Blackforest: El secreto de la estirpe abominable

2 - Al abrigo de la noche

 

 

 

 

Dos camilleros se llevaron de la casa el cadáver de Curtis oculto bajo una sábana. El matrimonio Holloway y la servidumbre se habían congregado a la puerta de la mansión, y varios vecinos que pasaban por allí se acercaron con disimulo a observar la escena. Algunas de las criadas sollozaban abrazadas, ya que habían tenido bastante trato con Wendy desde hacía años y la habían querido mucho. Solo dos de los sirvientes se mantuvieron imperturbables: los viejos Sanders. Cuando la camilla pasó a su lado, intercambiaron unas miradas muy significativas.

La noche envolvió de oscuridad Sunset Street. Helen ya se había encargado de acostar a sus hijos. Los tres habían estado muy alterados debido a la tragedia, y la mujer tuvo que calmarlos uno a uno en sus respectivas habitaciones hasta que se durmieron. De todos ellos, Mary era con diferencia a la que más le había afectado la muerte de su niñera.

Pero el día no había acabado aún en la casa de los Holloway. Helen deseaba tener una conversación con los criados sobre lo sucedido. Por lo tanto, a petición suya, los sirvientes y su marido se reunieron con ella en la sala de estar principal en la planta baja. Todos se sentaron menos Marvin, que prefirió permanecer de pie. Los Sanders imitaron a su señor, pues, a pesar de que ambos tenían más de setenta años, ninguno de los otros criados les cedió su asiento.

Los rostros de los presentes tenían un aire grave a la luz del quinqué.

—Todos lamentamos la pérdida de Wendy —comenzó a decir Helen con tristeza—. Como bien saben, además de haberse hecho cargo de mis hijos, fue también mi propia niñera cuando yo era pequeña. Mis padres la acogieron en esta casa hace más de treinta años, y aquí ha vivido desde entonces. Y al igual que todos ustedes, ella estuvo a mi lado en uno de los peores momentos de mi vida, cuando mis padres fueron… —Se interrumpió de inmediato cuando se dio cuenta de que su marido la miraba con un odio lacerante—. Es cierto que Wendy era algo mayor —continuó, cambiando de tema—, pero parecía estar muy bien de salud. ¿Quién fue la última persona en verla con vida?

Nadie habló. Tuvo que pasar casi un minuto para que una de las criadas, la más joven de todas, diera un paso adelante y se atreviera a romper el silencio:

—Con su permiso, señora, yo tengo algo que decir.

—Te escuchamos, Cheryl —asintió Helen.

—Yo estuve con Wendy poco antes de su muerte.

—Ah, ¿fuiste tú la última? ¿Y cómo estaba? ¿La notaste rara o indispuesta?

—En absoluto, señora. Se encontraba perfectamente. Pero yo no fui la última persona en estar con ella. Fui la penúltima.

—¿Qué quieres decir?

—Que cuando me marché de su habitación, se quedó sola… con Marvin Spencer. Eso era lo que quería que supieran, sobre todo usted.

La sala de estar se llenó de murmullos. Marvin clavó sus ojos en Cheryl; sin embargo, esta vez, la criada mantuvo la mirada de su señor sin amedrentarse.

—¿Qué insinúa, Cheryl? —gruñó Marvin. Sus ojos, negros como el carbón, relampaguearon.

—Cálmese, señor —dijo Selena Sanders, dirigiéndose hacia él. Inmediatamente, Marvin alzó la mano y ella se detuvo en seco.

—Veamos si tiene usted el valor de seguir chismorreando aquí y ahora, delante de todos, como estaba haciendo antes a solas con esa imbécil de Curtis —le dijo Marvin a Cheryl.

Los murmullos se convirtieron en interjecciones de desaprobación debido a la total falta de respeto que el señor de la casa acababa de demostrar hacia la recién fallecida.

Antes de que la azorada Cheryl abriera la boca de nuevo, Graham Sanders salió del rincón desde donde había estado escuchando todo el tiempo para intervenir:

—Cheryl, cuando descubriste el cadáver de Curtis, ¿encontraste algo anormal?

Helen y los criados se volvieron sorprendidos hacia Graham. Nunca, absolutamente nunca, hablaba con nadie salvo con su esposa Selena y su señor Marvin.

—¿Algo anormal? ¿A qué se refiere? —preguntó Cheryl sin molestarse en esconder el desprecio que sentía por el viejo.

—A algo en su cuerpo, o en el suelo, o quizá en cualquier otro lugar de la habitación —respondió Graham—. Un rastro de… agua, por ejemplo.

—¿Rastro de agua? ¿De qué diablos está usted hablando, Sanders? —dijo Cheryl irritada.

En el momento en el que Graham se disponía a explicar lo que había detrás de sus extrañas palabras, Marvin le hizo una rápida seña con la mano para que guardara silencio. El criado selló sus labios y en adelante ya no habló más en toda la reunión. En cambio, Cheryl, que se había percatado del gesto de su señor, montó en cólera:

—¡Claro! ¡Ahora lo entiendo! —gritó—. ¡Ya se lo dije yo a Wendy la última vez que hablé con ella, señora Holloway! Estos dos diablos están conchabados con el señor Spencer. —Señaló a los Sanders—. ¡Graham, lo único que usted pretende es encubrir a su señor, y por eso está diciendo sandeces! Estoy segura de que él tiene algo que ver con la muerte de Wendy, y usted y su mujer lo saben, ¿no es así? ¡Embusteros, sinvergüenzas!

—¡Cheryl, por favor, ya está bien! —exclamó Helen consternada—. El médico que ha certificado el fallecimiento de Wendy ha asegurado que sufrió un infarto al corazón. No hay necesidad de culpar a nadie de nada ni de dejarse invadir por el odio.

Pero de nada sirvieron los intentos de Helen por calmar las cosas. Porque las palabras de Cheryl habían inflamado al resto de los criados, y todos se levantaron bruscamente de sus asientos para apoyarla en sus acusaciones.




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