Un funeral era lo que menos se esperaba en la familia Lancaster, las damas se encontraban enlutadas de pies a cabeza y Diana no era la excepción en este lamentable día.
Hacía doce horas que no veía a Robert. Diana no sabía cómo abordar este tema con su esposo, quien ahora parecía un extraño, especialmente tras la muerte de su padre en un accidente aéreo con su avión privado.
—Me imagino que debe haber muchas personas desconocidas... —dedujo Diana mientras intentaba calmar y secar sus manos sudorosas.
Marie asintió.
—Por supuesto, el señor Lancaster era muy querido. Sin embargo, no debería preocuparse por eso, señorita. No puedo negar que todas las miradas estarán sobre usted, ya que toda la familia ha viajado desde diversas partes del mundo para el funeral. Todos están ansiosos por conocer a la afortunada.
Diana tragó grueso.
—Creí que era por la muerte del señor Lancaster que habían venido...
Marie sonrió y dijo con sarcasmo:
—No, esas pirañas no sienten dolor por la muerte de nadie; solo estaban buscando un pretexto para inmiscuirse en la vida de Robert.
—Marie... esto no se trata entonces del funeral de mi suegro. —Ellas dos se miraron sorprendidas—. Esto se trata de mi propio entierro.
Marie negaba con una pequeña sonrisa al ver lo inocente que era la hermosa chica que le había tocado educar como último favor.
La joven mujer suspiró cuando Marie finalizó su tarea de ayudarla a ponerse el vestido negro, que combinaba con el velo oscuro que cubría su cabello y con los labios pintados del tono que su nueva amiga francesa le había sugerido.
Diana al observarse en el espejo, exclama:
—¡Oh, parezco Lana del Rey!
Marie se acercó a su lado y con una sonrisa satisfecha dijo:
—Entonces, esa tal Lana del Rey, tiene buenos gustos para los funerales...
Mientras tanto la esposa del granjero bajaba de un auto con su ahora esposo, vestida de negro como la mayoría, puesto que el hombre que murió era nada más y nada menos: que el padre de su mejor amigo, un hombre que la quiso como una hija desde pequeña.
Aunque las cosas no estuvieran bien entre ella y los Lancaster no podía evitar despedirse.
—Gracias por acompañarme —le dijo a Andrés, que iba vestido con botas, vaqueros y con una franela negra que fue la que pudo encontrar entre su armario no muy variado.
—Después de todo somos esposos... —dijo casi inaudible, pero Clare que tenía un perfecto oído escuchó y asintió con una pequeña sonrisa.
Entraron a la mansión junto a un grupo de personas mientras que su familia (que la había rechazado) la ignoraron por completo. Ella sintió un dolor en el pecho; sin embargo, Andrés al darse cuenta, tomó su mano. Al mirarse, ambos comprendieron que esa cercanía que comenzaba a surgir entre ellos no era tan mala.
Clare no estaba acostumbrada a ser rechazada, ya que siempre había sido el centro de atención. Hasta que de pronto: se sentía invisible para todos, y quienes se atrevían a mirarla lo hacían solo para burlarse.
El ataúd se encontraba en el salón de fiestas, cubierto con un manto negro y rodeado de numerosas rosas de variados colores. En la familia Lancaster no era común que las personas miraran al difunto; solo lo hacían los familiares y los amigos más cercanos antes de su entierro.
—¿Se supone que esto es un funeral? —preguntó Andrés al observar a las personas sentadas alrededor, que parecían ignorar la ocasión, riendo y hablando sobre negocios o apuestas.
Clare se detuvo cerca de una ventana que daba vista al hermoso jardín donde recordaba andar cuando era niña persiguiendo a Robert.
—Lo es... o eso creemos —contestó volviendo su mirada nostálgica.
Andrés era un poco tímido, pero era un caballero y se daba cuenta de que algo no estaba bien con su dama.
—¿Qué ocurre, Clare? Sé que nuestra relación no es la mejor y no entiendo bien qué somos más allá de lo que dice un documento, pero por favor, cuéntame qué piensas.
Ella suspiró y, cruzándose de brazos, respondió:
—¿Qué puede ser? Mi vida es un verdadero caos, mi propia familia no se dirige a mí, el padre de mi amigo, que era como un padre para mí, ha fallecido... me siento como una extraña.
Él se acercó a ella y le dijo firmemente:
—Si te sirve de algo, ahora soy tu familia y puedes confiar en mí y en mis padres. Ellos te ven como una buena mujer, quizás otros piensen que yo no soy más que un hombre simple, sin muchos modales ni grandes pretensiones, pero que está dispuesto a darte lo mejor de sí. Si tú lo aceptas, mi Clare.
Una lágrima descendió por su semblante, pero fue borrada rápidamente por su mano y cambiada a una sonrisa falsa que Andrés supo que era su máscara favorita de todos los días.
—Gracias...
—Mañana nos vamos a Hawái temprano...
Ella esquivó su mirada y asintió.
Andrés no hizo más que suspirar, era como un rechazo silencioso. Esto de tener una mujer de clase alta era como un castigo al no poderle dar la vida a la que estaba acostumbrada.
Con certeza, si estuviera casado con Diana, su vida sería distinta y más serena; sin embargo, en este momento se encontraba sumido en un torbellino de sensaciones y matices variados.
No obstante, la Diana que conocía había cambiado; al descender con un vestido negro que cubría los escalones, envuelta en un velo del mismo tono, sus ojos brillaban como luceros en una noche oscura. Su cabello ondulado se movía con elegancia bajo el velo, y sus labios, bien definidos, parecían casi hipnotizantes. El silencio en el salón permitió que el eco de sus tacones resonara como la cuenta regresiva de un reloj: tic, tac.
Robert, que se encontraba en una silla con la cabeza agachada, levantó la mirada tras el inesperado silencio y se encontró con su esposa, quien se había detenido en el último escalón, suplicando que él la mirara y que la tomara de la mano.
—Diana... ¿cómo estás? —preguntó él, acercándose a ella y ayudándola a bajar el último escalón, mientras todos los presentes los observaban.
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Editado: 12.01.2025