Al salir del largo pasillo, dos de los Maestros me entregan mi flamante insignia de “aprobado” con una felicitación que suena casi tan emocionante como leer las instrucciones de un champú. Aun así, sonrío con cara de “oh, claro, soy todo un genio de la magia”, y me voy hacia mi cuarto con un solo pensamiento en mente: el examen de mañana para entrar en la Casa de Tecnología. Porque, claro, nada grita "relajación" como obsesionarse con exámenes futuros.
Paso por la biblioteca y, ¿qué hago? Me armo con un par de libros de física y matemáticas. Porque, obviamente, el plan más sensato para la noche previa es llenarme de fórmulas que seguramente olvidé cinco minutos después de abrir el primer libro.
Horas después, ahí estoy en el sofá, rodeado de libros y con la cabeza en otro planeta, cuando de repente la puerta se abre de golpe. Y, claro, quién más que mi hermana Evelyn para interrumpir mi sesión de profunda dispersión académica. Ahí está, radiante y... sospechosamente emocionada, como si acabara de encontrar el último pastel de chocolate de la cafetería.
—¡No puedo creerlo, Alberto! ¡Ganaste en tu primer intento! —me dice, acercándose con la misma emoción de alguien que acaba de ver el milagro del año.
Le devuelvo una mirada de incredulidad.
—Oh, ¿ahora te importa? Porque no te vi en el coliseo, querida hermana.
Pero ella no se inmuta. Simplemente me abraza como si hubiera ganado la Copa Mundial de Magia, y me revuelve el cabello.
—Es que estaba asegurándome de que, si algo fallaba, al menos te dieran el botón de aprobado. Tú sabes, moviendo algunos hilos.
Resoplo, porque en serio, ¿cómo me tiene tan poca fe?
—Gracias por el apoyo incondicional y todo, pero resulta que no me hizo falta. Podrías confiar en mí una vez en la vida, digo yo.
Evelyn me sonríe con esa cara que claramente ignora mi mini sermón. Luego saca una botella de vino de su mochila como si fuera un premio sorpresa.
—De todos modos, vamos a celebrar. Esto es un vino antiguo y delicioso; ¡te encantará!
Tomo la botella y la miro, curioso.
—¿Whisky no había, no? —le digo con sorna, pero ella solo sonríe de vuelta y se dirige a la cocina, regresando con dos copas.
—¡Salud, hermanito! —dice, levantando su copa.
Levanto la mía, aunque algo no me cuadra. Evelyn se ve… bueno, diferente, como si tuviera un plan en mente. Pero igual tomo un sorbo. Es fuerte, pero el sabor no está mal. Solo que, a los pocos minutos, empiezo a sentir algo raro, como un calor subiendo por mi cuerpo. ¿Fiebre, quizás?
Evelyn se me acerca y, antes de que me dé cuenta, está frente a mí, con una expresión que parece estar calculando cada movimiento. De repente, deja su copa sin haber bebido nada y empieza a quitarse el vestido hasta quedar en ropa interior negra. No sé si es el vino o el surrealismo del momento, pero mi mente empieza a divagar.
Me levanto de la silla como si mis pies se movieran solos, y ella se ríe. Camino a su alrededor, casi en cámara lenta, y antes de darme cuenta, escucho algo que ni yo puedo creer:
—Evelyn, me gusta tu trasero. En realidad, siempre me ha gustado.
¿Acabo de decir eso? Porque en mi mente está clarísimo que esta no es la conversación que deberíamos estar teniendo. Pero ella solo sonríe, como si nada.
—Puedes hacer lo que quieras conmigo, Alberto.
Y de pronto, no soy yo. Siento que el lado rebelde de mi cerebro toma el control, y ahí estoy, dándole una vuelta, observándola como si estuviera en algún trance. Le doy un par de nalgadas y todo parece tan irreal que me río, y hasta ella deja escapar un pequeño gemido de sorpresa.
—Quiero tener sexo contigo ahora mismo —digo, más como si estuviera hablando en sueños.
—Soy toda tuya —responde ella, y en mi mente, la lógica de la situación empieza a desmoronarse.
Intento desabrochar su sostén, pero de repente todo me da vueltas. La imagen de Evelyn se vuelve borrosa, mis párpados se sienten pesados, y cuando menos lo espero… caigo en el sofá.
Al abrir los ojos, veo que todo está tal cual lo dejé. Estoy en el sofá, solo, con los libros aún abiertos. ¿Fue todo un sueño? Pero me duele la cabeza como si me hubieran noqueado, y apenas logro levantarme. Aún algo mareado, camino hasta la cocina a buscar agua.
Entonces se me ocurre: ¿Y si realmente pasó algo anoche? Decido llamar a Haru, quien al parecer es la voz de la razón en mi vida.
—Haru, necesito tu ayuda. ¿Puedes venir a mi dormitorio? —le digo, tratando de sonar calmado.
Ella, muy Haru, responde que sí, pero que prefiere encontrarse conmigo afuera, porque eso de estar a solas en la habitación de un chico le da un poquito de nervios. Genial. Ahora la única persona que podría ayudarme tiene el síndrome del “miedo a las paredes”.
Llego al árbol y ahí está, con su carita amable y sus zapatos tan remendados como siempre. Me siento, y ella pone sus manos en mi cabeza. De inmediato siento un alivio mágico.
—¿Estuviste bebiendo, Alberto? —pregunta, con tono de regaño.
—¡No, claro que no! —respondo indignado, aunque en este punto ni siquiera estoy seguro de mi respuesta.
Ella suspira, como una madre resignada.
—Es normal que celebren después de aprobar, lo vi ayer en la red tu victoria. Pero tal vez debas tener más cuidado, eres demasiado joven para beber tanto, si una chica llega a interesarse de ti, no le gustaría que fueras un alcohólico.
Estar siendo regañado por alguien con apariencia de niña adorable es… humillante. Pero el alivio en mi cabeza hace que lo acepte sin protestar.
—Gracias, Haru. En serio, no sé qué haría sin ti. —Le doy un rápido beso en la mejilla, para terminar, alejándome, notando que se pone roja como un tomate, sin embargo, no tengo tiempo, debo de estudiar, ayer no pude terminar.
De regreso a mi habitación, decido que necesito respuestas. Así que, con la cabeza aún algo confusa, llamo a Evelyn. La espero con cierta ansiedad, hasta que finalmente contesta.