Black Ghost

Capítulo 84: Liga Platino.

Mi tigre se lanza sobre el original con una agilidad impresionante. El impacto entre ambas bestias sacude el suelo. El tigre enemigo intenta morder a mi invocación, pero esta responde con igual fiereza. Ahora los dos se atacan sin tregua, sacando sus garras, golpeando con fuerza bruta y rugiendo con furia indomable.

Es una lucha salvaje, instintiva, carente de estrategia o razón. Dos criaturas idénticas, creadas con un mismo poder, en un combate sin propósito más allá de destruir al otro.

Sé que esta pelea no tendrá un claro vencedor. Tal vez uno de los dos caiga, pero el que quede en pie estará tan herido, tan desgastado, que no podrá volver a luchar. Aun así, si algo ha servido mi espejo cuadrado de borde azul, es que ha contenido su primera invocación. Lo he detenido. Ese tigre blanco de rayas negras ya no es una amenaza directa.

Pero entonces noto algo más. Mientras los tigres siguen enfrascados en su duelo, el invocador del grimorio —aquel estudiante del Nivel 4— da un paso rápido hacia su izquierda, saliéndose del ángulo de peligro que supone estar entre dos bestias mágicas que se despedazan sin piedad.

Levanta las manos. Está haciendo sellos nuevamente.

Su libro mágico, aún flotando frente a él como si tuviera vida propia, pasa de página. El dibujo del tigre permanece quieto, mientras que en la hoja siguiente empieza a trazarse, mágicamente, la imagen de un nuevo animal: un oso.

Pero no es cualquier oso.

Tan pronto la figura se completa, una energía oscura emana de las páginas, y el cuerpo del animal comienza a materializarse frente al grimorio. Primero son sus patas, gruesas como pilares de mármol. Luego su pecho ancho, cubierto de un pelaje marrón oscuro, casi negro. Finalmente, su cabeza emerge con un rugido que hace vibrar el Coliseo.

Es mucho más grande de lo que parecía en el dibujo.

Y más aterrador.

Sus ojos rojos destellan una inteligencia cruel. Tiene colmillos del tamaño de cuchillos, y su espalda está cubierta por una armadura natural de hueso que lo hace parecer más un monstruo de guerra que una criatura del bosque.

Esto ya no es una simple batalla de invocaciones. Ahora estoy frente a una amenaza real.

No podía permitir que ese oso salvaje se acercara a mí. No esta vez. Salté hacia lo alto con toda la fuerza que me permitía mi cuerpo y, mientras aún estaba suspendido en el aire, levanté mi mano derecha.

La energía mágica comenzó a acumularse con intensidad abrasadora, envolviendo mi brazo en llamas. Estaba listo para repetir aquel hechizo que alguna vez me hizo destacar en el pequeño coliseo, cuando derroté al sapo gigante. El Meteorito de Fuego. Mi primera gran hazaña como mago reconocido.

Con un movimiento decidido, bajé mi brazo, y el cielo pareció quebrarse.

El meteorito cayó con un rugido ensordecedor, descendiendo a una velocidad vertiginosa. Como una bala infernal trazando un camino directo al centro del Coliseo de Ligas Mayores, impactó con la fuerza de un dios furioso. El suelo tembló, una onda expansiva se extendió en todas direcciones, y una columna de fuego y humo se alzó al cielo.

La explosión fue tan devastadora que incluso los dos tigres —el original y mi copia— fueron alcanzados. Sus cuerpos fueron arrojados a una esquina del campo, cubiertos de quemaduras, jadeando de dolor mientras el suelo a su alrededor ardía.

Cuando el humo comenzó a disiparse, pude ver la figura del mago del grimorio aún en pie.

Delante de él, un escudo mágico lo envolvía, brillante y traslúcido, de un tono morado vibrante. Su defensa lo había protegido por completo del impacto del meteorito. Era evidente que ese escudo no era una magia común; debía ser una de las defensas más resistentes que había enfrentado hasta ahora.

En la página siguiente de su libro flotante, aparecía el dibujo del mismo escudo que acababa de usar. Todo lo que invocaba lo extraía de ese grimorio, como si fuera una extensión viva de su voluntad.

Viendo que el cráter humeante aún despedía calor, el mago se desplazó hacia la izquierda, flotando ágilmente hasta posar los pies sobre terreno seguro. Entonces, con un leve gesto, su escudo se desvaneció en partículas mágicas. Pero su ofensiva aún no había terminado.

Realizó un nuevo conjunto de sellos con ambas manos. El libro pasó una página más y, esta vez, comenzaron a dibujarse tres serpientes. Cada una con una forma ligeramente distinta: una más delgada y ágil, otra robusta y de mirada letal, y una tercera con dos cabezas que siseaban desde el mismo cuello. Era obvio que estas criaturas no estaban hechas para intimidar, sino para matar.

—¡No pienso quedarme atrás! —grité.

Rápidamente realicé mis propios sellos, canalizando mi energía hacia dos de mis más fieles invocaciones. A mi lado, emergieron de la nada dos figuras: mi Gólem de Hielo, alto, imponente, con su cuerpo hecho de placas congeladas y ojos brillando en azul; y mi Esqueleto Guerrero, que empuñaba dos espadas curvas, una en cada mano, listo para luchar hasta la última astilla de su osamenta.

La batalla estaba lejos de terminar. Pero ahora, tenía a mis propios guardianes para enfrentar lo que viniera.

Las serpientes estaban cada vez más cerca, pero mi Esqueleto Guerrero, blandiendo sus dos espadas con precisión letal, no les permitía avanzar.

Con cada tajo al aire, desviaba los intentos de mordida. Las serpientes siseaban, se lanzaban con velocidad venenosa, pero eran recibidas por una danza de acero que no les daba tregua. El esqueleto se movía con una fluidez antinatural, como si supiera exactamente qué iba a hacer cada una antes de que se atreviera a atacar.

Aproveché la distracción.

Puse mis manos juntas, firmes, y grité:

—¡Ahora, Golem!

Mi Gólem de Hielo, entendiendo mi plan, colocó sus pies sobre mis palmas. Reuní toda la fuerza posible y lo impulsé con violencia hacia el cielo. Como una roca lanzada por una catapulta, el golem voló por encima de las serpientes, directo hacia el enemigo: el mago del libro.



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Editado: 18.07.2025

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