Bodas de Odio [eunhae]

Capítulo Dos

Haneul llegó a relevar a su hijo junto a Sungmin. Habló con él unos momentos, sobre la conveniencia de que Hae se casará con Eunhyuk. Sungmin, en esa ocasión, estaba de acuerdo con su esposa; sin embargo, alegó.

—No tiene ambición más que de ser dichoso, Haneul, y no debemos forzarlo. No hay que hablarle de intereses, he notado con pena que no siente simpatía alguna por nuestro generoso amigo Hyuk.

—No pienso forzar su corazón, Sungmin —aseguró hipócrita Haneul—, ni siquiera aconsejarlo; ahora, dispénsame un instante, me ocuparé de hacerlo tomar un calmante para que descanse. Es tan nervioso y tan sensible que temo por su salud.

Llamó a Sunmi, su criada de confianza y la dejó junto al enfermo, yendo a preparar una tisana que llevó a Hae, quien ya se disponía a descansar en su lecho.

—Acuéstate del todo, hijito, como si fuera de noche —aconsejó con cariño—. No creas que voy a consentir que tú también te enfermes por un capricho. Beberás esto y tus nervios se calmarán con un buen sueño.

Hae obedeció. Se sentía muy cansado, con una sensación de vacío y de pena que anulaba su voluntad.

—¡Qué amargo! ¿Qué es mamá?

—Tila, con un calmante. En tu vida has tenido peor cara.

Hae bajó la cabeza, apretando los labios. No era sólo la seguridad de su ruina, ni la tristeza de aquella enfermedad de su padre, que presentía larga y dolorosa, si no fatal. Era también el recuerdo de Siwon, la impaciencia, el ansia de volver a verlo, oírlo justificar su actitud. Bruscamente, como decidiéndose, se volvió hacia su madre.

—Si me prometieras hacerme un favor, mamá.

—Todos los que quieras después que hayas descansado.

—Es algo que me interesa mucho. Un amigo debe venir hoy... sin duda vendrá preguntando por papá.

—¿Te refieres al teniente Choi? —preguntó Haneul con toda naturalidad.

—Sí, temo que no te sea simpático.

—No temas nada de mí, hijito. No pienso meterme en tus asuntos. ¿Quieres que le diga algo si viene? No creo que ese muchacho tenga alguna queja de mí.

—No, claro... ¿Serías tan bondadosa, mamá... de decirle...?

—Lo que tú quieras. Pero ayer tú mismo no querías escucharlo.

—Me parece que hay entre los dos un mal entendimiento. Y me gustaría aclarar todo de una vez. ¿Quieres mandarme llamar, cuando llegue?

—Por supuesto. Te lo prometo. Ahora duérmete tranquilo. Agradezco tu franqueza. ¡Pequeño mío! ¡Nadie desea más que yo tu dicha!

Lo besó en la frente. Era sincera, desde luego, al decir esas palabras. Pensaba que la mayor felicidad de todo el mundo estaba en la vida cómoda y sin preocupaciones de dinero. Su corazón jamás había sentido otra ambición.

Hae, ya acostado, cerraba los ojos bajo el efecto sedante del narcótico que acababa de tomar. Haneul lo cubrió con ternura con la suave cobija de lana y salió de la alcoba, muy despacio.

A las once y media de la mañana, Sehun se acercó a Haneul, que permanecía al lado de su esposo. Los dos se retiraron del lecho, yendo hacia la ventana más lejana en el amplio cuarto de Sungmin.

—Siwon no vendrá por aquí en todo el día, mamá —informó en voz baja Sehun—. Está dedicado a la ingrata tarea de esperar a Hae junto al lago y no se moverá de allí hasta que haya perdido la última esperanza y llegue la hora de su guardia en el cuartel.

—Magnífico. Él no despertará antes de las dos. Cuando baje, todos le asegurarán que nadie ha venido. Y si ese joven se atreve a acercarse, Hangeng ya sabe lo que tiene que responder. ¡Es una lástima que no caiga en una de esas misiones militares de entrenamiento de nuevos reclutas...!

—¡Podríamos forzar un poco la cosa! Seis semanas de ausencia. Hay que estar pendientes, por si traen a papá los papeles para las designaciones. Aún estando enfermo, él ha firmado esas órdenes.

—Cuando lleguen los papeles, tráemelos. Haré las veces de secretaria; así impediré que tu padre se canse... y lograremos el objeto.

En efecto, poco más tarde, el Comandante Yonghwa envió cuanto acuerdo necesitaba resolver, al Coronel Lee. Haneul, solícita, se encargó de llevar los papeles a su marido.

—Nunca te interesaron los asuntos a mi cargo... —murmuró sorprendido.

—Tu cargo puede ser lo único que nos quede de ahora en adelante —Haneul suspiró—. Por eso me ocupo ahora de ayudarte en él. Te los leo, dictas tú lo que quieras responder, lo escribo yo, y en paz. Así no te fatigas.

Desde su lecho, hundida la cabeza en las grandes almohadas en las que apenas resaltaba el rostro lívido, el Coronel miró a Haneul con gratitud y aceptó su ayuda. Por espacio de unos minutos, y sin fatigarse, resolvió los asuntos pendientes. Al llegar al envío de oficiales al campo para el adiestramiento de los reclutas, Sungmin advirtió que el Comandante Yonghwa podría hacerlo, y se limitó a dictar una lista de nombres para sugerir quiénes eran los indicados. Haneul, sin alterarse, sin preguntar, escribió, agregando entre aquellos nombres el de Choi suprimiendo uno de los dictados por su marido. El Coronel Lee firmó y Sehun se encargó de entregar al ordenanza del Comandante Yonghwa los papeles.



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En el texto hay: bodas forzadas

Editado: 25.04.2023

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