Blanco y todos los colores

6

Dios, te has olvidado de mí. Era lo único que pensaba mientras la madre de mi novia nos veía parada frente a la tienda de acampar. ¿Cómo es posible tener tanta mala suerte? Primero me ve su madre con el pantalón desabotonado y mi blusa levantada dentro de la tienda, y ahora escucha que me he acostado con su hija, sin considerar que ellos estaban justo al lado. Y ahora, ¿Qué debe estar pensando? Seguro cree que he corrompido a su hija.

—¿Aún quiere que vaya? —pregunté, temblando de nervios.

—Sí —respondió con simpleza, y se alejó.

Estaba tan roja y avergonzada, al igual que mi novia, quien solo se limitó a tirarse al lado de la tienda para envolverse con las sábanas y quedarse en esa posición hasta que se le pasara la vergüenza.

Sin embargo, tuve que salir y enfrentar a mi suegra. Caminé casi temblando hacia la madre de Paulina, sin saber qué iba a decir, y hasta creo que se me olvidó cómo hablar.

—Buenos días, suegra —hablé automáticamente, muy apenada.

—Hija, ¿Puedes ayudarme a hacer unos sándwiches? —me pidió con voz relajada.

—Sí, claro —respondí, aún nerviosa—. Yo lamento lo de hace rato.

—Es normal, a su edad, y dado que recién empiezan su relación, deben estar muy hormonales —dijo comprensiva.

—No volverá a pasar —le prometí.

—Eso lo dudo, hija, pero al menos podrían controlarse. No son cavernícolas o animales —se burló.

Ese día volvimos a casa, ya que las lluvias iban a ser más intensas y no podíamos quedarnos más tiempo por nuestra seguridad.

Las fiestas pasaron rápidamente, incluida la de Año Nuevo, que celebramos nuevamente los cuatro en París. Fue increíble convivir y disfrutar de esos momentos en familia, algo que no sentía hace mucho tiempo.

Volvimos a nuestra vida rutinaria. Paulina regresó al hospital de sus padres junto con ellos. Yo, por mi parte, no tenía mucho que hacer, así que me dediqué a investigar para abrir un nuevo negocio. Todos los días, desde la mañana hasta la tarde, recorría restaurantes en busca de nuevos platos. Sin embargo, no encontraba nada que me llamara la atención.

Tuve que inscribirme a un gimnasio, porque probar tanta comida casi todo el día me estaba pasando factura. Pasaron cuatro meses con la misma rutina de siempre, y cada día me sentía más enamorada de Paulina.

Pero el día que tanto había temido llegó: el karma. Algo que me había estado acechando desde hace tiempo, esperando el momento para cobrarme lo que había hecho, finalmente logró atraparme.

El 29 de abril se celebró el aniversario de bodas de mis suegros. Realizaron una fiesta modesta, a la que fuimos invitados toda la familia.

Ese día llegamos tarde, Paulina y yo, porque mi vuelo se retrasó. Nos disculpamos con mis suegros, quienes, en lugar de molestarse, parecían preocupados por si nos había pasado algo. Entre tanta gente, no noté que alguien se acercaba a mí.

Sin darme cuenta, una persona tomó mi rostro, lo giró y me besó frente a todos, dejando a todos boquiabiertos, incluso al DJ, quien dejó de tocar la música por varios segundos.

—Sabía que te volvería a encontrar, cariño —dijo, separándose de mí.

Me quedé en shock, horrorizada al reconocer a la persona frente a mí.

—¿Pero qué demonios, Valentina? ¿Por qué haces esto? —gritó Paulina, furiosa.

—¿Valentina? —murmuré, aún en shock.

—¿Por qué besas a mi novia? ¿Te has vuelto loca? —bramó Paulina, mientras todos observaban en silencio.

—¿Tu novia? —dijo Valentina con ironía—. Ella es mi novia —aseguró. Y, mirando fijamente a mis ojos, añadió—: ¿Verdad, Shanti?

Paulina me miraba, buscando una respuesta o al menos una palabra de mi parte.

Nadie podía creer lo que estaban presenciando. Yo seguía petrificada, y las únicas personas que mantenían la compostura eran mis suegros, quienes intentaron calmar la situación.

—Deberíamos hablar en otro lugar —intervino mi suegro.

—Sí, vayamos a un lugar privado —concordó mi suegra, dirigiéndonos hacia una habitación.

Las caras de todos los presentes eran de sorpresa y confusión, y no cambiaron ni un poco, incluso cuando nos alejamos de la multitud.

—¿Qué está pasando aquí? —me preguntó directamente el padre de Paulina.

—Díselo tú, amor, y lo entenderán —habló Valentina, tomando mi brazo, pero rápidamente me zafé de su agarre.

—No es lo que parece —aseguré.

—¿Conoces a Valentina? —preguntó mi suegra.

—Sí —confirmé, aunque no sabía cómo explicarlo.

—¿Por qué conoces a Valentina? —preguntó Paulina, visiblemente desconcertada.

Su mirada reflejaba decepción, y su pregunta lo decía todo. Parecía que no era un secreto el comportamiento y la vida que llevaba Valentina.

Valentina era el tipo de chica que llevaba una vida de excesos. Era muy liberal, y en pocas palabras, se acostaba con cualquiera sin importar nada más que su propio beneficio y placer.

No hacía falta ser muy inteligente para deducir cómo nos conocimos.

Para mí era imposible pensar que la conocí por casualidad. La única explicación era que nuestras vidas de excesos y diversión descontrolada nos habían cruzado.

—Cariño, yo te lo iba a decir, pero tenía miedo. No quería que supieras esta parte de mí, te lo juro, amor —tomé las manos de Paulina, pero ella las esquivó.

—¿Qué? —habló con decepción—. No puede ser —dijo, caminando de un lado a otro

—. Amor...

—Te acostaste con mi prima —gritó, interrumpiéndome.

No sabía qué responder para que no siguiera decepcionándose de mí. Sin embargo, no podía tapar el sol con un dedo. Lo único que hice fue quedarme callada, porque mi respuesta era evidente.

—Por favor, déjame explicarte todo, y lo... —antes de terminar mi frase, me dio una cachetada que retumbó por toda la habitación.

—¡Hija! —se interpuso su madre, impidiendo que me volviera a golpear.

—¡Estás loca, Paulina! ¿Por qué golpeas a mi novia? —intervino Valentina.

—No soy tu novia —dije, molesta—. ¿Podrían dejarme a solas con Paulina?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.