Bilogía Magia y Luz: Desnuda

CAPITULO DIECINUEVE

Capitulo DICINUEVE

Oteando un rayo de luz

 

 

—No te atrevas a ponerle ni un dedo encima.  — Dijo él con un  gruñido territorial

—Hay que llevarla al igual que a la niña. Por lo que puedo ver desde aquí está más que herida. Hemos llegado un poco tarde. — Dijo la mujer.

—Nunca será tarde. Ella es la  elegida. Trátala con respeto — Dijo el hombre con tono autoritario. — Yo la levantaré. Prepárate para transportarnos.

—Siempre estoy preparada Lerdo.

 

Dicho esto la mujer colocó sus manos simulando un círculo con ellas abiertas. De inmediato se fue creando una abertura  espacial. Un cruce entre dos dimensiones, separadas por el tiempo, las horas, días y sentimientos puros.  Abría una brecha a su mundo. Ese era su don. Sus manos eran el portal mismo a otra vida. 

 

Ellos habían tenido la mala suerte de cruzarse en el camino de los Nephilim, desde su nacimiento cabe destacar. Esos seres eran sanguinarios. Les valía mierda morir o no, eso era lo que los hacía ser implacables. No soltaban batalla, se iban con quien existiese y en todo esto solo figuraba alguien. Un solo e implacable ser. 

 

Habían tenido que enfrenarse a una manada de hombres lobos. Xena estaba rasgada en una pierna, que botaba sangre a borbotones. Ella era fuerte. El, en cambio, necesitaría un buen trago de antitetánica para evitar la rabia y posible muerte, ya que  su brazo derecho que fue mordido por hombre lobo bastante salvaje. Todo estaba orquestado para que ellos no llegasen a tiempo y lo habían logrado. Estaban esperando a que Kade bajase del apartamento de Jenice cuando escucharon las patas de los lobos al acercarse como escuadrón. Xena había escrito al celular de Kade un mensaje corto pero contundente.

 

Todo esto era ocasionado por una sola mujer.

 

Lilith.

 

Si llega el día en que se acerquen a humanos lo suficiente como para dominarlos, ellos tendrían un gran problema. Los hijos del cielo tenían esperanza en la raza humana. Eso le inculcaban los antiguos  desde su nacimiento. No perder la fe en ellos.  Los Querubines, Serafines, Tronos, Ángeles y arcángeles, juntos debían luchar para y por la humanidad. El creador los mando aquí para ser un escudo entre los viles demonios y Nephilim, el hombre lobos y Hechiceros de magia negra. Los mando para que protegieran a los desvalidos y eso hacían ellos cada día. A cada momento y en cada lugar había tropas dispersas, poniendo su esfuerzo y dedicación en salvaguardar el alma. A algunos de ellos los enviaban a vivir como ellos. A sensibilizarse y aprender su forma de pensar.

De ahí vino su amistad con esa morena que hoy llevaba entre sus brazos, lastimada, pero viva. Ya la pequeña Luna estaba recibiendo asistencia. Unos minutos antes habían llegado y enviado por un portal con Xharles. Sabiendo que la protegida de Kade estaba aquí. Que su amiga de toda la vida estaba aquí, herida. Era su deber ayudarla y cuidarla.

 

Atravesó el portal con Jenice en sus brazos aun inconsciente. No sabían el daño que Istar había causado en ella. Habían llegado cuando él estaba colocando sus manos en la cabeza de Jenice y borrando sus recuerdos. Solo podría saber cuánto de ellos  sello  al momento que ella lograra hablar.

 

Cuando ella despertara.  

 

 

Al momento de llegar hasta su mundo, ya los aguardaban soldados y curanderos, así como Uriel, el padre de Kade. Este asintió cuando vio que su hijo no había llegado con ellos.

 

—Tráelo con vida, por favor. – Fue lo único que salió de su boca.

 

El Ángel Uriel era de pocas palabras. Las precisas para hacer temblar al más macho de los guerreros.

 

Él sabía que Kade estaba vivo. Había intentado localizar su alma cuando llego hasta Jenice y no lo vio allí. Solo Istar y cenizas alrededor de ella. En la sentía, débil, pero estaba ahí. En algún lugar.

 

Atravesó el  portal nueva vez con la certeza de que hallaría a su hermano con vida.

 

 

***

 

 

Jenice estaba inmóvil. Sin saber si Kade estaba con vida o si había perecido. Uriel apretaba su hombro, anclado a su cuerpo como ella a la mano de Luna. No quiso decirle que no la tocara, al fin y al cabo, los unía el desasosiego y el temor de perder a quien aman.  La inexplicable sensación de esperanza floreció en ella de repente, cuando los soldados llegaron hasta ella y se detuvieron, moviéndose lentamente hasta hacer un círculo, depositando a Kade en la tierra. Ella soltó la mano de Luna y llego en dos zancadas hasta él.

 

Con los ojos cerrados y la ropa ensangrentada, la misma camisa azul de cuando estuvo en su casa y estalló la ventana, el pantalón rasgado en la rodilla izquierda. Estaba ahí depositado como trapo viejo descolorido. Me deje caer a su lado.  Siento mis mejillas mojadas pero no me interesa. Hacía días que me habían llevado ropa, una de las mujeres que estuvieron conmigo cuando intentaron hacer la inducción. Llevaba puesto un pantalón ligero negro y un top planco que me quedaba pequeño. Muy demostrativo para como suelo vestir normalmente.




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