El viejo sacerdote abrió los brazos en un gesto de absoluta desolación. Donghae miró a Hyuk totalmente desconcertado, tratando de adivinar qué pensamientos eran los que se agitaban bajo aquella frente despejada y altiva. Al fin se decidió a preguntar.
—¿Iremos a Gimhae, nosotros? Pensé que era Minhyun quien se marchaba... tenía entendido...
Hyuk cortó su frase, algo seco.
—Las temperaturas bajarán más y más y habrá grandes tempestades de nieve. La casa de Gimhae es más confortable, y tu salud es lo bastante delicada para que no nos permitamos jugar con ella.
—¿Es Minhyun quien ha diagnosticado? —preguntó con cierta ira Hae, sin poder disimular ya su contrariedad.
—Sí, y opinamos igual en este caso. Lo siento por usted, padre.
—Tratándose de la salud del señor, no hay nada que objetar.
—De todos modos, tendrá usted cuanto le ofrecí cuando estuve en la aldea. El señor se ocupará también de enviarle una cantidad que podrá usted distribuir libremente sin que sea necesario que él intervenga. De modo que no va usted a quedar defraudado en sus esperanzas.
En ese momento llegó Minhyun, advirtiendo que estaba lista la comida para el sacerdote. Tuvo éste que abandonar el cómodo asiento, dejar a medias el té que ya tomaba con Hae y obedecer una seña amable pero enérgica de Hyuk. Cuando su esposo iba a seguirlo, lo detuvo. Hae tenía que comprender que por algo Hyuk no quería que hablara con el sacerdote. Se volvió hacia él para preguntar, pero se contuvo. Sabía lo que le contestaría. No tenía deseos de que la aldea de Massan gozara de la abundancia que había en Gimhae. Sus viejos rencores habían triunfado una vez más, no obstante que por un momento hiciera ofrecimientos. Irse de ahí lo resolvía todo. Sin embargo, después de un instante de vacilación, se atrevió a decir.
—¡Eres implacable! Entiendo que cuando sucedió todo aquello a tu madre, tú no eras más que un niño. Te aferras a un rencor absurdo. La realidad, ahora, no es más que una: deseas irte y tu egoísmo es lo bastante feroz para no pensar en nada ni en nadie.
—¿Quién habla de egoísmo?
—Quien anhela remediar un poco el suyo, tratando de ayudar a los necesitados—suave, persuasivo, dio un paso hacia él, y prosiguió—: ¿porqué no me permites hacerlo, Hyuk? No pretendo que faltes al juramento que te hiciste de olvidarte por completo de las gentes de Byun, no quiero que cambies tu línea de conducta...
Otros Príncipes visitaron la aldea, aliviaron la miseria de sus siervos, suavizaron muchas veces con su piedad lo que la dureza del amo por sí sola habría hecho insoportable. No quiero que cambies las leyes, sólo que me dejes tratar de ser útil...
—¿Lo deseas de verdad...? —A pesar suyo vaciló, su mirada llena de desconfianza escudriñó el rostro de Hae y halló en él una expresión tan dulce, tan sincera, tan humana, que apenas pudo resistir lo que era una súplica en aquellos ojos verdes y profundos.
—Concretamente, ¿qué me pides, Hae? —interrogó.
—Quedarme aquí. Escuchar al sacerdote, visitar algunas de esas pobres casas que él comenzó a hablarme, y si hay en realidad una cantidad asignada para limosnas del Príncipe Byun, sacar de ellas el mejor partido posible. Además, tanto como de miseria, esas gentes padecen de ignorancia. No pretendo ser un sabio como Minhyun, pero algo podría enseñarles. Estoy seguro de que Sooyoung me ayudaría con el mayor gusto.
—Probablemente... Sooyoung y Kibum, y Shindong, y el sacerdote... y hasta el propio Minhyun si se lo pides.
—A él prefiero no pedirle nada.
—¿Qué tienes contra Minhyun?
—Absolutamente nada; pero supongo que tendrá que volver a Gimhae.
—Sí, hacemos falta, tanto él como yo. Quédate tú aquí, ya que tanto lo deseas. Lleva a cabo tus propósitos.
—¿Tú... te vas? —preguntó ocultando mal su disgusto.
—Habíamos convenido en tolerarnos —replicó irónico—; nos toleraremos mejor separados.
Clavó en el rostro de Donghae una mirada ansiosa y se estremeció de alegría al verlo palidecer, temblar sus labios, luchar, para vencer su patente enojo.
—Supongo que te agradará muchísimo la noticia —siguió diciendo—. Voy a hacerte el regalo de mi ausencia.
—¿Porqué sólo me nombras a mí? ¡Di más claro que vas a hacerle el regalo de tu presencia a Minhyun!
Le dio la espalda y salió sin prisa, dirigiéndose en busca del sacerdote. Por un instante, Hyuk creyó que se había equivocado y que el disgusto de Hae no estaba relacionado ni con él ni con su propósito, y ya iba a seguirlo cuando entró Minhyun. Aprovechó la oportunidad para decirle que asignara diez mil wons para limosnas a nombre del Príncipe Byun. Minhyun no pudo menos que sorprenderse. Le pareció una cantidad exorbitante, máxime que conocía la aversión de Hyuk por la aldea, pero inmediatamente comprendió que el Príncipe deseaba complacer a su esposo. Un relámpago de despecho brilló en sus bellos ojos, pero bien pronto cambió por otro de alegría fugaz al escucharlo.
—Tú y yo nos iremos a Gimhae. Hae se quedará, por su propio deseo, aquí. Desde luego, no hay prisa para salir, pero nos iremos.