Al caminar por el gran patio de Herel, un lugar frecuentado por estudiantes sin clases, el aire fresco y la tranquilidad me dan la bienvenida mientras me siento bajo un árbol de manzanas. Estoy por echar una siesta mental cuando noto que alguien se aproxima. Ah, sorpresa... ¡es Haru, la sanadora de Clase B! Casi una copia exacta de Yalet. ¿Serán gemelas interdimensionales?
—Joven Alberto, veo que le gusta este árbol, ¿eh? ¿No le parece un poco alejado? —me dice Haru, como si fuéramos amigos de toda la vida y me recordara como el hermano perdido que nunca tuvo.
—Sí, es que aquí la paz es tan... pacífica —respondo, mientras noto su teléfono; un celular que parece un artefacto arqueológico de hechizos prehistóricos. Además, uno de sus zapatos está cosido como si hubiera tenido una batalla épica con una aguja.
—Qué bien que le guste. Espero que aprenda lo necesario para convertirse en un gran mago —dice, toda animada, como si realmente creyera en mi grandeza. Me pregunto si sabe que me distraigo contando las hojas del árbol.
—Gracias por tus buenos deseos, de verdad. Oye, por cierto, ¿no eres un poco joven para ser una sanadora tan pro? Lo digo por tu broche con la insignia de sanadora Clase B —comento, intentando sonar casual, aunque mi mente empieza a divagar y me viene esa duda incómoda: si se parece tanto a Yalet, ¿también tendrá ese... lunar? ¡Pero, ¿qué demonios estoy pensando?! ¡Alejaos, pensamientos impuros! ¡Fuera, demonio de la perversión!
Cierro los ojos y respiro profundo, intentando no parecer un completo lunático mientras reprendo a mi propio cerebro por darme estas ideas absurdas. ¡Esto no es profesional!
—Es que… soy especial —dice Haru, haciendo un gesto inocente con las manos. Si sigue así, en cualquier momento saca una varita y comienza a esparcir purpurina mágica como si fuera una niña pequeña.
—¿O sea que no necesitas sellos ni cálculos mágicos para curar? —le pregunto, más por darle tema de conversación que por genuino interés.
—¡No! —exclama, toda emocionada—. Mis instructores dicen que mi magia es "antigua", pero en realidad ni sé cómo funciona. Solo veo una herida y ¡pum!, se sana sola.
Mientras habla, yo intento no pensar en el lunar. Mente, deja de jugar conmigo, no me hagas caer en esa obsesión absurda.
—La verdad es que sí eres un poco rara. Aquí estamos todos dejándonos el alma en aprender, y tú vienes y ¡zas! Lo haces sin esfuerzo. Nos haces ver a todos como amateurs —respondo con un suspiro.
—Sí, bueno, mis notas no son muy buenas... he reprobado varias materias —admite, como si contara que ha quemado la cena varias veces.
Al final de la charla, ella se ríe como si le hubieran contado el mejor chiste del mundo. Y yo... sigo con esa duda existencial absurda.
—¿Cuántos años tienes, Haru? —pregunto, más por saber cuán profundo es el abismo de mi inmoralidad que otra cosa.
—¡Tengo 16! Pero soy Clase B porque tengo un talento natural para ayudar a la gente —responde alegre, como si estuviera hablando de una afición normal, tipo coleccionar cromos.
Me fijo en sus adornos de gatos, y no puedo evitar preguntar:
—¿Por qué tantos gatos? —Parece un misterio que algún día debería ser resuelto.
—¡Es que amo a los gatitos! Un día, bajo la lluvia, un gato cayó de un árbol y lo sané. Fue ahí cuando mis poderes mágicos despertaron por primera vez —dice con ojos brillantes.
Al escuchar su historia, intento no reírme. ¡Parece una niña que acaba de ver un arcoíris por primera vez! Y, sinceramente, es graciosa. Nada que ver con Yalet, tan poderosa mágicamente y con esa intensidad que podría derretir a cualquiera.
—Me alegra que hayas sido tú quien me atendió aquella vez en el hospital —le digo, recordando el buen rato que hemos tenido.
—¡Tengo que irme ya! —exclama de repente—. Solo venía a recoger una manzana, pero mira, toma mi número, llámame en tres horas, ¿sí?
Antes de poder responder, agarra la manzana y sale corriendo, tropezando como si llevara patines. Y sí, el vestido se le sube y veo sus bragas con un dibujo de oso. Me hace sentir como si estuviera viendo a una niña pequeña cayéndose por primera vez.
Dejo de pensar en el tema y voy a mi clase de "Introducción a la Magia 1" recordando que en el otro mundo, aprender sobre joyas mágicas incluía un poquito más de riesgo de muerte, por eso me resultan tan aburridas y fáciles las clases de magia. Paso una hora en la clase sin que ocurra nada relevante y salgo disparado al patio.
Y ahí está el profesor de cabellos rubio que me rescató de la paliza de Berek el otro día. Me saluda y me guía hasta una mesa en una esquina del patio.
—Alberto, estaba pensando… ¿Vas a estudiar magia? Eres bastante resistente, ¿sabes? Aguantaste los golpes de mi padre, Berek, como un campeón. Quizá eres uno de esos talentos ocultos —dice, como si hablar de golpes fuera lo más normal.
Lo miro, incrédulo.
—¿Premio al saco de boxeo del año? Suena tentador, pero no sé si es mi especialidad. —Me río, pero él parece tomárselo en serio.
—Bueno, disculpa, solo quería decir que eres fuerte. Por cierto, ¿vas a poner una demanda contra él? Ya casi me preocupa que no lo hayas hecho.
¿Demanda? Lo último que necesito es un drama legal en mi primera semana en Herel.
—Nah, paso de eso. No necesito un galardón por “tolerancia extrema a los golpes”.
—Disculpa, soy Estuar, profesor de la Casa de magos tipo Guerreros. Solo quería decirte que puedes contar conmigo. Sé que mi padre es... intenso. Tiene esa mentalidad de guerra, ya sabes.
—Gracias, profesor Estuar. Solo, por favor, dígale a su padre que no me busque para la próxima práctica de boxeo y a Yolanda que quiero hablar con ella.
Antes de que decida hacerme entrenar o algo peor, me despido rápidamente. Veo mi horario y descubro que tengo cuatro horas libres. ¿Qué podría salir mal en unas horas de paz?