Estoy de pie frente al inicio del laberinto. Sé que cualquier habilidad mágica que utilice aquí será descodificada por ellos gracias al collar que llevo en el cuello. Por eso, mi estrategia es clara: usar el mínimo de mis Joyas posibles.
Conservaré mi espada como recurso final. Por ahora, me bastará con el anillo. Si logran neutralizar su poder en la futura batalla dentro de cuatro días, aún contaré con mi espada, mi segunda Joya, para derrotarlos en el Coliseo.
Frente a mí, se abren siete entradas diferentes. Dudo que alguna me lleve directamente a la salida, pero debo elegir. Me decido por la cuarta. En cuanto doy un paso dentro, un muro de piedra se cierra tras de mí con un estruendo seco. Ya no hay vuelta atrás.
Acto seguido, el peligro comienza.
Una enorme bola de piedra se desprende del techo y rueda directamente hacia mí por el estrecho pasillo. No tengo espacio para esquivarla. Sin pensarlo, activo la técnica mágica Armadura Negra y empuño mi espada, la que corta el viento.
En un solo movimiento, la piedra es partida en dos. Los fragmentos vuelan por el pasillo, rebotando con fuerza en las paredes, pero mi armadura absorbe todos los impactos. Salgo ileso.
Esta es solo la primera trampa. Pero sé que cada paso que dé estará siendo observado… y analizado.
Sigo avanzando con la armadura aún activada, pero el peso es una carga enorme. Cada paso se vuelve más lento y torpe. Me doy cuenta de que, si sigo así, no lograré cruzar el laberinto a tiempo. Necesito quitármela.
El problema es que esta técnica mágica, la Armadura Negra, no puede volver a usarse durante varias horas. Y lo peor: ya fue descodificada por esos tramposos. Si intento utilizarla durante la batalla final en el Coliseo de Ligas Mayores, no tendrá ningún efecto.
Decido desactivarla. En cuanto la armadura se disuelve, me siento ligero. Recupero la velocidad y corro con toda mi energía hacia el final del pasillo.
Allí, el camino se divide en dos: una bifurcación, una entrada hacia la izquierda y otra hacia la derecha.
No tengo tiempo para dudar. Giro a la izquierda, confiando en mi instinto. Solo puedo esperar que este camino me acerque más a la salida.
Al final del pasillo, llego a una gran sala circular. El techo es alto, la luz es tenue, y en el centro me esperan dos estatuas colosales, de al menos cuatro metros de altura, ambas con lanzas y escudos, una a cada lado.
Frente a mí, hay cuatro puertas, dispuestas en forma de cruz. Probablemente, solo una conduce a la siguiente etapa. Las demás... podrían ser trampas.
Y esas estatuas... sé que no están allí solo como decoración.
Desde el momento en que las estatuas me ven, comienzan a moverse. Sus pesados cuerpos de piedra se levantan lentamente, pero con clara intención de atacarme sin piedad.
Actúo sin dudar. Realizo rápidamente los sellos mágicos y invoco a dos de mis aliados más confiables: mi Golem de Hielo y mi Esqueleto Guerrero.
El Golem ruge con un crujido helado y salta directo hacia la estatua gigante de la izquierda, apuntando a su rostro. La estatua reacciona con precisión letal: clava su lanza en el pecho del Golem. Sin embargo, justo en ese instante, mi criatura se sacrifica, liberando un gas helado desde su cuerpo que congela por completo a la estatua. El hielo la inmoviliza, envolviéndola como una prisión cristalina.
Al mismo tiempo, mi Esqueleto Guerrero corre hacia la estatua de la derecha. Con un salto ágil, esquiva el primer intento de estocada de la lanza y, una vez en el rostro de la colosal figura, lanza dos tajos certeros con sus espadas gemelas. Luego, salta sobre la estatua congelada, buscando una mejor posición.
Pero la estatua aún activa no se detiene. Arremete con su lanza contra el esqueleto. Él salta una vez más para evadir el golpe, pero la lanza impacta accidentalmente a la estatua congelada, haciéndola añicos. El hielo estalla por toda la sala.
Uno de los fragmentos golpea a mi Esqueleto Guerrero, haciéndolo perder el equilibrio. Ese momento de vulnerabilidad es suficiente: la estatua gigante aprovecha y, con un movimiento brutal, destruye por completo a mi invocación, esparciendo sus huesos por el suelo de piedra.
Aprovechando que la estatua gigante me da la espalda, concentrada en mi Esqueleto Guerrero, formo con rapidez el sello mágico entre mis manos. Entonces, libero un extenso torrente de fuego desde ambas palmas. Las llamas impactan de lleno contra la cabeza de piedra, y en segundos, la hacen desaparecer entre una lluvia de cenizas y rocas fundidas.
La estatua, ya sin cabeza, cae con un estruendo al suelo, inerte. El combate ha terminado.
Sin perder tiempo, me lanzo hacia una de las cuatro puertas. Esta vez elijo la número tres, confiando en mi intuición.
Corro. Doblo esquinas. Giro en pasillos interminables. Mi respiración se agita. Los minutos pasan, y parece que el recorrido no tiene fin. Pero finalmente, una tenue luz aparece al fondo. Corro hacia ella con renovada esperanza.
Al cruzar la puerta, me detengo de golpe.
Estoy nuevamente en el punto de inicio.
—¡Por un demonio! —grito, apretando los puños con rabia. Siento cómo la frustración me quema por dentro.
Frente a mí, una pared se levanta cerrando la puerta número uno, por donde originalmente había entrado. La puerta número cuatro, la que usé antes, permanece cerrada desde mi anterior intento.
Ahora solo quedan abiertas las puertas dos, tres, cinco, seis y siete. Respiro hondo, intentando calmar la rabia. No tengo tiempo para rendirme.
—Muy bien... esta vez será el número seis. Espero que no me lleve otra vez a este maldito punto de partida —digo con firmeza mientras avanzo, dejando atrás la sala del engaño.
Entro por la puerta número seis y, como ya es costumbre, un muro se levanta detrás de mí, impidiéndome retroceder. Avanzo a toda velocidad por un largo pasillo recto que parece no tener fin, hasta que finalmente diviso una salida iluminada al fondo.