hubieses dejado. – El no mostraba arrepentimiento alguno. Con mi vista levantada hasta él le dije:

— No vuelvas a poner en riesgo mi vida porque desees probarte algo a ti mismo. – La realidad de mi anormalidad me golpeo como coco de agua en la cabeza.




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