Blackhole: El Arma Prohibida

Capítulo 1: Perdiendo el tiempo.

Crux, 3E622Y1M9

Crux es una de las ciudades más modernas del reino, conocida por ser el hogar de varias de las sede ministrales, siendo la más importante la del Ministerio de energía que abogan por tener al reino entero siempre iluminado y conectado con su gran Central Energética. También es hogar de uno de los departamentos policiacos más preparados del reino, respetados por los habitantes y envidiados por otras ciudades, los oficiales del Real Departamento Policial de Crux son la mayor carta de seguridad que tiene la ciudad solo después del Gran ejército real.

En esta fría ciudad es común ver edificios altos de casi veinte metros de altura, viven alrededor de cien mil personas que por cierto es un número considerablemente bajo para el resto de ciudades del reino, pero la diferencia radica en que existe mucha delincuencia en sus calles, además de ser una de las ciudades que limitan con la infame ciudad prohibida, cuna de la nobleza y de historias perversas donde nadie con sangre "impura" puede pisar, esta ciudad es llamada Royal City. Al oeste de esta ciudad se encuentra un extraño castillo protegido de grandes muros y guardias, está tan apartada del la rutina común de los ciudadanos cruxianos que estos simplemente no saben que es o siquiera si existe, este castillo es la exclusiva Real Academia de Crux.

Siplhes había ya arribado a la ciudad de Crux e iba directo hacia el apartamento que se le fue asignado, pero este no iba solo, su tío Jeffrey quiso acompañarlo para que sienta apoyo muy cerca de el, además que en el mensaje nunca se menciona que su tío no se podía quedar en el mientras el estudiaba. El edificio quedaba muy cerca de la academia, a unas cinco cuadras para ser exactos lo cual era muy conveniente, el apartamento que se les fue asignado quedaba en el tercer piso, al subir por las escaleras ellos vieron a dos personas salir del apartamento que les fue asignado, un joven con lentes y con el cabello totalmente despeinado de color negro y sus ojos eran grises, cosa que es muy poco común. La otra persona era un señor como de cincuenta años, calvo y con un extraño bigote, ambos vestían de trajes negros y corbata roja. Al ver a Jeffrey y Siplhes subir por las escaleras y dirigirse hacia ellos el señor calvo exclamó.

—Supongo que tú eres el estudiante que se quedará en este apartamento, llegas muy tarde— apunto a su Holowatch con su dedo para hacerle saber que cuide su tiempo.

—¿Quiénes son ustedes?— preguntó Siplhes extrañado, en ninguna parte del correo de voz decía que les iban a esperar ni nada similar.

—Yo soy el propietario del apartamento, lo preste a la academia y ahora lo usarás tu... ¿Cual es tu nombre?.

—Soy Siplhes Swallengh.

—Siples.. Swallengh, tienes un nombre muy raro, jovencito.— dijo el señor y volteando a su compañero le pregunta —Oye, ¿No te suena ese apellido?.

—No, tenemos prisa, ¿Recuerdas?— le respondió de una manera muy fría, este llevaba consigo un maletín que por su aspecto era muy valioso.

—Ah si, tienes razón... Como siempre— dijo riendo — tenemos que irnos, disfruten de la estadía y es un placer — rápidamente se fueron sin decir siquiera sus nombres, Siplhes los catalogó de raros y se hizo una idea de que es lo que vería en la academia, pero no le prestó tanto atención y ingresó al apartamento.

El apartamento era realmente cómodo y estaba amueblado, pero quizás lo más impactante era la cocina empotrada con todos los juguetes que cualquier amante a la cocina mataría por tener en su hogar y el tío Jeffrey aparte de su amor por la herrería y las espadas, era un amante de la cocina y solo con ver la nueva cocina que tenía a su disposición no dudó un segundo en comenzar a diseñar un menú en su mente y sin desempacar dicidio ir al mercado para comprar víveres. Siplhes solo se reía de la manera que se comportaba su tío, fue a su habitación y comenzó a desenpacar lo esencial, aunque solo por ese día la disfrutaría porque el día siguiente tendría que mudarse a la academia por unos cinco meses.

Mientras lo hacía observó por la ventana lo gris y triste que lucía la ciudad de Crux y lo mucho que extrañaba las montañas de su pequeño pueblo, pero como entraba una brisa que enfriaba su habitación intento cerrar la ventana, pero por error tropezó con un pequeño cactus que descansaba en aquella ventana, este cactus cayó tres metros hasta estrellarse contra el suelo, Siplhes se preocupó porque sabía que ese cactus le pertenecía al dueño del apartamento, el señor calvo. Así que decidió recuperarlo para no quedar en malos términos, salió del apartamento bajando las escaleras como un rayo y al salir del edificio fue al lugar donde cayó el cactus, que quedaba a la derecha. Siplhes se enteró que el lugar donde había caído el cactus era una especia de plaza que se encontraba entre dos edificios, esto hizo pensar a Siplhes el hecho de por qué habrán hecho una plaza entre estos dos edificios, además en un lugar muy alejado y solo, donde no había ninguna zona verde en casi cinco kilómetros a la redonda sin contar con la academia.

De todas formas su intención era recuperar el cactus así que entró, el portón de la plaza estaba tan oxidado que hizo un sonido horrible, esta plaza estaba muy descuidada, había maleza saliendo entre los bloques de adoquín del suelo, pero Siplhes noto algo distinto en su arquitectura, las bancas estaban muy bien estilizadas al igual que los faroles e incluso podría apreciarse un mosaico en el suelo muy encantador, pero esos detalles eran extremadamente raros en una plaza abandonada pero quizás el detalle más extraño que noto fue el busto que yacía en el medio de la plaza, este había sido destruido de tal forma que no se distinguía quien había sido esculpido en la piedra e incluso había una inscripción, esta última parte fue la más descorcentante de todas porqué hace más de mil años que la escritura a mano había sido maldecida bajo un poderoso hechizo al inicio de las Guerras mágicas, cualquiera que leyera alguna escritura maldita estaba en un peligro atroz que dependiendo de la importancia del escrito era la severidad del castigo por su lectura, que comenzaban por ceguera, locura y migraña de por vida hasta la misma muerte instantánea.




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