Bilogía Magia y Luz: Desnuda

CAPITULO DIECISIETE

— Hola, ángel — le saludo la mujer con la que acaba de despertar.

— Vístete — le ladró el cómo saludo.

El la vio pararse de la cama y recoger rápidamente sus pertenencias del suelo. Dígase tangas, las más finas que había visto en su puta existencia. El vestido de tirantes dorados que había captado su atención la noche anterior en el bar y los tacones exageradamente altos color plateado. Una pelirroja más para la colección.

Llevaba años con esta vida humana sexual de sanguijuela sexual. Tirándose lo que tenga destello de pelo rojo y buen culo. A veces sin necesidad de culo, solo por ser mujer. Estaba condenado. Lo supo desde el momento en que esa arpía le sonrió antes de irse en el ascensor. Lo supo cuando la besaba. Algo en ella no le cuadraba, Su perfección corporal y su agilidad para sacar información y el como un tonto había caído. Sucumbió en sus encantos demoniacos.

Se lo había metido a Lilit.

Esa zorra se había metido no solo en su cama, también en su piel. En su carne lo había hecho suyo. Más que eso ella había concebido un hijo suyo.

SUYO.

Ellos no están destinados a tener hijos.

Están destinados a proteger y servir al creador.  Si por alguna excepción un ángel concebía, se llevaban al niño o Nina a la tribu, para que críalo como un hijo del cielo.

Pero él había cambiado la perspectiva de todos. Él había tenido una hija con un demonio.

El peor demonio de todos. El superior. Uno de los ángeles más poderosos y había sucumbido. Por error. Por estúpido. No era quien para cuestionar al creador pero nunca entenderá que planea el con toda esta desgracia. Porque esto es lo que es. Una pura desgracia.

Recordaba por momentos esa noche.

Un club nocturno. Mucho alcohol humano, Drogas y sabrá quién cuanta mierda más. Acababa de llevar a cabo una redada. Habían asesinado a más de una docena de demonios y unos cuantos Nephilim. Su equipo había trabajado a la perfección. Coordinados y efectivos. Ahora ellos se encontraban en ese club, ensangrentados y sudorosos. Las imágenes pasaban como un vídeo mal hecho, borroso y en cámara lenta.

Por el rabillo del ojo vio como una de los chicos sacaba lentamente  una diminuta bolsa con pastillas color rosa pálido. Miro hasta su rostro y solo vio miedo. Quizás miedo a hacer lo prohibido. Era joven. Unos  veinte años, pelo café, ojos oscuros, algo en él llamaba a la atención.

—¿Cuál es tu nombre? —le pregunté directamente. El levanto la cabeza, al igual que los demás para ver a quien me refería.

—¿Yo?— dijo el susodicho.

— Tú mismo.   — Mi rango me permite hacer la mierda que me dé la regalada.

— Soy Rash.

—¿Qué es lo que llevas ahí, Rash?

El me miro entonces.  Completamente asustado. Vi como el sudor comenzaba a bajar por su frente.

— No voy a matarte. Solo tengo curiosidad. —flexioné las manos y alargue las piernas. Necesitaba mostrarle que no estoy en problemas. Pero cualquier cosa que alguien desee hacerle a mi equipo, iré diez pasos por delante.

— Solo es droga Humana que le quite a un Nephilim. — me respondió el asustadizo joven.

—¿Y qué pretendes hacer con ella? — Le pregunté. podía sentir todos los ojos encima de nosotros. Él se retorcía las manos con nerviosismo.

— Solo quería compartirla con los demás. En ocasiones la usamos. Una no nos hace nada.

— Pues que estas esperando — le dije.

 

Vi como el ambiente se relajó automáticamente.

Luego de ahí, pocas cosas recuerdo. Sé que por lucir más confiado me tome tres de las diminutas bombas rosas. Me pego fuerte.

Otro flash regresa. Un destello rojo sangre entra al bar. Blanca como la viene, mechones de pelo entorpecían mi vista para ver el color de sus ojos. Llevaba un vestido negro ajustado. Tan Corto que no dejaba nada a la imaginación. Aunque si te hacia imaginar hacer cosas con esa hembra. De todo tipo.

Fue entonces cuando paso.

Ella se giró hacia mí.

Sus ojos eran como la miel. Avellanados. Grandes. Sensuales.

Ella me miro y perdí el control de mí.




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