¿Por qué estás bebiendo tanto? —me regañó Gina.
—No es nada —intenté disimular, pero mis ojos no se apartaban de Paulina mientras bailaba con una exenemiga, o lo que hayan sido en el pasado.
Mi sangre hervía solo de ver cómo le sonreía. Parecía que la maldita mandíbula se le iba a caer si dejaba de sonreírle a mi prometida.
—¿Quién diría que Shanti Vega está celosa? —comentó burlonamente mi hermana—. Enmarcaré este momento en mis recuerdos más extraños y especiales.
—¿Es necesario que esté tan cerca de ella? —rechiné los dientes de enojo.
La canción finalmente terminó, y Paulina se apartó, acercándose hacia mí. Tomé otro trago de un solo golpe, el veneno de los celos quemando dentro de mí.
—Cambia esa cara y contrólate —me volvió a regañar Gina mientras Paulina se acercaba más.
—¿Estás viendo cómo la mira? —discutí con ella.
—Todos aquí miran a Paulina, por si no lo has notado. Tu prometida es hermosa —continuó regañándome—. Así que deja de ser tan inmadura e insegura, que ella ya te eligió a ti —me recordó.
—No soy insegura, ¡odio que la vean así! ¡Todos son unos hijos de pu...!
—¡Te aguantas! —me interrumpió—. Porque ella no tiene idea de la mirada de esos cerdos, ¿me escuchaste? —me amenazó.
¿Todo bien, amor? —llegó Paulina a nuestro lado, haciéndome mirar hacia ella.
—Todo bien, Pau. Por cierto, ¿ella es la hija del Sr. Luke?
—No, ella es una amiga de la secundaria. Bueno, más bien nos odiábamos por cosas tontas, pero ya somos bastante grandes como para seguir con esas niñerías —comentó.
—Me alegra saber eso —respondió, mientras me miraba, porque esas palabras tenían un doble significado—. Y tienes razón, sería tonto seguir con esas niñerías.
—Iré a ver dónde está metido Dan —anunció, caminando hacia el centro.
¿No te gustó que bailara con ella? —me preguntó Paulina, apenas vio que Gina ya no nos podía escuchar.
—No —respondí, aún celosa.
—Al menos no lo niegas —rió bajito.
—¿Tenía que pegarse tanto a ti? —pregunté, molesta.
Se acercó a mi oído cuidadosamente, logrando susurrarme algo.
Te ves muy sexy celosa. Me prende verte así. —confesó, haciéndome calmar un poco—. Creo que ya hemos estado mucho tiempo aquí. ¿Quieres ir al hotel y continuar con una fiesta privada? —me sedujo.
Asentí ante su propuesta mientras tomaba su mano, y salimos del lugar. Paulina estuvo muy posesiva y apasionada toda la noche. Estaba marcándome de tal forma que me sentí completamente agotada. Caí rendida a su lado, porque cuando se ponía terca no podía quitármela de encima hasta que me dejaba sin una pizca de energía.
A la mañana siguiente, me desperté por los rayos del sol que, como siempre, daban directamente en mi cara, y también por el dolor en mi cuerpo. Paulina no estaba a mi lado. Me vestí y comencé a buscarla, encontrándola en la mini sala que teníamos en la habitación.
—Buen día, amor —llegué por su espalda y le dejé un beso en el hueco de su cuello.
—Hola —respondió, visiblemente molesta—. Pedí nuestro desayuno, ahora mismo te iba a levantar.
Abrí las bandejas y todo se veía delicioso.
—Todo se ve muy apetecible, y muero de hambre —comenté, mientras comía un poco de fruta.
Desayunamos en silencio, aunque antes de terminar me puse a revisar los correos que debía haber revisado ayer. Al terminar de revisar todo, continué con mi desayuno.
—Debes ponerte algo en ese cuello —dijo Paulina, tocándose el suyo.
Tomé mi celular y me puse frente a la cámara para verme. Efectivamente, tenía una enorme marca de sus mordidas, junto con moretones. Y lo peor es que no era solo en un lado, sino en ambos.
—Cariño, me dejaste muy marcada —me quejé, haciendo un puchero—. Se supone que yo debí dejarte esas marcas a ti.
—Porque solo tú —me miró enojada—. Además, solo te marqué lo normal.
—¿Lo normal? Paulina, me marcaste como si fuera ganado, como si te hubiera puesto celosa —dije, mirándola fijamente.
—¿Querías que alguien más lo hiciera? —cruzó los brazos, alzando una ceja.
—¡Claro que no! Además, señorita, a mí no me vas a intercambiar los papeles. Porque quien estaba ayer en la noche bailando muy pegadito con esa mocosa eras tú —le recordé.
—La mocosa tiene mi edad —me recordó, pero yo sabía a lo que me refería.
—Sabes a lo que me refiero —me defendí.
—Sabes que no. ¿Me puedes explicar? Porque también soy una mocosa —frunció el ceño.
—¿Es broma, verdad? —dije, aún incrédula.
—No lo es. No soy una mocosa como piensas. Solo me llevas cuatro años —dijo, molesta.
—Jamás dije eso —me defendí—. Es más, no sé por qué estamos discutiendo.
—Porque odias que deje marcas en tu cuerpo —se levantó furiosa, dejándome confundida y aún más enojada.
Salió de la habitación y fui tras ella.
—Paulina, jamás dije que me molestaba que dejaras marcas en mi cuerpo. Puedes hacerlo, pero que no sean tan visibles —le tomé de la mano para que se detuviera.
—¡Suéltame! —pidió bruscamente.
—No lo haré —respondí firme.
—¡Suéltame! —alzó más la voz.
—Que no lo haré. No te dejaré salir así. ¿Qué sucede? ¿Qué hice mal? —pregunté, desorientada.
—Ya no quiero seguir contigo —salió de su boca, dejándome completamente en shock.
—¿Qué? ¿Y por qué me dices esto? No tiene nada que ver —decía, desconcertada.
—Lo que oíste. No quiero estar contigo —se soltó de mi agarre y se fue sin decir una palabra más.
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Desperté a las 4 a.m. por los quejidos de Shanti; estaba teniendo una pesadilla.
—Cariño —la moví suavemente—. Amor, despierta, estás teniendo una pesadilla —volví a moverla.
Se despertó sobresaltada, prendió la luz para verme, y luego me abrazó.
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Editado: 11.03.2025