Capitulo DIECIOCHO
Comienzo de batalla
Jenice
— No te preocupes amor. Todo pasará rápido.
Me seguía repitiendo eso a mí misma. Comencé diciéndoselo a mí pequeña Luna pero al parecer era necesario que yo lo escuchara.
Todo saldrá bien.
Voy atravesando el pasillo a paso veloz y sin detenerme a de absolutamente nada. Salgo a la calle y veo que hay un apagón general.
Todo oscuro.
Me acomodo a Luna para poder caminar más de prisa. No quiero bajarla al suelo. Necesito mantenerla conmigo.
Me duele el pecho más de lo que creí posible pudiera doler.
Kade.
No puedo soportar el dolor. Estoy comenzando a hiperventilar.
La pena está comenzando arroparme, siento la respiración caliente. Llevo un grito ahogado en el pecho. Un grito deseoso por salir.
Las luces de la calle estaban apagadas. La humareda envolvía la calle de Prudencia, haciendo que pareciera un maldito cuento terrorífico de Stephen King. Mi hija está temblando, y no tengo la menor idea de a dónde voy.
Lo mejor que puedo hacer es creerme toda la mierda que me contaron Thomas y Kade. Estamos en guerra. Hay Ángeles y demonios. Soy hija de Gabriel. Tengo habilidades que puedo usar para proteger a mi hija. Todo esto es irrisorio. Camino a oscuras por lo que se supone es la acera de Prudencia. El nombre me resulta curioso ahora en esta situación.
— Dios ayúdame por favor — murmuro la plegaria.
No veo nada. Absolutamente nada. Siento como mi cuello se eriza, justo en ese momento supe que estaba en problemas.
—¿Llevas prisa? donde dejaste a tu perro guardián — Conocía tan bien esa voz. Era el. El tipo de pelo azabache y ojos espeluznantes. El del otro día. Ese que mencionó Lilit y a Gabriel. Él sabía quién era yo.
— Aléjate de mí antes que te convierta en polvo para hornear. — no tengo idea de donde saqué fuerzas y bravío para responder. Mi hija me aprieta más fuerte y esconde su cabecita mi cuello.
Me giré para encararlo.
No estaba detrás de mí.
Comencé a mirar a todas partes, de forma nerviosa, esperando el golpe de cualquier parte. No llego nada. Nada se escuchaba. Era como si la ciudad tuviera un velo anti—Anómalo. Fue entonces cuando alguien me dijo:
— Corre Jenice — no esperé que lo dijeran dos veces. Alguien me estaba ayudando. Era una mujer. Y su voz la escuche en mi mente. Literalmente en mi cabeza.
Corrí sin un punto determinado. Hacia adelante. Sintiendo mi hija más pesada de lo que era. El miedo a morir me embarga.
— Mamá. ¿A dónde vamos? Tengo miedo. Ese hombre me asusta. ¿Él nos matará?
— No amor. Nada va a pasarte. No le dejare ni a él ni a nadie lastimarte. — Luna estaba más asustada que nunca. Su voz era lastimosamente débil.
Veo una luz a lo lejos. Corro con más ganas. Siento que casi estamos a salvo.
Una luz cegadora ocupó por completo mi vista, seguido de esto vi como grandes sombras se posaban en la calle. Ya no se visualizaba oscuridad pero ella estaba ahí. En cada uno de esos extraños seres. La luz que pensé seria nuestra salvación, resulto no ser más que un conjunto de rocas blancas fluorescentes. Colocadas en forma de triángulo en medio de la avenida. Estas parecían querer hacer un portal al cielo.
Frené mis pasos.
Coloque a Luna en el asfalto. Poniendo mi manos sobre la de ella.
— No te preocupes amor. Estoy aquí. Nada va a pasarnos. — Mi voz sonó tan hueca como mi promesa de supervivencia.
— No prometas lo que no podrás cumplir. Considerando que hemos dejado a la guerrera más feroz fuera de combate… y el hijo de Uriel siquiera resistió el primer ataque. ¿Pero tú eres la culpable de todo, no? Por tu culpa él está muerto. Lo cual fue bastante fácil considerando que es uno de los guerreros más fuertes. Amar a alguien nos hace débiles. Pensé que el soportaría más.
El hombre terrorífico había vuelto. Mi valentía ya no estaba. Había más como él. No tan altos y corpulentos. Pero si más terroríficos, espeluznantes. Parecían mutaciones de laboratorio. Orejas como lobos. Ojos como zanjas profundas. Oscuros como un hoyo sin fin. Podía desde mi posición ver las garras que tenían como manos. Eran realmente bestias humanas. Aunque es su cara no había ni asomo de humanidad. El que estaba detrás del dueño de mis pesadillas, era el peor de todos. Tenía colmillos que me mostraba de forma perversa, babeando como perro y con tatuajes que sobresalían de su ropa oscura. Todos llevaban cazadora y pantalones engomados. Parecían bestias que practicaban artes marciales. Sujeté más fuerte la mano de mi hija.
— No sé a qué te refieres — Un vendaval azotó sus cuerpos de repente, haciendo que sintiera fina su ropa rasgada.
— Claro que lo sabes. Eres una simple Humana, no se para que Lilit te necesita. Nosotros podemos ganar esta guerra.
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Editado: 04.07.2023