Me desperté somnolienta, y lo primero que vi fue el techo blanco, mientras el ruido de varias personas me rodeaba.
Maldición, pensé, estaba nuevamente en el hospital. Lo último que recuerdo es estar de rodillas frente a Paulina y que su madre me tomó en sus brazos.
En ese instante, una enfermera llegó con la comida, la dejó y se retiró rápidamente. Aunque normalmente todas las enfermeras me saludan e interactúan conmigo, ya que me conocen, esta vez fue diferente: todas evitaban mi mirada y salían lo más rápido posible de la habitación. Solo se limitaban a saludarme y nada más. ¿Tan mal se veía mi cara? Pensé tocando mi rostro.
Me dolía todo el cuerpo, y pensaba en cómo disculparme con mi madre adoptiva. Era probable que estuviera pensando en dejarme sin analgésicos por un largo tiempo. Debe estar echando rayos de lo enojada que está, reflexioné.
Ahora sí nadie podrá negar que el mal genio y la terquedad de Paulina los heredó de su madre.
— Srta. Vega, ya despertó —dijo un doctor entrando a la habitación.
Observé que no estaba sola; mi adorada madre también estaba allí, y se notaba que estaba furiosa.
— Srta. Vega, lo que hiciste fue muy desconsiderado, irresponsable y... —comenzó el doctor.
— Estúpido —terminó la frase mi madre con un tono grave.
— Exacto. Pudo haber traído terribles consecuencias, y una de ellas es que tu rodilla izquierda está muy dañada. Tendrás que operarte, sin embargo... —comenzó el doctor, pero mi madre lo interrumpió.
— Por tu estupidez, tendrás que esperar un mes más y ver la evolución de tus otras fracturas para decidir si podemos operarte —dijo con firmeza.
— Así es, Srta. Vega. Todo lo que la Dra. Scott ha dicho debe hacerse. De mi parte, eso es todo —informó el doctor, visiblemente nervioso.
El doctor salió rápidamente de la habitación, temeroso del enojo de mi suegra.
— Disculpe, doctor, ¿Cuándo me darán el alta? —pregunté antes de que pudiera salir por la puerta.
Mi querida suegra me lanzó una mirada asesina para que dejara de hacer ese tipo de preguntas.
— Tal vez en unos dos días más, si es que sobrevive a la Dra. Scott —respondió mientras salía de la habitación.
Quedé en pánico por las palabras del doctor. Tragué grueso para enfrentar a mi suegra.
— ¿Qué tenías en la cabeza? —me gritó—. ¡Casi mueres, Shanti! —continuó gritando histérica—.
— Lo siento —me disculpé cabizbaja.
Vaya, mi suegra daba miedo. Era la primera vez que la veía tan histérica. Ni siquiera cuando comencé a salir con Paulina me gritó tan fuerte como ahora.
— ¿Por qué no me dijiste que estabas en un hospital cuando te llamé? —me regañó.
— Lo lamento, madre, pero cuando me dijo lo que quería Paulina, supe que esa era mi oportunidad. Entonces le di todo para que me volviera a hablar —confesé.
— ¿Pero qué tienes en la maldita cabeza? —caminaba histérica por la habitación—. Saliste del hospital mal herida, solo por pensar que tenías una oportunidad con mi hija. Por Dios, ¿acaso la estupidez se transmite con el aire? Para que tenga a dos hijas tan idiotas —me miró acercándose a mí—. ¿Cómo se te ocurre poner tu vida por encima de...?
Se quedó callada.
— Sé que no fue la mejor idea que he tenido, pero estoy desesperada. Quiero que Paulina me perdone, y sí, me jugaría hasta la vida por volver con ella —confesé.
Mi suegra me quedó mirando entre atónita, confundida y molesta.
— No lo permitiré —se opuso rotundamente—. No, a base de tu vida no lo permitiré. Así que no te seguiré apoyando en esta locura —me advirtió.
— Por favor, no me dé la espalda, es lo único que me queda —rogué.
Mi suegra, aún enojada conmigo, se mantuvo firme en no ayudarme más con Paulina, ya que estaba lastimándome a mí misma.
Pasaron tres días en los que estuve en el hospital, y ninguno de esos días Paulina vino a visitarme. Estaba muy triste, pero al día siguiente debía ver a Paulina nuevamente para saber qué más quería de mí, ya que hoy me daban el alta.
Al día siguiente volví al hospital. Llegué a su oficina y me dirigí con su asistente, ella tampoco me miró ni habló conmigo más que para saludarme. Se limitó a avisar a Paulina que estaba solicitando una cita con ella. Después de unos segundos, su asistente pidió que esperara unos minutos, y así lo hice. Me senté y esperé unos 10 minutos hasta que salió una chica de cabello negro, desarreglada, de su oficina. Después, su asistente me hizo entrar.
Vi cómo estaba toda su oficina desordenada: papeles tirados por el piso, el escritorio hecho un total desastre, como si alguien hubiera tirado las cosas con desesperación.
— Ahora entiendo lo que le dijiste a Madisson —me miró Paulina de pies a cabeza—. Que tenía que coger con más personas. Y tienes mucha razón, coger con varias personas es muy, muy gratificante —habló triunfante mientras yo apretaba mis puños—. Aunque no tanto como coger con la prima de tu novia —añadió mientras se acomodaba la bata y el cabello.
Entonces, Madison le contó nuestra conversación. Tiene sentido, ya que son mejores amigas pensé.
— Paulina... —dije celosa.
— ¿Para ti Dra. o Srta. Scott? —me corrigió.
— Srta. Scott —repetí.
— Estoy aquí para intentar llegar a un acuerdo para recuperar mis negocios —dije enojada.
— Te estaba esperando, y comenzaste muy bien antes de que te cayeras y desmayaras ese día —se levantó poniéndose frente a mí, sonriendo.
— No me puedes culpar por caer de rodillas frente a ti, ya que siempre me has tenido de rodillas —le devolví la sonrisa.
Me miró molesta por intentar coquetear con ella.
— Creo que te equivocaste de persona, yo no soy Valentina —habló enojada.
Me enojé por esa insinuación mientras ella sonreía triunfante al ver cómo me molestaba.
— Sé que quieres desesperadamente que te devuelva todo —habló cínicamente.
— Y ni siquiera niegas que fuiste tú —reclamé.
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Editado: 11.03.2025