—Bueno, está bien, me tienes contra las cuerdas, sin salida… La verdad es que he tenido sexo con Evelyn. —Ahí lo solté, como si fuera un pastel caliente que quema las manos.
—¡QUÉ!? ¿¡Tuviste sexo con Evelyn!? ¿En qué maldito momento tu cerebro decidió apagar el interruptor del sentido común? ¿No había alguien más, como una lámpara o un ficus?
Lo sé, lo sé, ahora sí estoy frito. Nadie me salva de esto. Quizás debería mudarme a otro planeta... ¿Cómo se pide un Uber a Marte?
—¡Esto es increíble! Pero no, espera... No fue culpa de Evelyn. Fue toda mía. ¡No pude resistirme! Era como si al verla se activara un botón de autodestrucción en mi cuerpo, y todos mis instintos gritaran “¡Hazlo!” Mientras la lógica se iba de vacaciones con un cóctel en la mano.
—Ajá… Eso suena muy bonito, pero hay algo raro aquí. ¿Sabes qué? Una vez vi en la mochila de Evelyn un recibo de compra de una droga mágica para embrujar hombres. Ya sabes, cosas casuales.
—¿Qué? ¡No! Evelyn jamás haría algo así. Es mi hermana, bueno, no literalmente, pero casi. ¿Drogas mágicas? ¡Por favor! Eso suena como algo de un mal programa de televisión.
—Hmm, no estoy tan segura. Déjame llamar a mi sanadora personal. Le encantan estas cosas de drama sobrenatural. Que venga y te saque sangre, como un vampiro, pero más profesional.
— ¿Estás molesta conmigo?
—No, no estoy enojada contigo. Estoy enojada con Evelyn. Sabía que tramaba algo raro, pero no me imaginé que era esto. En fin, hasta que no venga mi sanadora y te chequeé, no saquemos conclusiones.
Aunque, honestamente, no creo que mi hermana sea tan lista como para engañarme en mi propia cara.
—Tienes razón. Aunque, por cierto, después de esto tendré que cambiar la cerradura de mi puerta… ya la rompiste. ¡Incluyendo mi cara!
En ese momento, la puerta se abre de golpe y entra la sanadora de Yolanda, con más dramatismo que un final de telenovela.
De su bulto, que parecía más un bolso de Mary Poppins que un maletín médico, la sanadora saca una pistola diminuta con una punta afilada. La miro con desconfianza mientras Yolanda, en su modo de “mandona profesional”, le pide que me haga un examen de sangre. ¿Qué pasó con las buenas y viejas agujas normales? Pero no, aquí todo tiene que ser mágico y dramático.
La minipistola me pincha el brazo y, antes de que pueda quejarme, la sanadora ya ha llevado mi sangre preciada a un recipiente. Pone las manos sobre él, murmura unas palabras que probablemente incluyen "alakazam" o "abracadabra", y voilà: mi sangre cambia de color como si fuera un truco de magia barato.
—Efectivamente, Yolanda, este chico está hasta las cejas de una droga mágica, y no en plan divertido —dice la sanadora con tono serio—. La dosis es tan alta que debería estar bailando con unicornios ahora mismo. Lo correcto es llevarlo al hospital de Herel ya, para que le limpien la sangre y le pongan la vacuna de rigor. Así no tendrás un déjà vu mágico más adelante.
Con un movimiento digno de un truco de salón, la sanadora también usa su magia para curar mis golpes. Me pregunto si también arreglará mi autoestima, porque después de esto la necesito.
—Muy bien, Alberto, vete con ella al hospital —dice Yolanda, haciendo un gesto dramático como si estuviera despachándome a la guerra—. Yo los alcanzo más tarde, pero de lejos, que no quiero que nos vean juntos.
Ah, claro, porque mi estado deplorable sería un escándalo para su reputación. Pero lo peor viene cuando me cae la ficha: mi propia hermana me drogó.
—Si me permiten un comentario profesional —añade la sanadora, con ese tono de “sabiduría de tía que todo lo sabe”—, quien sea que te haya dado estas drogas mágicas podría acabar en la cárcel. Es ilegal, ya sabes, cosas básicas de sentido común. Además, con el tiempo, estas cosas pueden darte un trastorno de personalidad y hacerte confundir la realidad con las fantasías.
Genial, ahora soy un episodio ambulante de una serie dramática. Pero no quiero que mi hermana termine en la cárcel. Las reuniones familiares ya son incómodas sin eso.
—Eso no importa —dice Yolanda, cortándome antes de que pudiera abrir la boca, con su clásico tono de mando y control—. Solo llévalo al hospital, amiga mía. Lo importante es que no se nos muera.
Así me marcho con la sanadora, que a estas alturas ya parece más mi niñera que otra cosa. Al llegar al hospital, me hacen exámenes, me meten en una sala especial para limpiar mi sangre y, finalmente, me ponen la vacuna mágica. Entre todo esto, estoy seguro de que el hospital me cobrará como si hubiera reservado una suite de lujo.
Cuando salgo, ahí está Yolanda, esperándome con cara de “te lo dije”. Me lleva a la parte trasera del hospital, en un rincón apartado. ¿Qué pasa con esta manía de conspirar en las sombras? ¿Es una reunión o un interrogatorio?
—Hemos ganado esta primera batalla, pero todavía falta la gran guerra: tengo que decirle a Evelyn que eres mi novio. Así de dejar eso.
Si Evelyn se entera, sería peor. Puede que hasta me asesine. Después de esto, ya no confió en el sano juicio de mi hermana.
—¡No, por favor, confía en mí! Ahora con esta vacuna mágica ya no podrá controlarme con su brebaje místico. Yo me enfrentaré a ella.
Berek y mi hermana son iguales de peligrosos para mí, no sé qué es peor, la verdad.
—Y ¿cómo quieres que confie en ti, si hace un rato estabas actuando como un niño inmaduro diciendo que querías terminar conmigo? A veces no entiendo por qué haces estas cosas. Soy tu novia, no voy a salir corriendo al primer obstáculo.
Odio cuando ella tiene razón.
—Escúchame, no quiero que tú y mi hermana terminen como enemigas. Haz como si no supieras nada y déjamelo a mí.
—Está bien, pero con una condición.
¡Genial! Como soy rico, esto puede ponerse caro. Pero lo que sea, con tal de que no se aleje de mí.
—Cualquier cosa, dime cuál es, pero apúrate porque ya ha pasado demasiado tiempo aquí. Créeme, lo último que quiero es que Berek me encuentre contigo.
Imagínate que en un solo día me golpearon Berek y Yolanda. Esa sería la cima de mi miseria.