Marvin le contó a Helen al día siguiente lo que había sucedido la noche anterior, cuando Mary intentó asfixiar a Victoria. Al principio, Helen no pudo creer las palabras de su marido, pero luego recordó las declaraciones del director del colegio y se horrorizó al reconstruir en su cerebro la espeluznante escena. Sin embargo, enterarse de que Mary había intentado matar a Victoria no hizo cambiar su férrea opinión de que encerrar a su hija mayor en el desván no era la solución. El matrimonio se quedó discutiendo en su dormitorio hasta pasado el mediodía, pero Marvin no cedió en su decisión: Mary permanecería confinada en el desván de manera indefinida. El hombre prohibió que nadie subiera a verla excepto su mujer, y solo para llevarle comida tres veces al día.
Mientras sus padres hablaban acaloradamente en su habitación, Dora esperaba impaciente sentada en un sillón en la sala de estar principal. Tenía una expresión ceñuda, con la cabeza apoyada sobre la mano. Marvin y Helen estaban tan enfrascados discutiendo acerca de Mary que se habían olvidado del resto de sus hijos, y salvo Victoria, ninguno de ellos había desayunado.
Dora reflexionaba. Se había acostumbrado tristemente a ver cómo su padre le pegaba a su madre día tras día, aunque siempre se preguntaba por qué ella no tomaba nunca ningún tipo de medida. ¿Cómo podía permitir que su marido la maltratara? ¿Es que no podía pedirle ayuda a nadie? Por si los malos tratos fueran poco, su padre también había sido el que había despedido a todos los criados, obligando a su madre a hacerse cargo de todas las tareas domésticas, algo terriblemente fatigoso dadas las grandes dimensiones de la mansión. ¿Por qué Marvin se empeñaba en hacer tanto daño, en hacer la convivencia tan difícil? ¿Por qué no podía ser un padre normal como los demás?
Tras un buen rato, los pensamientos de Dora se volvieron hacia Mary y su extraña locura. ¿Era locura en realidad? ¿Por qué Mary había estado comportándose así? ¿Qué le ocurría? Estaba claro que sufría sobremanera, y lo único que había hecho su padre al respecto había sido encerrarla bajo llave en el desván. Dora se estremeció al evocar la escena de la noche anterior, y los alaridos desesperados de Mary volvieron a atormentar su cabeza. ¿Cómo podía haber sido su padre capaz de hacer algo tan cruel?
En resumen, todas y cada una de aquellas cuestiones la llevaban a la misma conclusión: detrás de la conducta de su padre había algo oscuro, muy oscuro.
Inquieta, tamborileó con los dedos sobre uno de los reposabrazos del sillón y frunció el ceño aún más. Se había pasado la mañana pensando en todas aquellas cosas sin descanso, y cuando el reloj de péndulo de pared dio las doce del mediodía, se levantó por fin del sillón. Había tomado una determinación: ella sola iba a tratar de averiguar qué era lo que había detrás de todo lo que estaba sucediendo en aquella casa. Y comenzaría su investigación ese mismo día.
Lo primero que se le vino a la cabeza fue el despacho de su padre. Aquella estancia de la planta baja había estado vedada desde donde alcanzaba su memoria. Nadie había tenido permiso para entrar jamás. Qué era lo que Marvin hacía en su despacho o qué guardaba allí dentro, nadie lo sabía; pero Dora pensó que, fuera lo que fuese, tenía que tratarse de algo muy sospechoso si su padre les prohibía terminantemente la entrada a todos los miembros de la familia. Quizá pudiera encontrar allí alguna pista o descubrir algo interesante.
Eran las doce y cinco. Sus padres todavía estaban recluidos en su dormitorio. En cualquier momento terminarían de discutir, y entonces Marvin volvería con toda seguridad a su despacho, del que raramente salía. No había tiempo que perder, pues no sabía cuándo se presentaría otra ocasión tan propicia como aquella.
Dora salió de la sala de estar y se internó en el corredor que llevaba al vestíbulo. Poco antes de llegar al otro extremo, se abría a su derecha un pasillo oscuro donde nunca llegaba la luz del sol. Desde allí se accedía al despacho de su padre. Cuando empezó a caminar por aquel pasillo, sus pasos firmes y decididos fueron vacilando hasta que se detuvieron por completo. ¿Qué sería de ella si su padre la descubría allí dentro? Se echó a temblar al recordar la paliza que Marvin le dio a Kent con tan solo cuatro años, cuando lo sorprendió intentando entrar para buscar simplemente un lugar donde jugar. Dora aguzó el oído: sus padres seguían hablando con el mismo ritmo frenético y parecía no decaer. Tragó saliva, respiró hondo y siguió caminando a hurtadillas. Cuando llegó a la mitad del pasillo, vio que la puerta del despacho no estaba cerrada del todo; un tenue filo de luz salía a través de ella. Dio unos pocos pasos más y llegó a la puerta. Su corazón latía muy deprisa. Levantó despacio la mano y, justo cuando iba a tocar el pomo, la puerta se abrió un poco hacia dentro del despacho, chirriando. Dora se sobresaltó. ¿Había sido una pequeña corriente de aire? No estaba segura… Permaneció unos breves instantes en el umbral y luego se deslizó tímidamente al interior.
El lugar que tenía frente a ella era un completo desastre. La visibilidad era muy escasa, pues las ventanas estaban cerradas. La única fuente de iluminación era un fino rayo de luz que se colaba a través de una pequeña rotura que había en los postigos. El aire estaba caliente y viciado y era casi irrespirable. Todo el suelo estaba lleno de botellas de whisky y paquetes de cigarrillos vacíos, papeles desperdigados y libros abiertos y cerrados. Aquí y allí había cientos de periódicos locales atrasados que formaban auténticas montañas; las fechas de algunos de ellos se remontaban a décadas atrás. A Dora le pareció que aquellas gigantescas pilas de periódicos podrían tambalearse y desmoronarse en cualquier momento. A uno y otro lado del despacho había estanterías que llegaban desde el suelo hasta el techo, repletas de libros apretados unos contra otros. La mayoría de ellos trataban sobre religión, ciencias ocultas e historia de Abbeyton y del condado de Blackforest en general. Algunos volúmenes eran tan antiguos que habían perdido las tapas. En un rincón a la izquierda de la puerta había una caja fuerte de metal bastante grande que funcionaba con una rueda. Dora se acercó a ella e intentó abrirla, pero, tal y como temía, estaba cerrada. Se quedó mirándola con curiosidad unos segundos, preguntándose qué habría dentro. A continuación, se volvió y anduvo hacia el fondo del despacho, donde había una mesa enorme con un teléfono, varias plumas estilográficas dispersas y más periódicos locales encima.