Black Ghost

Capítulo 51: Placer.

Ya pasó el morbo del momento, y sinceramente, no sé por qué esa voz en mi cabeza me gritaba como si fuera la promoción del año: “¡Corre, que debes tener sexo con Evelyn!”. Fue rarísimo. Era como si estuviera en una película de terror, pero en vez de un monstruo, había un instinto hormonal que me poseía cada vez que la veía.

—¡Muy bien, ahora ya estas igual de hundido que yo! — dijo Evelyn, mientras se estiraba como quien se despierta de una buena siesta. —La próxima vez usamos la habitación especial, esa donde tengo mis… digamos, accesorios comprados. Pero bueno, yo voy con Yolanda, que debe estar ya rascándose el brazo de tanto esperar.

Y ahí me quedé yo, procesando la locura. Ahora que todo había terminado y mi cabeza volvía a pensar (un poco), me di cuenta: era puro sexo. Nada más. Entre Evelyn y yo no había algo profundo. No había amor, ni magia, ni una playlist romántica de fondo. Solo... bueno, ya lo sabes.

—No pasa nada— le dije a Evelyn, como si esto fuera una charla casual en el supermercado. —Ah, por cierto, déjame una fundita con algo de tu cabello, ¿sí? Estoy aprendiendo un conjuro nuevo. ¡Brujería nivel 2, hermanita!

Claro, porque nada dice confianza como regalarle tu ADN a una aspirante a hechicera…

El tema es que, aunque Evelyn siempre ha sido como mi hermana para mí, realmente no lo es. Oh bueno, eso creo. Mejor dicho, eso espero. Así que decidí hacer lo lógico: irme a comer algo a la cocina mientras ella se iba al baño, como si todo fuera un día cualquiera.

Al rato baja Evelyn, tan tranquila, y me da un mechón de su cabello como quien entrega una factura. Yo lo tomo, porque obviamente tenía un plan en mente, mientras ella se marchaba. Llamé un taxi y me fui al hospital. Necesitaba saber si realmente éramos hermanos o si mi vida acababa de convertirse en un episodio prohibido de telenovela.

Llegué al hospital de la Capital 12, que está fuera de Herel. Le expliqué todo a la enfermera, tratando de sonar casual mientras mis neuronas gritaban: “¡No me juzgues, señora, yo tampoco quería esto!” .

—Espera unos diez o quince minutos, joven. Le llamaremos con los resultados—me dijo con la profesionalidad de alguien que ve cosas más raras todos los días.

Ahí estaba yo, sudando frío en la sala de espera. ¿Y si realmente somos hermanos? ¡Qué horror! ¡Qué desastre! Esto no puede acabar bien…

Finalmente, la enfermera apareció con un papel en mano y una cara que me dejó en duda si iba a darme un pésame o una celebración.

—Lo siento mucho, joven, pero los resultados indican que la dueña del cabello no es familiar suyo. En otras palabras, no son hermanos. Aquí tiene los detalles más precisos por si quiere revisarlos—me dijo, como quien entrega una multa.

Yo, que ya me vio en la portada de las noticias locales, respiré tan fuerte que la enfermera dio un paso atrás.

—Gracias, de verdad… Gracias— le dije, sonriendo como quien acaba de ganar la lotería genética.

Aunque claro, creo que la pobre mujer pensaba que yo deseaba lo contrario. ¡Menudo lío!

Por otro lado, está Yolanda. Ay, Yolanda… ya la vi llorar una vez por Maicol. Si se entera de lo que hice con Evelyn, esto podría terminar peor que una telenovela con final abierto. Yo ya me imagino el escándalo: gritos, llantos y probablemente algo volando por los aires.

En fin, cambio de tema porque me llega un mensaje de la casa de Tecnología. Abro el mensaje con toda la esperanza de un ganador del Melate… y ¡zas! Mi promedio es de 67. ¿Sesenta y siete? ¿En serio? ¡Necesito al menos 70 para no quedarme fuera! Básicamente, estoy a tres puntos de ser el rey de los reprobados.

La tristeza me pega más fuerte que un spoiler de película: “¡¿Cómo llegué a esto?!”. Tengo que estudiar como si me estuviera preparando para un duelo de magos, pero en lugar de varitas mágicas, con apuntes y libros. Así que al día siguiente, con la determinación de Rocky en la escalera, me dirigí a la biblioteca.

Mi misión: solo estudiar. Nada de magia, nada de peleas imaginarias con mis “archienemigos” del Nivel 3 de la Liga Oro. Porque claro, una cosa es enfrentar a los promedios y otra es pelear contra esos genios que parecen que desayunan ecuaciones y cenan algoritmos.

La biblioteca de Herel es un monstruo de libros, tan grande que uno se pierde entre estantes y estornudos de alergia al polvo. En cuanto llego, pido mis libros con la actitud de un estudiante que tiene todo bajo control (aunque solo es fachada) y me dirijo a una mesa para "estudiar". Pero ¡ay, sorpresa! ¿Qué me encuentro? A Haru, sentada como si la biblioteca fuera de su sala de estar, charlando con otra chica.

Y ahí estoy yo, congelado como si acabara de ver a un unicornio con gafas. "¡Espera!", me digo. Esa chica me suena. Debe ser la hermana de Yolanda. Es como una versión en miniatura de ella, pero con el pelo corto y rosa, de un tono más suave, como si alguien hubiera mezclado algodón de azúcar con suavizante para ropa.

Mi conciencia pregunta: ¿Recuerdas a Yolanda? Sí, esa cuya compañía incluye un ogro llamado Berek, que me dejó el oído tan golpeado que casi creo que ahora oigo mejores las mentiras de los políticos. Bueno, esta chica estuvo con ese ogro cuando ocurrió ese desafortunado incidente. Y ahora, solo espero que no me reconozca, porque no tengo ganas de revivir mis momentos de boxeador amateur.

Haru y su compañera estaban tan metidas en su conversación que ni notaron mi dramático ingreso triunfal (bueno, triunfal en mi mente). Pero yo, digno como el caballero de una novela barata, me siento en su mesa de todos modos. Con una sonrisa que podría vender helados en el Polo Norte, las saludo cortésmente, como si todo fuera perfectamente normal y no estuviera sudando frío.



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En el texto hay: fatasia, cienciaficion, amordehermanos

Editado: 18.07.2025

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