Es lunes y el día está bastante caluroso. Los abrigos y las chaquetas simplemente se quedan en los hogares de Bogotá por hoy.
Mis mejillas levemente enrojecidas le agradan a mi mamá, dice que me dan un aspecto adorable, yo no creo lo mismo, más bien me autocritico por ser tan blanco y tan sensible ante el sol. Y es que hay personas que simplemente se broncean y toman una tonalidad más oscura, pero yo termino como un camarón.
Entro a la escuela, tratando de manejar el bajo perfil, caminando con sigilo. Evito los tumultos y me voy por los pasillos más desatendidos, donde sé que a esta hora no hay estudiantes esperando su primera clase.
Parece que podré tener un día agradable. Mas estoy severamente preocupado porque llegué con el uniforme un "poquito" desarreglado, ¡Bien, no mentiré, es un desastre! Parecía que me habían arrollado todos los usuarios del transporte público. ¡Está bien! No mentiré más, no es que parecía, en realidad ¡Me han arrollado!
Más temprano, cuando el Transmilenio paró en la estación y la puerta se abrió, yo, como estaba cercano a la puerta, salí entre los primeros pero caí al bajar del autobús, justo al poner un pie en la estación (no recuerdo con cuál pie me tropecé), pero unos jóvenes muy educados *INSERTE SARCASMO AQUÍ* se pasaron por encima de mí sin querer. Al final se despidieron alegremente diciendo: "Chao. Lo sentimos, no te habíamos visto, niño de papi y mami". ¡Envidiosos!
Mi uniforme es incómodo y en días calurosos se me hace insoportable. Es un pantalón negro, camisa manga larga blanca, corbata roja con "azul" que a mi parecer es morado, chaleco que, dependiendo del día, varía entre: blanco, negro o gris, y como si fuera poco, tenemos un saco negro. Tanto el chaleco como el saco tienen bordado el escudo de la escuela. El saco está elegantemente decorado con un borde blanco de un centímetro desde la parte inferior subiendo hasta el cuello, al lado de este detalle, en la parte del abdomen, tiene dos botones también blancos.
Normalmente no abotono el saco y cuando es posible ni lo uso. La corbata la mantengo suelta, la camisa con algunos botones desabrochados, remangada y casi nunca llevo el chaleco. Pero yo no soy el único, todos hacen lo mismo y por esto recibimos constantes llamados de atención de parte del consejo estudiantil, especialmente de Aspen, la señorita «Porto el uniforme correctamente». Su falda es la más larga de todas aquí, no está más alta de la mitad de la rodilla. Su corbata ajustada y hasta el último botón de la camisa en su ojal. Lleva su chaleco con orgullo y el saco, ni el calor se lo logra arrebatar, jamás parecía incomodarla.
—Eilean, haré un reporte sobre su uniforme —como haberla invocado, aparece Aspen con expresión neutra y voz severa. Me detengo en seco sintiéndome un criminal arrestado— tiene derecho a presentar una explicación.
Estoy a unos pocos pasos de mi salón, pero por más que me escondí por los pasillos, no pude evitarla. Aspen parece tener un censor que la alerta sobre el incumplimiento de cualquier ley en el manual de convivencia de la institución. Ella jamás tiene compasión.
¡Un momento! ¿Acaso dijo, derecho a una explicación? ¿Quién es esa mujer frente a mí? Ella no es así, nunca ha estado dispuesta a transigir. No importa cuanto trates de explicar, ella jamás escucha y simplemente, al tiempo que hablas, va llenando el reporte mientras camina a la oficina de disciplina para entregarlo.
—¿Quiere... quieres una explicación?
—No tiene una —observa sacando su lapicero—, entonces llenaré el reporte.
-¡NO, sí tengo una! —exclamo angustiado, reteniendo su bolígrafo. Ella se queda mirándolo— Lo siento.
Suelto el bolígrafo y me acomodo erguído.
Ella es intimidante nada más con su mirada. Como plus, tiene una altura de más o menos un metro con setenta y dos (1.72m), mientras yo solo alcanzo 1.69. Dirán que no es mucha la diferencia, pero yo no he visto mujeres más altas que yo. Para mí todas las niñas eran más bajitas hasta que la conocí.
«Si la vida te da limones haz limonada»
Recuerdo como mi abuela me anima a aprovechar las circunstancias de manera positiva sin verle los peros a toda hora. Entonces empiezo a contar detalladamente lo ocurrido en la estación, aprovechando que Aspen parece dispuesta a escuchar. Y verdaderamente ella me está escuchando, sin decir nada. La veo serena.
—...Esa es la razón por la que mi uniforme no está presentable hoy. Porque la verdad es que desde anoche lo planché muy bien —concluyo mi defensa.
Aspen asiente y empieza a irse. Nuevamente la detengo, esta vez de su antebrazo izquierdo.
—¿Eso es todo, Aspen? ¿No vas a decir nada? —pregunto desconcertado. Ella sólo mira de manera extraña mi mano que la sujeta, entonces la suelto— Mi coartada suena como fantasía ¿En que parte de Colombia ocurriría eso?
—Aquí, en Bogotá. Te ocurrió, me lo acabas de contar —responde, haciéndolo sonar como lo más lógico.
Pero para mí no es lógico. Aspen no está reportando mi mala presentación. Normalmente ella sin piedad reporta a todo el mundo: si su ropa está sucia o desarreglada, sin importar las excusas planteadas. Y ¡Vamos! Que seas víctima de una estampida en un lugar público, solo por vestir el uniforme de un colegio exclusivo, es algo de película. Y Smirnov lo creyó sin dudar, eso da miedo.
—¿Cómo puedes estar segura? —le interrogo tratando de encontrar algún indicio de que quiere tomarme del pelo.
—Porque caminas como si hubieran abusado sexualmente de ti —señala exudando tranquilidad— Cinco chicos pisaron tu trasero, tiene lógica.
¡Nunca, jamás, me he sentido tan avergonzado en mi vida!
Aspen Smirnov, la bruja de las Nieves, está burlándose de mí, merece la horca, ¿Qué horca? ¡La hoguera, quizá logre derretir su corazón también! Esa chica hablando de forma tan imprudente en un espacio público, está arruinando mi vida.
Y ahora es cuando me percato de dos cosas, la primera, que me duele la espalda y por ende vengo caminando raro, la segunda, que parece que todo el mundo se detuvo, se quedó en silencio y nos están mirando.