Bodas Cruzadas

Como un cuento de Hadas y suegras malvadas

Robert se encontraba perplejo ante una escena tan inesperada, rodeado de los invitados de la ceremonia. En ese momento, recordó el mensaje de Clare: Sigue el guión.

—¿Estás al tanto de esto? —preguntó.

La novia negó con la cabeza.

—Recibí un mensaje que decía que mi salón era este... —explicó—. Me equivoqué de salón.

Era evidente que esta confusión había sido causada por Clare. Y, por supuesto, Robert creyó en la explicación de Diana. Él, más que nadie, conocía sus planes poco convencionales, pero esto ya había ido demasiado lejos.

—¿Te gustaría que te acompañara a tu salón?

Diana quiso asentir, pero no pudo.

—Es mi deber...

—¿A qué te refieres con que es tu deber casarte? Se supone que debería ser por amor... tu novio debe estar esperándote con entusiasmo.

Ella sonrió con melancolía.

—Amor... —suspiró—. Pero tienes razón, debo irme.

Robert la detuvo.

—¿Acaso siento que no tienes ganas de casarte?

—Si no hay otra opción, debo confesarte que no deseo casarme con Andrés. Pero es la única manera de liberarme de mis hermanos.

El hombre encargado de oficiar la ceremonia se acercó con unos documentos.

—¿Es ella Diana Sophia Martinelli?

Robert, sorprendido, preguntó:

—¿Cómo es que lo sabe?

El hombre le entregó el documento que debían firmar para convertirse en esposos y, como por arte de magia, los nombres de Diana y el suyo aparecían en el mismo papel. Durante un instante, Robert sintió ganas de reír al ver el embrollo que Clare había creado.

Volvió la mirada hacia la mujer ansiosa que estaba al borde del desespero.

—Señorita, esto es creación de mi prometida. Al igual que tú, ella no quería casarse y organizó todo esto. Ahora que ella se ha marchado, ¿te gustaría... casarte conmigo?

—No.

Robert borró la sonrisa.

—Me has dicho que no te quieres casar con un susodicho...

—Exacto. No me quiero casar con Andrés, ni con nadie.

—Bien. Yo tampoco, pero si lo piensas bien, podemos fingir que somos esposos y más adelante rompemos este compromiso.

Diana quedó sorprendida al darse cuenta de que estaba considerando aceptar esta locura.

—Mis padres y hermanos... ¿qué pensarán? ¿Y Andrés?

Robert dijo firme y decidido:

—Si las personas que has mencionado realmente te quisieran un poco o, al menos, se preocuparan por ti, creo que no estarías en primer lugar en esta incómoda situación. Yo necesito una esposa y tú necesitas libertad.

Diana contestó con labios temblorosos:

—Eso creo... ¿te casarías con una desconocida?

—Por supuesto que no. Te conozco y también tu delicioso dulce de papaya... Imaginar que tendré a la repostera de semejante manjar es realmente fantástico.

Diana se sonrojó. ¿Cómo podía un hombre expresarse de una manera tan hermosa? Su acento y su forma de hablar la motivaron a decir...

—Acepto casarme contigo. Pero solo porque te gustó mi dulce...

Robert extendió su mano y ella la tomó. La familia de Clare abandonó el salón visiblemente indignada, mientras que los Lancaster, reconocidos empresarios y políticos, mantuvieron la compostura, como si todo formara parte de la ceremonia.

Si la prensa se enterara de que esto no estaba previsto, podrían convertirse en objeto de burla a nivel nacional. Por eso, todos tuvieron que conservar la calma y relajarse, mientras Robert le daba un beso en la mejilla a una mujer que no era la que se había planeado.

Mientras esto sucedía, otra boda tenía lugar y resultaba un misterio que la novia no quisiera quitarse el velo hasta que todo estuviera completamente firmado. En el instante en que todos aplaudían, Andrés levantó el velo de la novia y sus ojos se abrieron de par en par al descubrir que no era Diana.

—¿Quién eres?

—Soy tu esposa.

—Tú no eres Diana...

Ella tomó los papeles que acababan de firmar, se los pasó a su ahora esposo y al leer su nombre junto a esta mujer, se quedó pasmado.

—Encantada, Andrés. Me llamo Clare y prometo comportarme... —Clare sonrió con un toque de travesura, lo que hizo que Andrés sintiera que le daban tres infartos de inmediato—. Ay, por favor, no te preocupes...

—No entiendo nada...

—Digamos que eres mi salvavidas... y yo, el tuyo.

Cuando la familia notó que no se trataba de Diana se armó un escándalo en el salón y los invitados expresaron la preocupación con esta confusa escena.

El padre de Diana se acercó furioso al altar y preguntó:

—¿Dónde está mi hija?

Clare con una sonrisa imborrable que parecía que había conquistado el mundo, dijo a todo el salón cuando hubo silencio:

—Damas, caballeros, servidumbre... —en eso, guiñó un ojo—. No se preocupen por nada y mucho menos por Diana. Por favor, salgamos del salón justo ahora.

Ella estiró la mano a Andrés y él nervioso tomó la de ella para ayudarla a bajar los escalones. Ahora todos salían del salón, primero los novios, pero sin rosas para celebrar.

Clare se detuvo a esperar por un momento y cuando hubo un bullicio de muchas voces, formó aquella misma sonrisa engreída y sus ojos felinos se acentuaban al momento llevándose las miradas de todos.

—Como verán, su querida Diana se ha casado también. Pero a diferencia de mí ella se ha llevado el premio gordo en efectivo...

Y venía caminando Diana tomada de la mano de Robert, llevando un anillo precioso y un ramo enorme de flores de tulipanes. Cuando estuvo cerca de todos sus conocidos y familiares tuvo un ligero mareo, esto era demasiado para ella.

Pero la otra novia que tenía en frente y que estaba tomada de la mano de quien iba a ser su esposo, se acercó sonriendo, recuperando el aliento, pues esto debía tener una explicación.

—Diana, querida —saludó Clare estirando su mano—, mi nombre es Clare Winslow, o ahora Miranda...

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Diana correspondiendo al saludo. Todos vieron como se saludaron las novias cruzadas y estaban boquiabiertos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.