Blinding Love

Capítulo 4: ¿Como hay tanta maldad en el cuerpo de una mujer?

Gangster Vol.1

Una mujer se vuelve peligrosa, cuando sabe lo que tiene y como utilizarlo.

— Maven

—¿Kurt? —cuestioné, confundida pero feliz de verlo nuevamente. Me quedé observándolo por varios segundos, me culpé internamente porque no podía dejar de mirarlo. Era demasiado alto, musculoso, de rostro marcado, con esa barba que me moría por acariciar. Llevaba un traje negro acompañado de una camisa blanca con tres botones abiertos, dejando a la vista parte de su pecho. «¿Cómo se sentira tocarlo, sentir esos labios y esa barba rozando todo mi cuerpo, hasta terminar en mi vagina humedad?» pensé. Era lo único en lo que podía fijarme en ese momento... hasta que una voz me sacó de aquel sueño erótico que mi mente comenzaba a crear.

—¿Y se puede saber quién es usted y dónde está Héctor? —preguntó él, con el rostro serio, mostrando claros signos de molestia.

Y no sé por qué, pero sentí como si mi corazón se rompiera en mil pedazos. Juro que hasta pude escuchar el sonido de su caída. Sin embargo, no mostré signo alguno de dolor. Si quería jugar, perfecto. Y vaya que sabía jugar muy bien. Además, no entendía su molestia. ¡Estamos en pleno siglo XXI! Y claro que nosotras, las mujeres, también podemos ser mafiosas, narcotraficantes... o como quieran llamarlo. Vamos, este hombre no sabe quién fue Griselda Blanco, La Reina del Pacífico o La Reina del Sur. Esté idiota deberia rezarles a esas mujeres.

Mientras sentía cómo Alexander —o Kurt— me analizaba, noté que había cinco libros bastante grandes. Tiene mucho reguero en su despacho, veo que tiene varios papeles regados por el suelo. Coloque mi vista en los grandes libros y por lo que pude ver a simple vista, eran libros de contabilidad. Eso solo significaba una cosa: Alexander tenía problemas económicos, y bastante graves, porque estaba desesperado. Se notaba a simple vista, sobre todo al ver cómo reaccionó al enterarse de que el trato no sería con Héctor, sino conmigo.

Una mujer.

Muy bien, Jazmín, ya sabes cómo lograr que Alexander confíe en ti. Ya tienes cómo negociar.

— He venido en representación de Héctor. No entiendo el porqué de su molestia —respondí tajante, caminando más hacia adelante, sintiendo cómo aquel guardaespaldas me seguía los pasos—. He escuchado que tiene problemas económicos y he venido a hacerle una propuesta que lo sacará de ese pequeño inconveniente —dije, dejándolo más furioso al dejarlo al descubierto.

—Marcos, déjanos solos. Y no quiero que nadie nos interrumpa —ordenó Alexander, molesto. Marcos cerró la puerta. Sin esperar a que me invitara a sentarme, lo hice por mi cuenta, observando cómo eso lo enfurecía más.

—¿Hacerme una propuesta usted? A ver, ¿qué podría tener una mujer como usted que pudiera interesarme? Además, ¿qué la hace pensar que tengo problemas económicos?

—Por favor, señor Al Capone, dejemos las inmadureces y seamos claros. Los rumores son ciertos: usted tiene problemas económicos, y lo sabe muy bien. Así que siéntese y dejémonos de tantos rodeos. Tengo cómo ayudarlo. Mi propuesta es esta: puedo revisar todos sus libros de contabilidad y decirle dónde están las pérdidas y la mejor manera de resolver sus problemas... siempre y cuando me permita transportar, en una de sus rutas, mercancía de hachís, oro y rubíes de los Emiratos Árabes. Y unas armas también —solté la bomba sonriendo, viendo cómo se le revolvía la bilis. Este hombre es una dinamita.

—De acuerdo —respondió, sonriendo con una notable malicia mientras se sentaba—, siempre y cuando yo reciba el 50 % de la ganancia de la mercancía.

¿Pero este hombre qué se cree? Jamás aceptaría que él saliera ganando. O sea, tras que le iba a ayudar a salir de su problema e incluso le diría cómo solucionarlo, el muy idiota pretendía quedarse con la mitad de las ganancias. ¡Jamás! No lo iba a aceptar. Así que, vamos nena, demuéstrale de qué estás hecha. Si Alexander quiere demostrar que es un macho alfa, hijo de un narco de los años 20’, demuéstrale quién es Jazmín.

—No acepto tal trato. Lo ayudo a salir de sus problemas económicos y usted obtiene el 15 % de las ganancias —dije, tranquila.

—¡No acepto tal cosa! —gritó—. ¡El 50 %, o no hay trato!

—Qué pena que no podamos estar de acuerdo. Que tenga linda noche —dije, levantándome del cómodo sillón—. Si se arrepiente de su decisión, sabrá cómo encontrarme. Un gusto conocerlo, señor Al Capone —murmuré, extendiéndole la mano.

Obtuve justo la reacción que esperaba. Alexander tomó mi mano y le dio un beso, como el caballero que pretende ser… pero está muy lejos de lograrlo. Sus labios fríos tocaron mi piel, provocándome un escalofrío, tal como lo hizo la primera vez que lo vi. Me di la vuelta y salí del despacho, caminando hacia la salida, viendo cómo efectivamente el chofer me estaba esperando.

—¿Cómo le fue, señorita Jazmín?

—Mejor de lo que esperaba. ¿Puede comunicarme con Héctor?

—Por supuesto —dijo, abriéndo la puerta del coche y entregándome un teléfono satelital.

—Espero que tengas buenas noticias, Jazmín —dijo Héctor al otro lado de la línea. – ¿Conseguiste hacer el trato con Alexander?

—No, pero averigüé que está pasando por problemas económicos. Parecen ser muy graves. Por lo que deduzco, uno de sus empleados le está robando, y él está como loco intentando descubrir quién es el culpable de los números rojos —dije sonriendo—. Se le notaba la desesperación a simple vista —agregué, riéndome.




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