Blasphemy

CAPÍTULO 2: LA ÚLTIMA DESCENDIENTE

Entre los escombros de lo que alguna vez fueron las calles de la ciudad de Birmingham, una joven escapa de los hombres alados. Aquella joven adolescente de apenas 16 años, vestimenta rebelde que la iglesia considera signo de poca lealtad y cabello corto, mirada inocente y lágrimas secas en su rostro intenta salvar su vida, ya que los inquisidores divinos buscan a toda costa eliminar toda persona sensible a la magia.

Su camino la lleva hasta la avenida principal donde transitan carruajes y algunos carros con motores de carbón. Entonces busca desaparecer entre la multitud que la observa con ojos prejuiciosos y deseosos porque aparezca un inquisidor para llevársela de allí.

Cuando llega a una esquina y dobla por esta se encuentra con varios inquisidores de bajo rango que interrogan a las personas que pasan caminando por allí. Resulta que esa zona industrial se encuentra a pocos cientos de metros de esa avenida comercial y los choques de clases son muy fuertes. Ricos y obreros se disputan la influencia en la zona a pesar de que estos primeros no tienen dificultades al destruir toda clase de esperanza de las personas más pobres y desafortunadas.

Una mujer con abrigo de piel y apariencia opulenta la señala y los inquisidores empieza a correr apenas la ven parada en la calle:

 

—¡Ay no! —exclama la chica y rápidamente se aleja, pero desde lo alto es perseguida por los alados— Tengo que perderlos de alguna manera— piensa y sus ojos ven otro callejón que quizás la lleve a otra parte, pero siempre y cuando los pierda no importará.

 

En el camino empuja sin querer a un joven de chaqueta y pantalón negro y camiseta blanca. Sin detenerse y apenas volteándose se disculpa para continuar con su camino hacia el callejón:

 

—Es ella. —dice una mujer de apariencia extremadamente atractiva, así como refinada al joven alto que acaban de empujar.

—Eso parece. ¿Cómo procedemos? —pregunta el joven.

—Déjamelo a mí.

—Entonces yo me ocupo de esos idiotas que vienen aquí atrás.

—Como quieras.

—Nos vemos en unos minutos.

—Procura no llamar mucho la atención, tenemos que ser lo más silenciosos posible.

—Ya se, ya se.

 

Los exhaustos pasos de la joven se entorpecen por el agotamiento que la obliga a apoyarse contra la pared del callejón donde se ubica un pequeño nido de ratas en la parte inferior y suciedad de la lluvia del día anterior de agua estancada.

Desde el cielo desciende a toda velocidad un obispo de muy bajo rango, de esos que acaban de iniciar su labor como inquisidor y apenas llena un par de alas a diferencia de los más fuertes y veteranos que tienen entre seis y ocho en sus espaldas:

 

—Eres de lo más escurridiza, pero al fin te tengo. Tienes suerte de que sea yo solo porque si mis demás compañeros estuvieran aquí te habríamos aniquilados entre todos sin piedad. Pero soy alguien comprensible así que te mataré con todo mi poder de un solo tiro. Despídete…maldita bruja… —extiende su dedo índice y de la punta de su yema aparece una luz intensa.

—Yo…no soy ninguna…bruja…—responde ella— Mi nombre es… ¡Theresa Van Helsing!

 

Al decir esas palabras, Theresa extiende ambas manos abiertas y las apoya una sobre la otra apuntando las palmas hacia el obispo:

 

—¿Huh? ¿Qué se supone que quieres hacer? —pregunta el obispo, pero luego se da cuenta de que ocurre, entonces se apresura a disparar y una bala de luz sale de su dedo e impacta contra la pierna de la chica.

—¡Aaaaaaaaaaaggggghhhhhhh! —grita de dolor, pero con su pose firme— Técnica de fuego: Bala de llama.

 

De sus manos salen tres bolas de fuego que se encaminan hacia el obispo, pero este en respuesta se cubre con ambas alas color plata. En el camino una de ellas se desvía y golpea contra el techo de un edificio mientras que otro impacta contra las alas.

El obispo empieza a reírse del ataque fallido y cuando mira hacia arriba ve como la restante bola de fuego cae en picada e impacta contra el rostro del muchacho, quien maldice lleno de dolor y empieza a disparar sus balas de luz:

 

—¡Maldita puta! ¡maldita puta! ¡lo pagaras muy caro en el nombre de nuestro señor! ¡ya verás cuando…! —dice con el rostro quemado y ensangrentado. 

 

Los demás obispos llegan al escuchar los gritos quejosos y de dolor del muchacho y al verlo gravemente herido en el rostro desvían sus miradas en Theresa, que yace en el suelo con el pie atravesado de lado a lado por el ataque de luz. Ella intenta escapar arrastrándose por el suelo y dejando un camino de sangre. Apenas logra huir unos metros porque uno de los obispos se acerca a paso lento y levanta su pie para apoyarlo sobre la pierna herida de ella. Después de eso, Theresa siente un dolor tan terrible que la hace gritar desesperada porque acabe la tortura. El obispo pisa con fuerza la zona destruida de la pierna de ella mientras se mofa el hombre de fe:




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