Blackesley.

Prologo.

Las autoridades han puesto en marcha un protocolo de seguridad que nunca antes se había conocido en Ruse. El toque de queda comienza las 19 horas y termina doce horas después. Mismas horas en las que cualquier ciudadano que sea sorprendido fuera de su casa en cualquier parte de la pequeña ciudad, será remitido a las autoridades como sospechoso.

En la prestigiada Universidad de Roselt  se ha emitido una alerta de lo más escalofriante. Algunos estudiantes han desaparecido de las instalaciones y otros han sido asesinados dentro de las mismas. Nadie ha podido explicar lo que está pasando y todos están asustados.

—¡Déjenos salir!

Los estudiantes amotinados en la puerta de la dirección de la institución pedían a gritos su libertad, no se sentían seguros dentro de lo que poco a poco se convirtió en su segundo hogar.

—¡Nos están matando!

Las cifras de los decesos y desapariciones se habían ocultado al público en general, pero no era algo difícil de deducir. Los pequeños grupos de amigos iban disminuyendo considerablemente y los pocos que quedaban estaban al borde de la locura.

—¡Exigimos seguridad y nuestra libertad!

El campus estaba rodeado de un hermoso campo verde donde cada mañana, por las últimas tres semanas, han aparecido cuerpos desmembrados de estudiantes, maestros y demás personal.

—Donora, los estudiantes se están amotinando quieren hablar contigo –con la poca sutileza que le quedaba agrego-. Da la cara, dinos que esta pasando.

—No hay nada que hablar –Donora Blanch siempre había sido una mujer fuerte y de carácter duro, pero esta vez se estaba desmoronando en llanto frente al único familiar que tenía-. Estoy protegiéndonos, no te lastimarán.

Vaden Blanch, el joven sobrino de la directora de la Universidad, salió del despacho de su tía furioso como nunca. Evitó el motín de estudiantes frente al edificio de dirección y se dirigió hacia el edificio de dormitorios de las chicas.
Todo estaba hecho un caos, los muebles estaban rotos, las ventanas habían sido destrozadas y la electricidad parecía no funcionar. Subió por las escaleras hasta el séptimo piso y olvidando las formalidades entró directamente a la habitación con el número 76.

—Nessa, ¿Qué haces? –Vaden sabía que la respuesta era obvia, pero quería hacer tiempo para detenerla.

—Ya sobreviví a un confinamiento muy parecido –contestó ella a la defensiva-. No voy a quedarme a descubrir si sobreviviré a este.




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