Los dos estamos en nuestra limusina rumbo a Herel, después de un Karaoke que, sinceramente, pareció más un desfile de gallos desafinados que otra cosa. Evelyn ha decidido que mi hombro es su almohada personal, y su abrazo tiene la firmeza de un oso hormiguero con problemas de espacio personal. No voy a mentir: me encanta.
— ¿Estás molesto conmigo, hermanito, por lo que hice hace un rato? —pregunta, como si no supiera que últimamente su cercanía me pone más nervioso que un gato en un taller de cohetes.
—¿Molesto? Para nada —respondo, intentando sonar serio, aunque en mi mente hay un letrero gigante que dice: “¡Alerta, peligro hormonal!”—. Solo que no entiendo cómo te tragaste ese cuento de que iban a hacer una orgía.
Evelyn me mira con la expresión de alguien que se cree Einstein en una sala de primaria.
—Hablaban en serio, Alberto. Es que eres demasiado inocente, hermanito. —Y ahí está de nuevo, esa sonrisa que podría convencer a un cactus de florecer en pleno desierto.
—¿Inocente? ¡Por favor! —respondo, tratando de defender mi honor—. Esas chicas eran demasiado lindas como para algo tan… tan… grupal.
Mi hermana se pide aún más en mí. Puedo oler su champú, algo floral y misterioso, como si hubiera sido elaborado por un druida en el bosque. Mi cerebro, por alguna razón, decide ignorar todos los semáforos rojos de esta situación.
—Olvídalas, Alberto —dice, entre seria y mandona—. No perteneces a ese mundo, y no quiero que vuelvas a decir que son lindas delante de mí.
Intento mantener la compostura, pero sus palabras son como una bofetada envuelta en terciopelo.
—No te hagas la moralista, Evelyn. Te conozco bien, y sé que eres una pervertida.
Ella sonríe, y ese gesto debería venir con una advertencia. Luego, para rematar, me pasa un dedo por los labios. ¿Qué clase de película es esta? ¿Y por qué soy el protagonista?
—No lo niego, pero solo soy así con el chico que me gusta —dice, mientras se desabotona la blusa un poco, como si de repente Herel estuviera ubicado en el centro del Sahara.
Intento mirar hacia otro lado, pero es como intentar ignorar un camión de helados en un verano infernal.
—Hermana, por favor. —Trago saliva y busco algo, cualquier cosa, para cambiar de tema—. Bueno, ya que estamos siendo honestos, quiero pedirte un favor.
—Claro, dime, hermanito —responde, con esa sonrisa que parece un ataque directo a mi perdición.
—No salgas con ningún chico por ahora, ¿vale? No podría soportarlo. Y sí, estoy loco, solo te lo estoy confirmando —Necesito que alguien llame a un psicólogo antes de que haga algo estúpido.
Evelyn se muerde los labios, y siento que estoy en el borde del abismo.
—Estás loco, pero loco por mí. Anda, bésame ahora mismo.
Mi corazón está al borde de un colapso, pero la razón me agarra de la camisa justo a tiempo.
—Esperamos que lleguemos al dormitorio. El mayordomo nos está mirando.
—No importa. Carlos es de confianza. No va a decir nada.
Lo miro de reojo. Carlos está allí, tieso como una estatua de mármol, y probablemente deseando poder desaparecer en una nube de humo.
Empezamos a besarnos sin mediar más palabras, lo siento mucho Yolanda, tal vez ha pasado mucho tiempo que no te veo, pero mi cuerpo ardiente precisa de mi hermana.
Tal vez la culpa fueron mucho las noches que al despertar me había soñado con mi hermana, mis manos buscan como locas su trasero y al hallarlos los aprieto con ganas.
La vida me ha tendido una trampa con mi hermana, nunca debió ser mi familia, debimos conocernos como personas de diferentes lugares de nacimiento, porque mi carne me pide mil veces su deseo de hacerla mía.
La lucha entre lo correcto y lo inmoral solo yo la sé, ya llego el día en que le contestaré que sí a la locura de tener sexo con mi hermana.
Mi conciencia me dice detente puedes esperar, pero yo sé, si sigue pasando el tiempo así no podré volver atrás, si Evelyn se enamora de otro chico, por rechazarla tantas veces a su necesidad de amar a alguien.
Sus labios son deliciosos, quiero más del cuerpo de Evelyn, incluso siento que su ropa me estorba a lo que deseo.
Mis ojos la ven como una mujer y su pecho es un rosal sensual el cual quiero acariciar, ya no me puedo mentir más debo contestarle que sí a todos mis impulsos y buscar las cosas las cuales quiero de Evelyn, para que no sea de alguien más, no quiero dejarla ir y no quiero perder mi juventud, mis sentimientos sin probar del fruto prohibido que se encuentra en su cuerpo que casi le estoy quitando la ropa en el vehículo sin darme cuenta me he dejado llevar del momento.
—¡Pero hermano, por favor, cálmate! —exclamó Evelyn con una sonrisa que parecía sacada de un comercial de pastillas relajantes—. Me encanta cómo me miras, casi como si fuera una de esas diosas griegas... Aunque seguro es efecto de la droga mágica. Siempre supe que tenías madera de experimental.
— ¿De qué droga mágica hablas, Evelyn? ¡Por Dios, sabes que no tengo esos vicios! —le contesté mientras intentaba no parecer más culpable que un perro atrapado con la cabeza en la bolsa de croquetas—. No soy un maldito adicto.
Me crucé de brazos, mirando al horizonte como si de repente el parabrisas del auto fuera la pantalla de un cine dramático. El problema no era solo lo que decía Evelyn, sino que yo, el hermano modelo, había cometido el error supremo: besarla. ¡A mi propia hermana! Eso está a un paso de que me incluyan en la lista de los personajes más polémicos del universo.
—Ay, no te pongas así, siempre digo tonterías cuando tengo hambre —soltó Evelyn, encogiéndose de hombros como si acabara de sugerir qué pizza pedir, en lugar de acusarme de drogarme para desearla.
Para distraerme, decidí pegar la cara contra la ventana del auto, como si el paisaje pudiera salvarme de mis propios pensamientos. Pero ahí estaba el aroma de Evelyn, su maldita piel morena, que olía a... ¿vainilla con un toque de "vamos a arruinarle la vida a mi hermano"? Me estaba volviendo loco, ¡y ella seguía tan tranquila!