Blanco y todos los colores

9

Estar en cama todo el día no me gustaba, y estar custodiada por dos mujeres sobreprotectoras, cuidándome todo el tiempo, era aterrador. Lo único que permitían hacer mi suegra y Paulina básicamente era solo respirar, porque comer no podía hacerlo sola. Siempre debía llamar a alguien para que me diera la comida en la boca, y normalmente era Paulina quien me alimentaba.

Solo cuando Paulina iba a buscar mis medicinas, era mi suegra quien me daba de comer. Para bañarme, solo Paulina lo hacía. Siempre miraba mi cicatriz, pero siempre le recordaba la promesa que me hizo para que dejara de culparse.

Han pasado cuatro meses desde mi trasplante, y Paulina me sigue tratando como si fuera de cristal. Ni siquiera me ha dejado tocarla, aun cuando el doctor me dio su aprobación. He intentado seducirla, pero me sorprende su voluntad de hierro.

Creí que tenía debilidad por mi puchero, mi voz recién despertada y mis besos en su cuello, así que combiné todo esto para que cayera.

Apenas me desperté, susurré su nombre al oído para que despertara, y mientras se movía, besé su cuello. Casi cae al piso cuando se percató de lo que intentaba hacer.

Se levantó rápidamente y se fue sin mirarme. No logré hacer mi puchero, pero a la próxima caerá.

—¿Por qué estás haciendo ejercicio? —me regañó.

Salí de mis pensamientos para mirarla mientras entraba muy enojada.

—Cariño —hice mi puchero—, es la única forma de no perder la cabeza —me quejé.

—No puedes hacer ejercicio. Vamos a la cama —tomó mi mano para levantarme y la seguí desde atrás.

—A la cama —dije seductoramente y besé su cuello desde atrás.

—No es por eso —me recalcó—, necesitas descansar.

—¿Y mi suegra? —pregunté.

—Se fue al hospital, debe hacerse cargo de algunas cosas —respondió mientras llegábamos a la habitación—.

—Tenemos tiempo —susurré en la cuenca de su cuello y mordí su hombro.

—¡Basta, no lo haremos! —se mantuvo firme.

—Amor, ya han pasado cinco meses —hice un berrinche—.

—Solo han sido cuatro —dijo, sentándome en la cama, para luego hacer lo mismo.

—Parece una eternidad, amor. El doctor nos dio su aprobación. Tú eres doctora, sabes que podemos hacerlo —me volví a quejar.

—Tu corazón debe estar más fuerte, solo falta dos meses —me recordó.

—¡Dos meses! Eso es demasiado, amor. O acaso, ¿ya no te gusto? Sé que no estoy en forma, pero...

—La discusión se acaba aquí, antes de que me hagas enojar más de lo que ya estoy —decía, frunciendo el ceño.

—Cariño, no encuentro otra explicación. Si no es por eso, sé que le dijiste a Mady que te gusta mi físico...

Me quedé callada porque se levantó bruscamente, evidentemente enojada, y se quedó quieta, dándome la espalda.

—Casi te pierdo, porque tu corazón se detuvo. Así que vamos a esperar los seis meses, hasta que esté más fuerte tu corazón. No me arriesgaré a que falle, ¿entendiste? —decía determinada. —¿Cómo puedes pensar que no quiero tocarte? Me muero por estar contigo, pero no lo haré hasta que tu corazón esté más fuerte —dijo, firme.

Yo sujete su mano para que volviera a sentarse.

—Mírame —pedí, y ella lo hizo—. Entiendo, cariño, pero debes dejar de tener miedo —le pedí.

—Lo haré después de los seis meses —contestó, levantándose. Pero, antes de que pudiera irse, la volví a sentar, y cayó en mis piernas.

—Debes dejar de tener miedo ahora —la abracé, metiendo mi cara en el hueco de su cuello.

La besé en el cuello y sentí como temblaban sus manos. Me detuve con la poca fuerza de voluntad que me quedaba, porque no quería obligarla a hacer algo que no quería. Se levantó de mi regazo para voltearse y besarme, haciéndome caer de bruces en la cama. Pude sentir lo mucho que me extrañaba, tanto como yo la había extrañado.

—Si veo la mínima expresión de molestia o, peor aún, de dolor, no volverás a seducirme —me advirtió.

—Está bien, amor —mordí su labio.

—Ni se te ocurra hacerte la fuerte, o te juro que no lo volveremos a hacer hasta después de un año —me amenazó.

—Prometo que no haré nada estúpido, y mucho menos que implique que me dejes a dieta un año —medio reí, volviendo a morder su labio.

Estampó su boca en la mía con tanta hambre que pude notar el esfuerzo sobrehumano que había hecho todo este tiempo.

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Me desperté un poco desorientada y con mucha sed me levanté y pude ver a la figura de cabellera de León a mi lado, que aún seguía durmiendo plácidamente

Al final se salió con la suya, me sedujo desde la mañana e intenté contenerme, pero en la noche ya no pude más caí rendida ante sus insinuaciones y palabras

Busque mi ropa, la cual estaba esparcida por el suelo, me la coloqué, pero antes pude observar todas las marcas que dejo en mi, a veces se comportaba un poco agresiva como si marcara territorio, no se como decirle más que soy suya, solo me faltaba tatuármela en la piel porque en mi alma estaba hasta remarcada

Medio reí por esos pensamientos, pero debía dejarlos aún lado por el momento, para subirme a la cama y dejar un beso en la comisura de sus labios, vi como se movió un poco pero no se despertó

Me dirigí a la isla de la cocina para preparar nuestro desayuno, estaba sacando todos los ingredientes, cuando escuché el timbre, debía ser mi madre y así deje todo aún lado para ir abrir la puerta

—Hola mamá —le salude con un beso en la mejilla.

—Cariño - saludó —¿Aún estabas durmiendo?

—Si —respondí nerviosa.

—Por lo que veo te levantaste de buen humor ¿Y mi otra hija? — pregunto.

—Esta dormida todavía, estaba un poco cansada — la justifique.

—¿Cansada? —pregunto alzando su ceja.

—Si —respondí buscando ingredientes que ya tenía.

—No la hagas hacer mucho esfuerzo —decía preocupada — sabes a lo que me refiero Paulina — me juzgo.

—¡Mamá! —me queje.

—Nada de mamá, aunque Thompson aprobó para que estuvieran juntas no es para que lo hagan como conejos desesperados — decía mientras yo estaba demasiado roja de la vergüenza .




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