Black Ghost

Capítulo 10: Cuchillos.

Al llegar a mi dormitorio, mi única misión en la vida es sencilla: bañarme y dormir. Nada más, nada menos. Pero justo cuando estoy listo para fundirme con la almohada, ¡tocan a la puerta!

Voy a ver quién es, y para mi sorpresa… ¡es Yolanda! Tan radiante que parece una diosa de pasarela, con una blusa y pantalones a juego con su melena rosada. Me emociono tanto al verla que, sin pensarlo, la invito a pasar, como si este fuera un hotel de cinco estrellas.

Pero, oh, no. Resulta que no puede entrar. Se disculpa, con una historia digna de película de espías: su abuelo ha mandado a dos estudiantes a vigilarla como si fueran sus agentes personales, listos para reportar cualquier paso en falso. Si ella entra, le contarán todo a Berek, y él podría aparecer como si tuviera el poder de teletransportarse por maldad pura. Y, por si fuera poco, su permiso para hablar conmigo es como el de un preso, con tiempo limitado y todo. Nos dan un ratito para charlar, pero entrar al cuarto es estrictamente ilegal.

Y mientras ella me explica todo esto como si estuviera recitando un código de honor medieval, no puedo evitar sentirme un poco molesto. ¡Solo quería hablar a solas con ella sin tanta burocracia de por medio!

—Alberto, mi tío me pasó tu mensaje. La verdad, no te había buscado por… bueno, Dery ya me contó toda la novela. Me dijo que cuando salí corriendo del hospital, tú te quedaste… ¿cómo decirlo amablemente? Ah, sí: catatónico del miedo. No sabes cómo lamento que mi abuelo,” te haya asustado así. Dery me lo describió y, bueno, ya entiendo por qué en el hospital me respondiste como un cervatillo frente a un león. Supongo que ser de primer año y con magia más frágil que una porcelana no ayuda. ¡Pero no temas! Aunque fui algo egoísta y no capté tu “momento emocional,” gracias a Dery, ahora me he puesto en plan guardaespaldas oficial. Seguiré cada regla para que el abuelo no te toque ni un pelo.

Y entonces, ¡zas! Sin previo aviso, me da un beso en la mejilla. Un segundo después, uno de sus guardaespaldas hace sonar un silbato de árbitro, señalando que se acabó el tiempo. Ella se va antes de que pueda decir una sola palabra. Cierro la puerta y me desplomo de espaldas contra ella, como un héroe derrotado en una telenovela.

—¿Catatónico del miedo? ¿Eso es lo mejor que Dery pudo inventarse para justificar que no la perseguí? —murmuro indignado.

Y mientras lo digo, una pregunta empieza a rondarme la cabeza: ¿acaso me gusta Yolanda de verdad? Ni siquiera la conozco bien… pero me vuelven a la mente ciertas imágenes, algunas de ellas, digamos, reveladoras.

Tengo que admitirlo. Hay tres verdades fundamentales en mi vida en este momento:

  1. Quiero a Yolanda. O más bien, quiero tener algo más que una conversación amistosa con ella, ¿me entienden? Desde que la vi medio desnuda la primera vez, algo en mi cerebro hizo “clic”, como un interruptor que nunca debió ser activado.
  2. Quiero a Dery… en un hospital. Bueno, no en uno de lujo, sino en uno donde te cobran hasta el aire. Después de todo, él fue quien sembró esta imagen de mí como un pobre mago débil y asustadizo. ¡Mi orgullo hecho pedazos!
  3. Quiero cumplir la primera verdad. Pero, a su vez, sé que si lo hago, el abuelo ogro me reducirá a polvo. Sin embargo, la segunda opción tampoco es muy práctica, porque acabar con Dery me llevaría directo a la cárcel.

Así que, aquí estoy, frustrado, con un vaso de jugo de naranja en la mano, sentado en la cocina y mirando al vacío. No quiero ni ir a clase.

En ese momento, la puerta se abre sin invitación, y ahí está él, Dery, mi “amigo” autoproclamado y el autor de todos mis problemas. Lo primero que hago es lanzarle el cuchillo más cercano. Pero fallo, y el cuchillo termina clavado en la puerta. Intento agarrar otro, pero Dery alza las manos.

—¡Espera, Alberto! ¿Qué te pasa, amigo?

Me detengo, pero solo para advertirle.

—No te voy a matar. Solo quiero hacerte un corte aquí, un arañazo allá… te curarán rápido. Con verte sufrir un poquito, me calmaré.

Le lanzo otro cuchillo, que esquiva como si estuviera en una película de acción. Debo confesar que tiene buenos reflejos.

—¡Escúchame, tengo algo importante que decirte sobre Yolanda! —grita, viéndose más nervioso que un gato en una convención de perros.

Eso logra captar mi atención.

—Está bien. Tienes cinco segundos para que sea una buena noticia.

Veo que Dery está temblando, lo cual me da cierta satisfacción. Es curioso cómo una persona puede ponerse tan nerviosa solo porque tienes un cuchillo en la mano, mientras me acerco a él solo para escuchar que me tiene que decir.

—Claro, claro… —dice mientras respira hondo—. Mira, le dije a Yolanda que tienes un pequeño problemita con la magia, nada grave, solo que… bueno, eres algo flojo en ese departamento. La convencí de que esa es la razón por la que te quedaste congelado. Y ¡adivina qué! Ella siente pena por ti. ¡Ahora te protegerá de su abuelo!

Suena tan absurdo que casi me da risa, pero en lugar de eso, le doy un puñetazo en la cara que lo manda al suelo. Él intenta defenderse, pero yo caigo sobre él para continuar con mi noble misión de darle una lección. Sin embargo, el muy cobarde me da una patada y me lanza hacia atrás, chocando contra la televisión.

Dery aprovecha el momento y se levanta, tropezando con la puerta mientras intenta abrirla. Yo me lanzo detrás de él como si fuera un jugador de béisbol robando la segunda base. ¡Por poco lo alcanzo! Pero justo cuando logro agarrarle el tobillo, suelto la pierna al ver que los estudiantes de la residencia ya están cerca en el pasillo, mirándonos como si estuvieran viendo una telenovela.

Dery aprovecha para escaparse, y yo me quedo ahí, tendido en el suelo, rumiando mi mala suerte y pensando en cuántas cosas tendría que romper para calmarme… porque, claro, siempre hay espacio para una próxima ronda de venganza.



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En el texto hay: fatasia, cienciaficion, amordehermanos

Editado: 18.07.2025

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