No podía pensar en nada más que en la chica frente a mí, y en cómo me encontraba encima de ella.
La estaba besando, y ella me correspondía. No estaba soñando, esto era real, me repetía en mi cabeza para creérmelo.
Sentí un impulso desesperado de besarla, por la empatía que había mostrado hacia mí. Podía ver en sus ojos que no era un suceso insignificante o algo que me contaba solo para tranquilizarme.
Lo que realmente me contaba era su miedo más profundo. Lo noté por la nostalgia en su voz mientras me lo contaba.
Mi cuerpo reaccionó ante su confesión, y cuando volví a retomar mis sentidos, ya estaba sobre ella, besándola. Me disculpé, intentando levantarme de su regazo, pero ella me sorprendió, volviéndome a besar.
Podía sentir cómo luchábamos frenéticamente con nuestras lenguas, una batalla de la cual solo quería más y más.
Mi juicio se nubló, dejando todo el control al deseo. Comencé a quitarle la blusa, obligándola a alzar los brazos rápidamente, para luego sumergirnos en un beso más profundo.
Seguí mordiendo sus labios bruscamente hasta saborear algo metálico. Hasta este punto, no quería detenerme. Sin embargo, recordé algo muy importante sobre Shanti: sus piernas.
—Debemos detenernos —hablé entre jadeos, con la poca fuerza de voluntad que me quedaba para alejarme de ella.
—Está bien —aceptó, intentando calmar su respiración.
—Tus piernas —finalmente dije, recuperando el aliento.
—¿Disculpa? —dijo, confundida.
—Me detuve por tus piernas —le avisé—. Si soy sincera, no quería detenerme, pero no podía seguir por tus piernas —hablé nerviosa.
No quería que pensara que me arrepentía de haberla besado.
—¿No te arrepientes? —preguntó desconcertada.
—Si me arrepintiera, no seguiría encima tuyo —reí nerviosa.
—Es un buen punto —rió.
Me coloqué a su lado, y un relámpago me hizo abrazarla nuevamente. Ella se recostó y puso su brazo por debajo de mi cabeza.
—Te iba a pedir una cita cuando estuvieras completamente recuperada —confesé nerviosa.
—¿En serio? —abrió los ojos como platos—. Por supuesto, yo hubiera aceptado —respondió—. No creí que te sintieras de esta manera —confesó.
—¿Qué? Estás bromeando, ¿cierto? —me levanté un poco y encendí la luz para verla a la cara—. Me has estado matando lentamente y ni siquiera te has dado cuenta —dije ofendida.
—¿Qué? —decía sorprendida—. Jamás me has dado ninguna señal —se defendió.
—Te he dado demasiadas señales desde que llegaste aquí —la contradije.
—¿Qué? Claro que no —contraatacó—. ¿A ver cuáles fueron esas señales? —preguntó.
—Te preguntaba siempre qué querías comer, para poder pedir. También siempre elegía la serie que querías ver... —empecé.
—¿Qué? —me miraba incrédula—. Espera, espera —interrumpió—. Lo de la comida es por cordialidad, eso siempre se pregunta a tu invitado. Y lo de las series siempre nos poníamos de acuerdo, para ver lo que queríamos las dos. Pero, ¿Qué clase de señales son esas? —se reía suavemente.
—Como no te dabas cuenta... acaso no te dabas cuenta mientras te duchaba, cómo te tocaba más de lo normal —dije sin pensar.
Casi se le salen los ojos por mi confesión.
Me quedé roja de la vergüenza mientras ella solo se limitaba a mirarme, muy sorprendida. Los segundos de silencio parecían horas, y en mi cabeza solo podía pensar que la había jodido. Ahora debía creer que era una pervertida.
—No sé cómo responder a eso —finalmente rompió el silencio—. Creí que solo estaba muy sucia y por eso te tardabas tanto refregando —soltó una risa burlona.
—Eres una... —no dejé que terminara.
Se dio un poco la vuelta para posar sus labios en los míos y luego profundizó el beso, separándonos solo cuando nos faltó aire. Al separarnos, pude ver que tenía el labio roto. Ahora entendía por qué su beso de antes tenía un sabor peculiar.
—Lamento haber roto tu labio —me disculpé.
—Dolió un poco, pero me gustó —dijo, coqueteando—. ¿Te puedo hacer tres preguntas? —cambió de tema.
—¿Tres preguntas? —pregunté, desconcertada—. Sí, por supuesto —acepté, con algo de incertidumbre.
—¿Cuántos días faltan para que me saques estos yesos? —preguntó con un puchero que me hizo derretir.
—Dos semanas y media —respondí.
—¿Tanto? —se quejó.
—Sí, debe sanar correctamente —contesté, despejando su duda—. ¿Cuál es la otra pregunta?
—¿Qué pasa si tengo mucho movimiento en mis piernas? ¿Estas podrían volver a fracturarse?
—Si los movimientos son muy bruscos, sí, hay un alto riesgo de que se vuelvan a fracturar —respondí—. ¿Qué quieres hacer? —pregunté, inquieta.
—Te lo digo después de que respondas mi última pregunta —habló misteriosamente.
—Está bien —acepté—. ¿Cuál es tu última pregunta?
Me miró muy seria a los ojos, tanto que resultaba inquietante.
—¿Cuánto tiempo debe tardarse una persona en bañar a otra sin que tenga pensamientos pervertidos? —preguntó, burlándose y riendo hasta el punto de que se le salían las lágrimas.
Quería que me trague la tierra por su última pregunta. Estaba tan avergonzada que pensaba irme, pero me detuvo nuevamente con su mano.
—Perdón, cariño, pero si alguna vez tengo otro accidente y otra persona me debe cuidar que no seas tú, le tomaría el tiempo cuando me esté bañando —hablaba aún riendo.
—Eres una... —no me dejó terminar.
Me silenció dándome un beso lento, para luego separarse y morder su labio seductoramente.
—¿Quieres ser mi novia? —preguntó, rompiendo el silencio.
—¿Qué? —pregunté, aún aturdida por su confesión.
—Está bien, si aún no quieres serlo, creo que me adelanté. Porque tú querías que tuviéramos citas —balbuceó todo muy rápido, se veía adorable.
—Sí quiero —respondí, y la besé para que dejara de balbucear. Me miró sorprendida, para luego relajarse con el beso.
Después de una sesión de besos que duró más de media hora, estaba demasiado prendida y no quería dejar de besarla, pero ella me detuvo porque debíamos dormir... y porque se estaba conteniendo.
#3558 en Otros
dolor amor humor amistad, masoquismo obsesiones amor enfermizo, venganza arrepentimiento
Editado: 11.03.2025