Blanco y todos los colores

11

Paulina siempre me ponía en situaciones que me hacían debatir conmigo misma durante un buen rato, ya que sus propuestas siempre eran muy tentadoras. La de ahora, por ejemplo, la de llevarla en el auto, pero mis suegros estaban literalmente a unos metros de nosotras. Así que, con pesar, le dije que no, pero algún día se las cobraré.

Al entrar en la sala, algo detuvo mis pasos, mis piernas no reaccionaban y mi mente no estaba preparada para este momento. Creí que el encuentro llegaría mañana, pero no ese día. Mientras permanecía estática, sumida en mis pensamientos, una mano cálida se entrelazó con la mía, dándome el apoyo que necesitaba para moverme hacia adelante. Al fin, pude seguir hacia la sala, donde mis suegros estaban sentados juntos en el sofá, mientras mi hermana, mis sobrinos y su esposo estaban en un sillón cercano. Había pasado más de tres años, quizás más, desde la última vez que los vi, años en los que me atropellaron, me sometieron a un trasplante de corazón, y en ningún momento estuvo mi hermana. Esos malditos años en los que solo deseaba que ella estuviera allí, para consolarme, pero no estuvo, por sus estúpidos prejuicios.

Tanto tiempo ha pasado, pero el dolor y la tristeza siguen intactos en mi pecho, como el primer día en que me alejé de ellos.

—Se arrepiente de haberte dejado. Por eso está aquí —susurró Paulina en mi oído.

¿Cómo supo lo que pensaba? Debía ser por la expresión de mi rostro, ya que nunca he podido ocultar lo que siento. Mientras seguía sumida en mis pensamientos, mi hermana se abalanzó sobre mí, abrazándome, dejándome inmóvil.

—Lo siento tanto —dijo entre sollozos.

Eso era lo único que había deseado escuchar desde hacía tanto tiempo. Sin pensarlo, correspondí a su abrazo.

—Te extrañé tanto —respondí, con la voz quebrada, intentando no llorar.

—Y yo a ti —contestó mi hermana, entre sollozos.

Al fin logré soltar la tristeza que había guardado en un rincón profundo de mi corazón. No sabía cuánto tiempo habíamos estado abrazadas, pero me sentía tan cómoda, tan segura en sus brazos.

—Tía —interrumpió una pequeña voz, rompiendo el momento.

Me separé del abrazo de mi hermana, limpiando las lágrimas que recorrían mi rostro. No hacía falta adivinar quién era, y me agaché un poco para ver a mi sobrina Sofía, que debía tener unos siete años.

—Hola, Sofi —le sonreí, acariciando su cabello.

—Tía, yo pensé que te habías olvidado de mí y por eso no regresabas —dijo Sofía, sollozando—. No volveré a portarme mal, vuelve a la casa, por favor —suplicó, con lágrimas en sus ojos.

—Sofi, ya hablamos de esto. La tía estaba trabajando, por eso no volvía a casa —mintió Alejandra, tratando de calmarla.

—Pero mami y papá Dan me dijeron que te pueden pagar para que vuelvas a casa. Me lo prometieron —dijo, suplicando, con esos ojitos que me partían el alma.

—Sofi, cariño, yo tuve un accidente en el trabajo. Por eso no pude volver antes, pero ya estoy mejor, y ahora podré verte. O tú puedes venir aquí cuando quieras —intenté tranquilizarla.

—¿No volverás a vivir conmigo? —preguntó, con los ojos cristalizados por las lágrimas.

—Yo vivo ahora aquí, no en esta casa, sino en otra. Pero te lo prometo, Sofi, puedes venir cuando tú quieras —le expliqué, acariciando su mejilla para darle algo de consuelo.

—Pero tú me prometiste que volverías conmigo —dijo, haciendo un berrinche—. Al menos, si te casabas. Me lo dijiste.

Se quedó pensativa, y de repente sus ojos se abrieron como platos, como si acabara de descubrir algo.

—Tía, ¿Te casaste? —preguntó, frunciendo el ceño.

—No, cariño —respondí rápidamente, con un tono suave.

—¡Sofía, basta! —dijo Gina, con voz firme, interrumpiendo la conversación.

Sofía, avergonzada, miró al suelo, dejando de hacer preguntas.

—Siéntense, por favor —pidió mi suegra, intentando cambiar el tema.

—Lo siento, madre, no te saludé —dije, avergonzada, extendiéndole la mano, ya que también había olvidado saludarla.

Saludé a todos, aunque el abrazo con mis sobrinos y mi cuñado se extendió un poco más. Sin embargo, aún me quedaba algo muy importante por hacer: presentar a Paulina a todos.

—Creo que ya conocen a mi madre... bueno, a mi suegra y mi suegro —dije, captando la atención de todos—. Ella es Paulina —tomé su mano, entrelazándola con la mía—. Es mi prometida —dije sonriéndole.

—Es un gusto conocerlos —saludó Paulina con una sonrisa cálida.

—Encantada, soy Gina Vega, la hermana mayor de Shanti —saludó mi hermana, extendiendo su mano.

—Soy Dan Torres, su cuñado —también extendió su mano con una sonrisa amable.

—Un gusto, soy Alejandra —saludó mi sobrina, con una sonrisa.

—Yo soy Danny —dijo mi sobrino, con una sonrisa tímida.

—Hola, soy Sofía —saludó mi sobrina, con una mirada curiosa.

—Un gusto, yo soy Paulina —respondió Paulina, moviendo la mano de forma amistosa.

—Entonces, tú eres nuestra tía —murmuró Danny, con algo de sorpresa.

Alejandra le dio un codazo, y yo no pude evitar reírme.

—Sí, ella es su tía —respondí, sonriendo.

—Entonces, ¿me dejaste por ella? —dijo Sofía, mirando a Paulina, con cara de decepción, poniendo sus ojos de cachorro.

—Sofía, basta —dijo Gina, regañándola con firmeza.

Nos sentamos en el sofá para estar más cómodos, pero a nadie se le pasó desapercibido que Sofía se sentó a mi lado, y se molestó cuando Paulina se sentó en el otro extremo. Pasamos la mayor parte de la mañana hablando de lo que habían estado haciendo durante los últimos años.

Mi hermana había seguido con los negocios, aunque le costó un poco aprender a administrarlos junto con Dan. Alejandra estaba por graduarse de la secundaria, solo le faltaba un mes. Danny se estaba destacando como un prometedor jugador de fútbol americano. Y Sofía, bueno, Sofía seguía siendo la consentida de la familia.

—Sabes, Johanna también quería verte, pero ha estado con mucho trabajo —me dijo mi hermana, tratando de suavizar las cosas.




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