"Amor," llamé apenas vi entrar a mi esposa por la puerta.
Me acerqué rápidamente hacia ella y la revisé, asegurándome de que estuviera bien.
—Hola, Shanti San —saludaron Gisell y Madelyn mientras yo seguía revisando a mi esposa.
—Creí que solo iban a dejar a mi esposa —comenté.
—Qué recibimiento más cálido —dijo Madelyn, con ironía.
—Cariño, no seas grosera —me regañó mi esposa.
—Estaba preocupada, no respondías mis mensajes. Fui a buscarte en algunas cafeterías donde solemos ir, pero no te encontré —hablé, preocupada.
—Calma, Shanti. Cómo te prometí, tu esposa llegó en 30 minutos o menos, creo —habló Gisell, sentándose en el sofá junto con Madelyn.
—Chicas, ¿quieren algo en especial para comer? —preguntó Paulina.
—¿Comer? —pregunté incrédula.
—Sí, cariño. El bebé no se conformó con galletas y jugo —me avisó mi esposa.
—Quisiera algo como mariscos, Pau —pidió Gisell.
—Eso suena bien. También quiero algo que venga del mar —apoyó Madelyn.
—¿Qué tal sushi? —propuso mi esposa.
—Estaría buenísimo —aceptaron las dos.
¿Por qué tenía que ser sushi? No me gusta el sushi, y hasta la fecha se lo he dicho a Paulina, pero siempre lo olvida.
—Sushi —dije, nerviosa.
—¿Qué pasa, amor? ¿No quieres sushi? —habló cariñosamente Paulina. —A ti te encanta el sushi —me recordó.
—Bueno, cariño... —dije nerviosa.
—Me mentiste —frunció el ceño.
—No, claro que no, bueno, más bien... —balbuceé.
En eso, escuché las carcajadas de mis amigas, que casi estaban llorando de la risa.
—¿En serio? —alzó la ceja Paulina—. ¿Cuándo pensabas decirme que no te gusta el sushi? —dijo, cruzando sus brazos.
—Amor, lo había olvidado, te lo juro. Es que casi nunca lo comemos, y se me olvidó —me excusé.
—Tranquila, amiga. Ya le contamos la anécdota del sushi para que no tengas que hacerlo —habló Gisell.
—¿Se lo contaron? —hablé avergonzada. —Sabes que...
—Apuñalaste al sushi. Cuando lo probaste, casi vomitas, y te bebiste la salsa de soya por equivocación para quitarte, según tú, el mal sabor.
—No te olvides de que se atascó con el sushi y tuvimos que hacer que lo escupiera —habló Madelyn.
—Y que nos vetaron del lugar —terminó Gisell—. Porque dijiste que el sushi estaba feo.
—¿Por qué comiste el sushi si a ti no te gusta?
—Porque a ti te gusta —me defendí.
—Aww, qué linda —dijeron al unísono todas, mientras mi esposa se ponía roja.
—¿Algo más que no te guste? —preguntó cariñosamente.
—Ahora mismo no se me ocurre nada, tal vez cuando vea algo, te lo diré —respondí, sonriendo bobamente.
—Está bien —aceptó ella.
—Te amo —bese sus labios.
—Seguimos aquí —se quejaron mis amigas.
—Lo lamento —se disculpó mi esposa.
—Mejor nos vamos, no quiero que se pongan cariñosas frente a nosotras —dijo Gisell, levantándose junto con Madelyn.
—No, pero aún no terminan de contarme sus historias —se quejó mi esposa.
—¿Qué les estaban contando? —pregunté, alarmada.
—Que te lo diga tu esposa, nos vamos —respondieron al unísono.
—Además, Pau, no pienses que somos una mala influencia, ya que es tu esposa quien nos hace hacer este tipo de cosas —dijo Madelyn, victimizándose. —En fin, adiós, Pau —se despidió, tocando mi barriga. —Adiós, bebé San —sonrió, dirigiéndose hacia la puerta.
—Adiós, Pau —me abrazó Gisell. —Adiós, bebé —tocó mi barriga antes de unirse a Madelyn.
—Nos vemos, amiga. Cuida a Pau y al bebé —dijeron ambas.
—Por supuesto —respondí, orgullosa.
—El miércoles nos vemos para el partido —me recordó Madelyn.
—Lo había olvidado —avisé.
—Sufres de Alzheimer, todo te olvidas —se quejó Madelyn.
—Lo siento, tengo mucho trabajo —me defendí.
—Yo le recordaré —se ofreció Paulina. —¿Van a ver el Super Bowl?
—Sí, así es —confirmó Gisell.
—Katy y Maddison también van a verlo, ¿les parece verlo juntas?
—Sí, estaría genial —respondieron al unísono.
—Bien, entonces, el miércoles, ¿lo vemos aquí? ¿Les parece?
—Sí, entonces hasta el miércoles —se despidieron, dirigiéndose a la puerta.
—Amor, ¿puedes pedir algo de comer? Muero de hambre con el bebé —me habló mi esposa.
—¿Quieres sushi? —pregunté, con una mueca de desagrado.
—Al bebé no le encanta esa idea —río entre dientes. —Y antes de que se me olvide, tengo una sorpresa para ti.
—¿Para mí? —pregunte emocionada.
—Va a ser una mini tú —dijo, también emocionada.
Me quedé callada mirándola.
—No dices nada —me habló, cambiando el tono de su voz.
—Es que ya lo sabía —solté una pequeña carcajada.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó incrédula.
—Bueno, no sé cómo es posible, pero tengo mucho sueño, y sobre todo, tengo demasiados antojos, y solo son de dulces —confesé.
—¿Qué? —me miró con cara de cachorro, y sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿No te di una sorpresa?
—Claro que sí, mi amor —la abracé.
—Mentirosa, ya lo sabías — intento desapegarse de mi.
—No miento, cuando recién lo estaba descubriendo fue una gran sorpresa para mí —la consolé.
—¿En serio? —me miró con ojos de cachorro.
—Sí, amor —afirmé. —Pediré hamburguesas —le consulté, y en un instante su tristeza se transformó en alegría.
—Que sea doble carne —pidió emocionada.
—No hay problema —me alejé de ella para pedir las hamburguesas.
Después de darse una ducha, Paulina parecía mucho más relajada. Yo la esperaba sentada a la mesa, lista para comer.
—Todo se ve muy rico —comentó mientras se sentaba.
—Toma, amor, come —le dije, entregándole su hamburguesa con una generosa porción de papas fritas.
La observé mientras probaba un bocado y no pude evitar la curiosidad que me carcomía por dentro. Con cierto temor, le pregunté:
—¿Qué tal con mis amigas? ¿La pasaste bien?
Paulina me miró divertida antes de responder con la boca llena, su voz sonando como la de una ardilla:
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Editado: 11.03.2025