El día comienza con un agradable, aunque inesperado despertar: siento algo mullido y suave en mi mano derecha. Entreabro los ojos y... ¡Sorpresa! Es un seno. Pero no un seno cualquiera. No, no, es el de mi hermana, lo cual es infinitamente peor. ¿Cómo rayos acabó en mi habitación? ¿No se supone que tengo la única llave? ¡Aquí hay gato encerrado!
—Bueno, bueno, veo que alguien amanece “motivador” por las mañanas, ¿Explorando, eh? ¿Y qué tal el descubrimiento? —dice mi hermana entre risitas mientras me mira con una ceja arqueada y la boca cubierta como si esto fuera un chisme sabroso y no un escándalo digno de portada de periódico amarillista.
Me pongo más rojo que una poción de amor.
—¡Espera, espera! Esto fue un accidente. ¡No creas que estoy aquí “explorando” intencionalmente! —respondo, levantando las manos en un intento de defensa. Solo me falta un letrero que diga “inocente”.
—Ay, hermanito, no tienes que fingir conmigo. Todos tenemos nuestros "deseos de exploración", y si soy yo, no hay problema. Es natural, estás en esa edad —me responde como si fuera terapeuta en un programa de autoayuda para pervertidos primerizos.
—¡No hables como si fueras la gurú de la madurez emocional! Tampoco desvíes el tema, porque aquí la pregunta del millón es: ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar entrenando en la Capital 13 o… no sé, haciendo otra cosa más productiva? ¡¿Cómo entraste?!
Como respuesta, se levanta de la cama sin mediar palabra, ignorándome de forma olímpica, y mientras yo sigo en modo detective privado tratando de armar el rompecabezas, ella empieza a cambiarse de ropa... ¡delante de mí! Me siento como un testigo involuntario en un espectáculo de moda de ropa interior. Lo peor de todo es que estoy paralizado, cual personaje de anime con la mandíbula desencajada.
—¿Nunca has visto a una chica en ropa interior, hermanito? Estamos en el siglo XXI, relájate —dice mi hermana, dándome una sonrisa como si esto fuera el pan de cada día.
—¡Soy tu hermano, por amor a todos los dioses mágicos, mitológicos y modernos! —exclamo. ¡Es que si ella no fuera mi hermana… ni digo lo que haría! Pero, claro, el universo tenía que ponerme en la categoría de “hermano menor atrapado en una comedia romántica de bajo presupuesto.”
—Hermanito, solo somos “hermanos de sangre” —me lanza un guiño tan descarado que casi me desmayo de la vergüenza, mientras se está vistiendo, con ropa que hizo aparecer mágicamente delante de ella, eligiendo la mejor, como si estuviera a solas.
—¿Existe otro tipo de “hermanos” en tu diccionario? —le pregunto, tratando de controlar los nervios. Esto de la “hermana atrevida” ya se está saliendo de las manos, literalmente, pues trato de mirar arriba, abajo, hacia a una esquina, menos a ella vistiéndose.
—Anda, cámbiate que te llevaré a desayunar. Conozco un lugar con desayunos que te van a quitar todas las dudas de la cabeza —dice, dejando el tema de “ser hermanos” y “estar tentado por la vida” como un capítulo cerrado, cuando por fin puedo mirarla fijamente al estar totalmente vestida.
—Entonces, ¿saldrías para que yo, tu hermano inmaduro, pueda vestirme en paz? —le digo, casi rogando por un momento de dignidad.
—Ay, qué pudoroso. Ya te he visto en otros... contextos —dice riéndose mientras se marcha, dejándome con la idea espeluznante de que, con su magia, podría haber sido testigo de más de uno de mis “momentos privados”. ¡Si eso es cierto, me mudo de planeta!
Termino de vestirme y me encuentro con ella en el pasillo, esperándome con la cara de “niña buena” que siempre usa para desarmarme. No sé cómo lo hace, pero en cuestión de segundos, paso de “alarmado” a “cómodo” solo con una sonrisa. Es el poder de una hermana, supongo.
Vamos al restaurante, y cuando me sirve un desayuno monumental, lleno de huevos fritos y jugo de naranja, me siento como si hubiera ganado la lotería. Ella, en cambio, me observa con una expresión de burla mientras me lanzo a la comida como un náufrago rescatado.
—¿Sabes? Me da miedo dejarte solo en esta escuela con tantas chicas. Aquí son muy abiertas y en cuanto te descuides, ¡puf!, caerás en sus encantos. —Y ahí me lanza una mirada de superioridad que me deja sin palabras. Entre bocado y bocado, trato de entender esta situación.
—Pero... ¡tú tienes novio! Ese tal Dery, el que haría lo que sea por ti. ¡El chico obediente que siempre está a tu disposición!
—Claro que lo quiero, él estuvo allí para mí en los momentos difíciles. Pero, ¿sabes? Desde que apareciste, mis sentimientos cambiaron un poquito —dice, como quien cambia de gustos de helado sin ningún tipo de conflicto moral.
—Lo vas a lastimar si sigues jugando con él, ¿sabes? —No puedo creer que esté defendiendo al pobre Dery, si siempre he querido que desaparezca de la vida de mi hermana. ¡Estoy defendiendo a mi némesis!
—Ay, hermanito, en esta vida hay que sacrificar algo para ganar otra cosa.
A este punto ya estoy al borde de un colapso nervioso. ¿Es mi hermana una versión moderna de una telenovela? Ella dice que soy importante, pero la línea entre “hermano” y “algún interés romántico” se ha desdibujado tanto que me siento como un protagonista en una comedia de enredos.
Intento mantener mi compostura. —Escúchame, hermana: ser querido por alguien como tú es bonito y todo, pero somos hermanos. No puedo verte como otra cosa, y aunque en la sociedad haya sus cosas raras, ¡esto no es algo que podamos poner en Instagram! Fin del tema, ¿entendido?
—Tsk, nunca pensé que fuera tan difícil para ti aceptar mis sacrificios. He dejado entrenamientos, puntajes perfectos, todo para estar contigo y ni un “gracias” —dice, como si estuviera lista para postularse al premio a la Mejor Hermana del Año.
¡Perfecto! Ahora soy el tipo por el que alguien deja un futuro brillante. Respiro hondo, tratando de no reírme.
—¿En serio? ¿O tienes otra versión de la historia? Porque, según la red social mágica, tienes un diez perfecto en todos tus entrenamientos en la Capital 13. Así que, o eres una actriz fenomenal jugando a ser la niña buena, o toda tu vida es una completa mentira.