Me despierto y, después de una ducha rápida, reviso mi celular. Haru me ha mandado un mensaje: “Te espero en el manzano de siempre 😊.” Esa costumbre suya de usar emojis en cada frase me hace sentir que estoy recibiendo mensajes de mi abuela.
Después de un desayuno tan fuerte como una pelea entre dos dragones, me bajo un vaso de jugo de naranja y salgo hacia donde Haru me espera. La encuentro sentada bajo un árbol de manzanas, como una versión moderna de Blancanieves, pero con un ligero detalle: su ropa parece haber sido cosida con tanto cariño que dudo que los hilos aguanten una sentada más. Aun así, ahí está ella, sonriente, como si ser pobre fuera la nueva moda.
—¡Buenos días! —me saluda con una sonrisa radiante, como si no se diera cuenta de que lleva los zapatos más desgastados de la galaxia. Es increíble. Ni los agujeros en su camiseta le quitan la felicidad. ¿Será que en el fondo tiene un pacto secreto con algún mago de la alegría?
—Buen día, Haru —le respondo, aunque en mi mente me pregunto si mi magia podría darme una pista sobre un pequeño detalle… un detallito en su ropa… bueno, en fin, digamos que la curiosidad mató al gato.
Haru me empieza a contar emocionada sus planes para visitar la Capital 4 y me invita a ir, donde, según ella, los magos son tan expertos en invocar golems de piedra que parecen sacar piedras hasta de debajo de las uñas. Imagino a esos guerreros de roca y no puedo evitar pensar que, si yo fuera uno de ellos, me caería al suelo con solo intentarlo.
—La Capital 4 está rodeada de una muralla que construyeron con su magia de piedra. Ya te imaginarás, parece que tienen una afición seria por el granito —digo, tratando de mantenerme serio, pero me resulta inevitable pensar en una ciudad con ciudadanos que viven rodeados de su propia cantera personal.
De repente, siento un cosquilleo en la nuca. Giro y veo a Dery detrás de mí, mirándome con cara de “¿Interrumpo algo?”. ¡Ay, Dery! Tan sigiloso como un ninja con zapatos de tacón.
—¿Qué haces aquí? No me di cuenta de cuándo llegaste —le digo, intentando que mi voz suene menos culpable de lo que en realidad estoy. Un repentino recuerdo del beso con mi hermana, quien también resulta ser la novia de Dery, pasa por mi mente como un tren desbocado.
Dery me lanza una mirada a lo “Sherlock Holmes” y dice: —Te vi aquí, tan cómodo hablando con Haru, que pensé “Bueno, seguro Alberto ya no está enojado conmigo”. Después de todo, aquí estás, charlando como si nada.
Lo miro, tratando de fingir inocencia. No es mi culpa que me bese tan bien, pero bueno, mejor no explico mis razones en voz alta.
—Eh… hola, Dery. Quería disculparme por lo de… el cuchillo. Fue… ¿cómo decirlo? Un poco exagerado.
Mientras intento salir ileso de la conversación, Haru, que nos escucha como si habláramos en otro idioma, me mira confundida.
— ¿Lanzaste un cuchillo a Dery? —pregunta con los ojos como platos.
Intento tranquilizarla.
—Malentendido… fue un malentendido con… contacto visual y físico.
Haru, por supuesto, sigue sin entender nada. Ni lo hará si todo sale como quiero.
—¿Sabes? Haru, deberías ser mi sanadora personal. Te puedo presentar a mi hermano para que salgamos todos juntos —dice Dery con una sonrisa. ¡Qué descaro! Como si Haru fuera una cura de venta libre. Yo, con el alma en el puño, la veo a Haru poner cara de tomate maduro. Pobrecilla, está más inocente que un huevo sin romper.
Haru se pone roja como un tomate y cierra los ojos como si intentara escapar a otra dimensión. No puedo evitar reírme; Parece una mezcla de cachorrito confundido y tortuga asustada.
—¡Por favor, Dery, deja a Haru en paz! —le espeto. Si alguien va a ver el lunar secreto de Haru, seré yo. Lo que es mío es mío, aunque suene un poco posesivo.
Dery, como si no tuviera idea de mis pensamientos, cambia el tema abruptamente: —Tu hermana rompió conmigo, ¿sabes? Desde que volvió de la Capital 13 anda distinta. Creo que puede haber conocido a algún mago ahí que la hechizó… pero bueno, si así lo decidió, la respetaré.
Yo hago la mejor cara de asombro que tengo en mi repertorio. Si bien la razón de su “distanciamiento” soy yo, en el fondo me siento tranquilo. Nadie sospecharía de mí; después de todo, soy el hermano inocente, ¿cierto?
—No tengo interés en salir con nadie ni en ser la sanadora personal de nadie —dice Haru, interrumpiendo mis pensamientos. ¡Bravo, Haru! Esas son palabras dignas de alguien con carácter… aunque me tienta hacerle una broma sobre si acaso, pero me contengo, aún debo esperar por “el lunar indicado”, aparentando ser serio.
—Eso es, Haru, ¡has hablado! Aunque algo tarde, pero bueno, vamos avanzando —le digo animado, mientras le doy una palmadita de aprobación—. En cuanto a ti, Dery, mejor dale tiempo a mi hermana, seguro solo está agotada. Nada que ver conmigo, claro está.
Mientras Dery sigue filosofando sobre el motivo de su rompimiento, siento una vibración en el bolsillo. ¡Ah! Mi celular. Es mi horario de clases. La primera asignatura del día: “Campo de la Tecnología 1”.
Aprovechando la oportunidad para escaparme de esta extraña situación, me despido con una sonrisa, listo para una nueva aventura… o al menos para sobrevivir a otra clase mientras mi vida amorosa y familiar sigue siendo un completo enredo digno de telenovela.
Al llegar a la dirección de mis clases en la Casa del Socialismo, pero del área de Tecnología (sí, una combinación curiosa, lo sé), pues la casa del socialismo está dividida en dos áreas, me encuentro en una sala gigante con un montón de estudiantes parados, mirando alrededor como pollos en una granja nueva. Ni siquiera parece una clase, sino más bien un concierto de personas confundidas. Después de un rato, aparece una maestra en bata blanca, que parece una mezcla entre científico loco y profesora de química de secundaria, lista para darnos un tour de algo aparentemente alucinante.